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el callejero

Rafa no para de dar la lata

Foto: KIKE TABERNER
25/08/2024 - 

VALÈNCIA. Rafa Viguer es un tipo conciso, que no se anda por las ramas, y de entrada, tras la primera pregunta, es capaz de resumir su vida en una frase. “Yo curraba en la tele y, cuando el ERE, me reconvertí y monté esto”. Dice “esto” y hace un gesto con la cabeza para señalar las cajas, vistosas cajas con bonitos dibujos, que contienen las latas de conservas con las que ahora se gana la vida. No son latas comunes de mejillones en escabeche o de berberechos. Este hombre maduro, de 57 años, y reciclado les ha dado una vuelta y ha buscado, de paso, darles un punto muy valenciano.

Pero no vayamos tan rápido como él. Porque justo ahora ha tomado un par de decisiones trascendentales. La primera es cerrar el puesto que tiene en el Mercado Central. La segunda, lanzar al mercado, en paralelo a sus latas, una línea de zumos. Rafa va probando. Porque también se atrevió con una heladería. Una catástrofe económica. “Eso fue cuando circulaba por la ciudad el rumor de que el Mercado Central iba a empezar a abrir por la tarde”. Este pequeño empresario vio ahí un filón y se lanzó con los helados. Pero ni el mercado abrió por la tarde ni aquello fue el negocio de su vida.

Viguer es del barrio de Monteolivete, donde su padre tenía un taller mecánico que ahora regenta su hermano Carlos. “Vivíamos en una de esas calles feítas y estrechas del barrio”. El chaval estudió en Maristas y, cuando acabó, hizo Filología. Tenía otras aspiraciones, que iban más por lo audiovisual y lo periodístico, pero se tuvo que conformar con la cátedra de cine, radio y televisión que tenía Jenaro Talens -un granadino que dio clases en la Universitat de València-. Luego remató sus estudios en el CEV (Centro de Estudio del Vídeo) en Madrid.

Y de ahí, a trabajar. “El CEV era un pequeño trampolín que te ayudaba en aquel entonces, en el 89, a entrar en las televisiones privadas. Entré en Antena 3 y estuve un tiempo. Tuve oportunidad de hacer cosas chulas, cosas chulas para mí, como meterme en La Clave con (José Luis) Balbín. Sentir esa sintonía tenía gracia y eran los tiempos en los que todavía se fumaba, era acojonante. También sentí la emoción de tener encuadrado en el visor a Jesús Hermida. O el inicio de Antonio y Luis Herrero. Fue una época interesante”.

Su fascinación por el cine

Rafa se ha vuelto a embalar. Es necesario que, en la televisión, en un tiempo en el que su sueño era escribir guiones, trabajó como ayudante de realización y como realizador. Presentó algún proyecto que no funcionó y se atrevió con algún cortometraje.

Como si fuera una continuación de aquellos empeños algo quijotescos, añade que ahora, en la madurez, también escribe y se edita los libros en Amazon. Pero lo primero que escribió fueron guiones. Aquel Rafa Viguer era un joven deslumbrado por la cultura y que se convirtió en cinéfilo tras el impacto que le causó de adolescente el estreno de Ópera Prima (1980), de Fernando Trueba y protagonizada por Óscar Ladoire -el guion lo escribieron entre los dos-. “Eso me removió. Me pareció una cosa muy chula. Aquella Ópera prima fue como un despertar para mí. A partir de ahí me hice, a mi manera, un poco cinéfilo. Entonces me cautivaba el cine negro, pero hoy en día soy un espectador normal y corriente que solo busca entretenimiento y no arte y ensayo”.

Llama la atención que Viguer, un hombre con una voz muy peculiar que ha hecho un poco de todo, tiene muy pocas ínfulas. El pequeño empresario le resta importancia a todo lo que ha hecho desde que se estrenó en el mundo laboral en aquella televisión por cable que se llamaba Procono, en la que duró un pispás porque llegó agosto, se presentó en la tele en bermudas, el director lo miró de arriba abajo y lo despidió de mala manera. “¡A la puta calle!”, le dijo.

Rafa sigue llevando bermudas en agosto. Las de hoy están un poco arrugadas pero van a juego con el polo. También calza unos mocasines sin calcetines. A un lado, cerca de la mesa de MiCub, cliente y uno de los bares que hay en el Mercado de Colón, tiene aparcada la bicicleta con la que se mueve por València y con la que muchas veces hace el reparto de sus latas. Pero no nos embalemos ahora nosotros. Que Rafa aún estaba en Madrid con Balbín y Jesús Hermida. Aquella experiencia en la capital duró de 1989 a 1993. Hoy, más de treinta años después, Viguer cree que se volvió “demasiado pronto”. En Madrid se cocía casi todo y yéndose de allí perdió la oportunidad de haber probado con la industria del cine. Pero sus amistades estaban en València y ya se había puesto en marcha Canal 9. Pensó que era un camino demasiado cómodo como para no emprenderlo y dejó Madrid. “Tuve miedo de no aprovechar la oportunidad y fui a lo fácil. Volví a València y me aburguesé”.

La riña de Paul Auster

València no era Madrid, ni Canal 9 era Antena 3, pero aquí también tuvo la oportunidad de hacer algo interesante. “Eran los tiempos del primer PSOE y al principio entré en programas de Informativos, luego, con el PP, estuve en Colp d’ull, un programa cultural que tenía otro tono. Era la forma que tenía el PP de demostrar que podía ser televisivamente moderno. Eso fue chulo porque entrevistamos a gente como Paul Auster. Era un programa que intentaba seguir los pasos de La mandrágora (TVE), que era moderno. Entonces tenías que hacer encuadres torcidos, cosas algo gratuitas; te veías obligado a hacer cosas incómodas. Ese día hice una cosa muy rara y Paul Auster dijo que era estúpido. Tomé conciencia de lo gilipollas que había sido y que llevaba toda la razón del mundo. Me puso en mi sitio de una forma cariñosa”.

El Rafa más aburguesado no se movió de Canal 9 hasta que lo cerraron. En su caso no fue algo angustioso ni traumático. “Recibí la salida al exterior con cierta frescura, y eso que yo estaba bien. Pero la indemnización fue completa y eso te daba un margen. Eso me dio cierta energía positiva y me atreví a emprender. Ahí fue cuando me pegué un batacazo porque al primer intento estaba convencido que me iba a salir. Cuando viajas por Europa todo el mundo va con helados, aunque haga frío, y en el Mercado Central ya iban muchos guiris. Así que pensé que si montaba una heladería me iba a forrar. Y me la pegué. Palmé como un campeón con aquel negocio al que llamé Gelateria Central. Los guiris llegaban y se sentían deslumbrados por la fruta, como es normal, y cuando ya podían empezar a consumir helado prácticamente era la hora de cerrar. Es un negocio que hubiera funcionado mejor por la tarde”.

El nuevo heladero aguantó poco más de un año. Cuando la sangría económica empezó a escocer, en 2014 o 2015, cerró. Ahora se sorprende por el atrevimiento de hace diez años, lanzándose a la aventura sin un mal curso de la Cámara de Comercio ni formación alguna. “Luego me reconvertí, intenté traspasar la parada y me planteé volver a trabajar como cámara. Pero no lo pude traspasar ni vi la posibilidad de recuperar el dinero, despedí a la chica que tenía contratada, me descapitalicé y lo reconvertí para vender latas de conservas”.

Al contrario que como cámara, como empresario siempre le gustaron los vericuetos. Caminos complicados. Un bar de Ruzafa había imitado la moda portuguesa de comer de latas y estaba funcionando, así que Rafa Viguer pensó que él podía hacer latas clásicas, pero también unas más valencianas después de que algunas personas se lo sugirieran. Era un mundo totalmente nuevo para él, pero supo moverse. “Es complicado buscar el producto. Si ahora volviera a empezar, buscaría sencillez. Mucha gente me dice que me monte una pequeña fábrica, pero yo, con 57 tacos, no me montó una pequeña fábrica ni loco. Entonces colaboro con varias diferentes. Se las alquilo y las recetas son mías. Cada una me hace una cosa. Tengo una en Portugal, otra en Motilla del Palancar, otra en… Es una complicación. Ahora lo metería todo en una misma fábrica”.

Las recetas de su madre

Su primera lata fue de angulas en allipebre. “Yo quería que fuera del Palmar, que no fuera de piscifactoria. Pero si era extractiva necesitaba que el día anterior el pescador sacara un determinado número de kilos y eso no era posible. Era una complicación”. La primera idea condicionó el nombre de la marca: Samare. “La anguila maresa es la de mejor calidad, pero no me quise apropiar del nombre y le di la vuelta porque, además, las recetas son de mi madre y el mare nostrum es de donde sale todo. Así que Samare era perfecto”. Su madre, que aún vive, se llama Encarnita y, como muchas madres de su generación, es una gran cocinera. La mujer se inventaba sus recetas y otras se las encontró Rafa por casa. Como el ‘abadejo dels frares', que lleva bacalao, tomate seco, naranja, alcaparra, ajo, aceite de oliva y sal. O gambas con ajo negro.

El conservero quiso aportar su toque personal con un diseño de las cajas muy particular. Unos dibujos se los hizo la ilustradora Virginia Lorente, y otros, Sergio González Zarzo. También hay algunos que son fruto del azar. Rafa vive cerca de la huerta y un día, paseando a la perra, vio unas cenefas en una casa de campo y decidió usar el dibujo para adornar las latas de los bollets.

Ahora, en unos días, va a lanzar lo que él denomina “zumos de trago corto”. A Rafa le entra la risa al explicar que le da mucha rabia cuando la gente se bebe algo de un trago, y usa una onomatopeya para describir al tragón, por eso ha decidido hacer algo más selecto y muy natural. Los zumos los va a elaborar en València, en un obrador, y se hace el despistado para no dar demasiadas pistas a la competencia. “Me gusta que esté todo pensado, meditado y vertebrado. Hasta ahora he ido un poco a trompicones. Esto lo tengo más pensado y eso me da paz mental. Lo lanzaré en septiembre u octubre. Ahora ya tengo experiencia comercial, ya sé cómo va el mercado”.

Se le nota ilusionado. Del mismo modo, se le nota incómodo cuando se ve obligado a hablar de su pulsión literaria. “Solo es un pasatiempo y ya está”, dice un poco avergonzado. En sus libros, en la descripción del autor, es mucho más audaz. Al final va a ser que Rafa Viguer, en su mundo, dentro de su lata vital, es mucho más libre y extravertido. Se le da bien resumirlo todo en una frase: “Exrealizador de televisión, comerciante poco avispado, conservero sobrevenido y dibujante de cómics frustrado, el autor amenaza en su madurez con pueriles historias hilvanadas solo por quien el paso del tiempo le ha pillado en un renuncio”.

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