La pandemia ha hecho coincidir en pocos días el aniversario de la Constitución con la entrada en vigor del pasaporte covid. Los homenajes institucionales van a convivir con largas colas de personas para vacunarse. Justo ahora que no hacerlo les impedirá participar de una parte de su vida social. Antes pudo parecerles gratuito.
No me guardo el calificativo para quienes no han querido vacunarse. Pueden ser o profundamente egoístas o profundamente estúpidos. Y que hayan sido relativamente pocos, debería hacernos sentir orgullosos. Porque esas colas de ahora lo fueron antes de personas que voluntariamente acudieron a su cita, evidentemente con motivaciones más nobles. De forma consciente o inconsciente nuestra escala de valores colectiva se ha puesto a prueba, ha pasado un test de estrés, y el resultado es superior al 90%.
Mejor resultado que otros países como Alemania a los que siempre habíamos tenido por más cívicos que el nuestro. Y puede que ese porcentaje haga menos pragmático en España un debate sobre la vacunación obligatoria, pero creo que sirve para abordar una reflexión que más que sobre la vacuna, trata sobre el significado de la libertad. Especialmente un 6 de diciembre.
Los buenos resultados no deben hacernos obviar que aquí también hay voces que señalan esa cifra de vacunados como el síntoma de una sociedad “anestesiada” prestada a participar de la última conspiración o peor aún quienes bajo esos argumentos utilizan esta situación difícil para socavar la convivencia y aprovechar su oportunidad en la tragedia. Hemos tenido negacionismos de todas las intensidades a lo largo de estos casi dos años. Los hubo contra las restricciones y no han tenido éxito frente a la vacuna. Y todos han sido amparados precisamente sobre la utilización del concepto de libertad.
Porque si nos preguntan sobre si tenemos derecho a no vacunarnos parecemos tener una respuesta clara. De hecho, si sobre esa respuesta edificas tu deseo de ir a vacunarte haces uso consciente de tu libertad para ayudarte a ti y, especialmente, ayudar al resto. Tener libertad no quiere decir utilizarla siempre de forma egoísta. Pero la respuesta a esa pregunta se vuelve más complicada si preguntamos si alguien tiene libertad para hacer daño. Pasamos del sí al no muy rápido en una pregunta que en el fondo puede ser la misma.
Vivir con los otros, formar parte de una sociedad, ya conllevaba asumir limitaciones a nuestros derechos y libertades antes de la pandemia. Cuando conducimos no podemos hacerlo en contradirección por mucho que el libre albedrío lo justifique e incluso se nos pueden imponer hábitos para protegernos a nosotros mismos, como ponernos el cinturón de seguridad. Todos asumimos que en el ejercicio de nuestra libertad no podemos poner en riesgo a otro, incluso que se puedan establecer normas que impidan que nos lesionemos nosotros mismos. Y, si alguien tiene la tentación de responder que no son situaciones comparables debería pensar si los resultados de ese comportamiento lo son. Bienvenidos pues a la proporcionalidad.
Porque es rotundamente falso que la libertad sea absoluta. Ni durante la pandemia, ni antes, ni después. Otra cosa es que hayamos construido imaginarios hiperindividualistas, en los cuales parece posible o deseable a algunos ojos. Pero levantar la bandera por un país donde no existan límites a la libertad es igual a hacerlo por un país donde no existan garantías a tus derechos, ni opción alguna para la convivencia. De hecho, la libertad más básica implicaría una esfera propia en la que no ser agredido y eso tiene un equivalente necesario que es la no libertad de otro para interferir en tu esfera propia. Vivir en sociedad es renunciar a la libertad para hacer daño a cambio del derecho a que no puedan hacértelo. Implica establecer límites, también, por supuesto, limitar los límites a aquellos que sean necesarios.
Vivir en sociedad es un ejercicio constante de ponderación. Y no entenderlo, defender ese libertarismo, profundamente contrario a los valores del liberalismo, es abogar por un modelo de sociedad que queda fuera de nuestra Constitución.
Un texto que tiene como primer derecho fundamental a proteger la vida o en su preámbulo establece la voluntad de proteger a los españoles y atribuye a los poderes públicos la obligación de promover la libertad y la igualdad del individuo, situando al mismo nivel los dos valores.
Peces Barba recordó un 5 de mayo de 1978 en pleno debate de la Comisión de Asuntos Constitucionales a un viejo maestro al que tenía enorme devoción, que no era sospechoso para la bancada de Unión de Centro Democrático, Jacques Maritain. Éste decía que el impacto del empirismo en la cultura podía ser peligroso, porque había vaciado de sentido a la idea de la libertad. Y desde ese ejemplo añadió: “No caigamos -y lo digo con esta voz que creo que debe ser atendible desde otras perspectivas- en el vaciamiento de la libertad, y no convirtamos a esta Constitución en una Constitución de reglas de organización, en una Constitución tecnócrata”. Como él, creo en aquellos valores que inspiran el texto que abarcan más que su tenor literal. No sólo creo que el pasaporte covid puede encajar en nuestra Constitución, sino que implica poner de relevancia que el disfrute de tus libertades implica el compromiso con que el resto puedan disfrutar de las suyas. Algo que no podrán hacer si por tu egoísmo se contagian de covid o no pueden ser atendidos porque te creíste con la libertad de saturar la sanidad. Las medidas para proteger la vida de los otros son un ejercicio de libertad cívica. Hacer daño no lo es.