Pasaron los reyes magos dejando una estela de regalos que ha colmado la alegría de los más pequeños. La inocencia infantil es la realidad más bella de esos pasados días festivos.
Y, ella, en su casa, ha decidido retrasar el reciclaje del cartón de las cajas, del papel de regalo, del plástico y del vidrio que ha llenado el comedor de la casa de botellas de vino, cerveza y de cava.
En las principales estancias dormitan las bolsas más grandes de Mercadona colmadas de vidrio, otras del plástico de las botellas de agua, de restos de la deconstrucción de esos juguetes que colmaron la felicidad de tantos. El paisaje doméstico es caótico, esquinas y columnas asentadas de los restos de unas fiestas en la que arrasamos con todos los deseos.
Surgen, todavía, las serpentinas de colores, las mismas que lanzaron unos nietos pequeños sobre las cabezas de los mayores. Ella, en esa noche de reyes magos, permanece encogida, tristísima, reviviendo tantas y tantas noches de reyes en las que dormía, soñaba, y siempre acabó descubriendo a un rey vestido con una capa dorada y plateada.
Hemos inaugurado un año con todas sus consecuencias. Enero es, siempre, el mes de las previsiones y de los buenos deseos. Componiendo estas palabras me acompaña el maravilloso olor del sofrito y cocción de una paella dominguera en uno de los patios interiores de la casa. Siento que es un buen augurio, una sensación que transmite seguridad y buenas vibraciones.
Hemos comenzado un año que nos está dejando un sumando de incertidumbre. No sé, pero pienso en mi abuela Pepica, que sufrió y sobrevivió a una guerra, que vivió santiguándose cada día para que regresaran tiempos de paz y solidaridad. Ella conjugó una realidad mágica que engendraba todas las metáforas posibles. Ella, que caminaba con dificultad, con una espalda cuajada de psoriasis, era el positivismo y la alegría de la huerta de la Ribera Alta.
Me gusta pertenecer a una familia de mujeres sabias y hombres sabios. Las mismas y los mismos que recorren las habitaciones de mi casa, compartiendo infinitos sentimientos con quienes fueron mis antepasadas y antepasados.
A veces recuerdo el intenso aroma de una tomatera que crecía junto a la casa de mi abuela Pepica, en Gavarda, junto al río, y también los enormes y retorcidos tomates de mi abuela conquense María. Mi casa se llena cada día de los olores de la memoria, cada espacio vital, cada pasillo, cada ventana. Mi casa es el refugio de quienes he querido profundamente en esta vida.
Y sigo sintiendo, profundamente, el azahar que trepaba por las paredes y conjuraba todos los malos pensamientos. Porque aquella casa era una especie de punto de partida para una familia y, metafóricamente, para un pueblo. De hecho, las ranas y los sapos gritaban cada tarde y cada noche reivindicando su pertenencia al lavadero colindante de la casa de mi abuela. Y la Pantanà, y su crueldad, dejó sobre el amasijo de los restos de mi casa, un ramo de flores de azahar del eterno limonero y de los frutos de las tremendas macetas de mi abuela Era una casa mágica.
Arrancamos un año y no somos nadie, pero somos mucho, y todo, somos una imaginación desbordante. En mi casa se podía sentir el paso de aquellos caballeros que rescataban a los vulnerables, aquellos caballeros que irradiaban una masculinidad desenfrenada frente a unas mujeres poderosas, capaces de vencer y afrontar todas las dificultades.
En mi casa vital las cosas son enormemente mágicas. Mis abuelas eran seres sobrenaturales que nos enseñaron a conjurar cualquier mal que acechara. Y viven conmigo. Cada mañana me despiertan. Me bronquean porque me duermo, me preparan un desayuno de café, gachas y naranjas. Me advierten que cada día es una mierda de obstáculos, porque somos mujeres, me dicen.
Arrancamos un año que ha castigado a las mujeres desde la derecha y su ultraderecha. Y que nadie se engañe. La decisión sobre el aborto del gobierno autonómico de Castilla-León, de Vox y PP, es tan cruel como significativo de que el PP es un partido ultra dispuesto a todo. Porque arrancamos un año en el que están siendo asesinadas demasiadas mujeres.
Arrancamos un año de mierda. No sé ustedes cómo ven este nuevo inicio de ciclo. La actualidad de los últimos días ha sido un agobiante tránsito de mensajes. El despecho musicalizado por Shakira a su ex marido, el que fuera jugador del FC Barcelona, Piqué, se ha convertido en el himno de millones de mujeres despechadas. Bueno, somos miles las mujeres ultrajadas y humilladas. Centenares del miles. Y punto.
Escucho las voces de mis abuelas, de las mujeres que sembraron los árboles y las plantas por donde han ido creciendo más raíces y las ramas de mi alma. En mi casa resuenan sus quejidos, sus sueños. En mi cocina se cuecen los sofritos y los caldos de aquellas mujeres que merecieron el mejor destino. Este lunes mis abuelas vienen a comer conmigo una enorme olla de verduras, legumbres, huesos y carnes, un encuentro que recuerda toda la bondad del ser humano.
Con cada sorbo de un caldo denso y sabroso, pienso en este puto mundo egoísta y descarriado, en un momento de desasosiego y desesperanza. Y no debe ser así.