VALENCIA. "La imaginación necesita libertad y espacio, pero un trauma así lo ocupa todo, no hay nada más". Un día. Un solo día se reservó Nick Cave para contestar a todos. Lo hizo con una película rodada exquisitamente en blanco y negro y en 3D. La estrenó en unas cuantas ciudades. Nick Cave & The Bad Seeds, sí. Un nuevo disco, sí. Otra película, sí. Pero una losa imposible de superar en torno a su figura, en torno a su persona, abordando la cotidianidad de volver a componer, grabar y producir un nuevo álbum, Skeleton Tree.
La traumática muerte de su hijo Arthur Cave, de tan solo 15 años. Un nombre (el de Arthur) que no sonará sobre el audio de la filmación hasta pasada la primera hora de la misma. La que sigue es una percepción (una crítica, supongo) sobre el film, pero es distinta a muchas otras porque no pretende incentivar o desalentar su visionado. Fue sólo este jueves, de momento. Un único día para contestar al mundo, para tratar de acordonar un grupo de palabras acerca de la muerte de su hijo instalada en la rutina. Un único pase de la película de Andrew Dominik, realizador neozelandés amigo desde hace más de una década de Cave, para promocionar el lanzamiento de su nuevo álbum, Skeleton Tree, pero sobre todo para dar una respuesta a la situación.
Si la vida sigue, tal y como Susie y Nick Cave se aventuran a decir, ¿cómo se filtra a través de la figura de uno de los artistas más hondos del panorama popular internacional? ¿Cómo el propio Nick Cave cataliza la caída y muerte de su hijo por un acantilado tras haber tomado LSD? La ingesta de la sustancia química es una pista para entender -para atender- que la película es precisamente una respuesta a los meses de persecución mediática a los que han sometida a esa familia.
De hecho, Cave le propuso a Dominik la película con la intención de eludir la futura promoción del disco. En la misma se deshacen las canciones del mismo, presentadas este jueves -en el caso de Valencia en los cines Yelmo-, ante una sala abarrotada de seguidores que atravesaron uno de los momentos más intensos en el intenso perfil del compositor. Cave, poeta, músico, artista, deambula junto a la película ante la delgada línea en la que las imágenes y escenas se sitúan en la frontera de abordar la muerte de Arthur o eludirla. Así comienza, con el relato del gigantesco músico de estudio y directo Warren Ellis, compañero de Cave con los Bad Seeds y Grinderman, y sigue con el resto de personajes.
Ahí cabe la duda de si Cave está comercializando el asunto. Es una idea que merodea la película y que sólo a partir de la aparición de Susie, a partir de sus primeras conversaciones ante la cámara sobre el asunto y cuando el nombre del joven ya ha aparecido -casi como un tabú- tiene la capacidad de mostrar la incomprensión de lo sucedido ante la cámara. La lección de Cave en este caso, que nada tiene que ver con la ceguera que pueda producir el afecto por su obra musical o literaria, es no tratar de concretar sentimientos en su relato. Él mismo se reservó en el pacto con Dominik tener la última palabra sobre la edición.
El décimosexto álbum de Cave, que pocas horas después del estreno selectivo de la película ya podía conseguirse, se avanzó en el festival de cine de Venecia. En su parte más formal, cabe destacar que Dominik respeta la evolución del relato con un mensaje que en lo narrativo es si cabe igual de respetuoso con la historia que lo que son sus protagonistas. El cineasta ha admitido que se grabó sin estrategia de producción, sin apenas preproducción y casi con un sentido dogma en el que lo que sucede delante y detrás de la cámara se confunde, en una hermandad visual en la que algo así como un secreto, un profundo impacto personal, es tratado de forma unánime por todos los integrantes del equipo.
La película también afronta la compleja intimidad de Cave, Ellis y los músicos. Cómo se enfrentan al registro de las canciones y cómo las sensaciones pueden desnaturalizar las tomas. De hecho, en la primera mitad de la película esta idea lucha por sobreponerse -como concepto- a esa situación de fuerza que lo ocupa todo. Como dice Cave, "la imaginación necesita libertad y espacio, pero un trauma así lo ocupa todo, no hay nada más". Los últimos 20 minutos del film, una vez los protagonistas se han ido abriendo desde la incomprensión y la resignación a la muerte de Arthur, son devastadores. La película se eleva y desgarra, atreviéndose a mostrar imágenes y a realizar ejercicios semióticos que ponen el listón de la sensibilidad de Cave muy lejos, pero en los que cabe reservar todo el mérito posible a Dominik como inmejorable correa de transmisión de una historia que -como el artista admite- perseguirá a uno de los últimos grandes del rock durante el resto de su carrera.
One More Time With Feeling es, al fin y al cabo, la fórmula a través de la que Nick Cave anuncia que todo, lo cotidiano y sobre todo lo creativo, ha cambiado para siempre. Y seguirá, pero sería una desfiguración de su figura negar todo lo que esta película -sin una aproximación fácil y tangible al sentido de la muerte- es capaz de abrazar. Es posible que una de las ideas más interesantes que le quedan al espectador, de las más enriquecedoras, es la no propiedad de la muerte por parte de cualquier que no sea, precisamente, quien ha fallecido.