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TÚ DALE A UN MONO UN TECLADO / OPINIÓN

Todos somos la misma persona

Foto: BRIAN MERRILL
8/07/2021 - 

No nos separa el espacio. Nos separa el tiempo. Todos somos la misma persona en momentos distintos. No entender al otro es no querer ver que el otro también eres tú. O lo fuiste. O lo serás. A los diecisiete años me rompieron el corazón. Ya no quiero estar contigo, lo siento. Me enfadé. Es una egoísta, pensé. Una superficial incapaz de implicarse con nada que no sea su propio hedonismo vacío. A los veinte fui yo quien dijo esas mismas palabras a otra persona: Ya no quiero estar contigo, lo siento. Y mientras las pronunciaba entendí lo difícil que habría sido para mi primer amor dejarme. Sus dudas, su miedo. También sus ganas de vivir. Entendí que yo era más pequeño que sus ansias, como ahora esa chica a la que abandonaba era más pequeña que mis ansias.

La empatía ni siquiera necesita de otros. Todas las personas somos la misma persona. La empatía es casi una meditación personal. Enfadarse con alguien es enfadarse con uno mismo. Perdonar es perdonarnos. La vida es muy larga y en cada momento necesitamos cosas distintas. Y a veces nos encontramos a gente en el mismo momento: es tan fácil entonces todo. La misma mirada sobre las cosas. Las mismas necesidades y prioridades. Pero normalmente no es así. La gente es nuestro yo del pasado o del futuro. Ese adolescente gritón que se quita la mascarilla o pinta una esvástica en la pizarra fuimos nosotros, por ejemplo. La rebeldía sin causa, por el mero hecho de provocar, de poner en cuestión el mundo adulto. ¿No la hemos vivido todos de alguna manera? Decir que los jóvenes son idiotas es llamarte idiota a ti mismo. Doblemente idiota: por el idiota que fuiste y por lo idiota que eres ahora no dándote cuenta de que están viviendo ese momento vital en concreto. Y luego cambiarán, claro. Como nosotros hemos ido cambiando. Con la convicción de que quien somos ahora es el correcto. Una y otra vez.

He conocido varias veces a la mujer de mi vida. Mujeres perfectas para mí con las que no me entendí en los tiempos. Porque también somos ritmo. Mujeres perfectas, sí, pero para mis yoes pasados o futuros. En medio de la pista bailábamos pisándonos los pies. Por interés que tuviéramos en coordinarnos, escuchábamos un tempo distinto. A veces alguien está herido y necesita un fluir lento que le dé confianza. Mientras tanto nosotros necesitamos dejarnos llevar por la gran ola. Otras veces es al revés: necesitamos calma y la otra persona no puede dárnosla, ávida de explosiones. Cuántas veces dije adiós a la que podría haber sido la mujer de mi vida, diciéndome que sí, que tal vez en el futuro confluirán nuestros compases y seremos capaces de bailar al mismo ritmo.

Cada vez estoy más convencido (ya me desconvenceré en unos años) de que somos momentos vitales. De que en cada momento somos cómo miramos y nos entendemos con aquellas personas que están en ese mismo lugar. Si me encontrara conmigo mismo en algún otro tiempo es posible que no me soportara. Le daría muchas collejas al Alberto que fui. Igual que supongo que se las daría al Alberto que seré. A veces conozco a verdaderos gilipollas con los que no me puedo enfadar porque, en algunos momentos de mi vida, a gilipollas no me ganó nadie. Puedo alejarme si no me interesa su compañía, pero no enfadarme del todo con nadie. En serio. No puedo. A veces conozco a gente perdida como yo lo estuve y estaré. Y a gente segura de su destino como yo lo estuve o estaré. A gente que quiere sentirse libre y a gente que necesita sentirse atada. A gente que vive en el caos y a gente que planea con detalle cada movimiento. A gente que abandona y a gente que es abandonada. A gente que te llama a diario y a gente que desaparece sin excusas aparentes. A gente que habla sin parar y a gente que prefiere callar. A gente que sale cada noche y a gente que se recluye en casa buscando tranquilidad. A gente que llora de pronto y a gente que solo quiere reír y huye de los que lloran de pronto.

Todos son yo.

No entender a los demás, o al menos intentarlo, es un acto de miopía.

O de cinismo.

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