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memorias del subsuelo de la ciudad

En las entrañas de València: del atraco de los Seguí a la fuga de presos de San Miguel

Foto: KIKE TABERNER

Las canalizaciones y túneles de València han sido escenarios de numerosas vivencias de la ciudad

31/03/2019 - 

VALÈNCIA. “Nuestro trabajo es que la gente no se dé cuenta de que estamos trabajando, que no se enteren; pasar desapercibidos”. Antonio Llopis, jefe del Ciclo Integral del Agua lo comenta en la cafetería del Palacio de Congresos. Junto a él se encuentra Carlos Espinosa, de Acciona Aguas, gerente de la UTE que gestiona las cinco depuradoras que lleva el Ayuntamiento de València. El Palacio de Congresos es un hervidero. Hasta 700 personas tomaron parte en el 35 congreso de la Asociación Española de Abastecimientos de Agua y Saneamiento organizado por Globial Omnium, inaugurado el miércoles por el alcalde de València, Joan Ribó, y que concluyó el viernes. Y entre ellos estaban Llopis y Espinosa.

El congreso ha servido para analizar problemáticas en común a todas las ciudades, así como ponerse al día de las novedades tecnológicas. Lugar de encuentro de profesionales y empresas, durante tres días han reflexionado sobre todo lo que rodea su trabajo, en el que constantemente se ven obligados a resolver incidencias para que el flujo del agua subterránea de las ciudades no se interrumpa. Espinosa explica que, por ejemplo, en la actualidad se emplean ya drones con cámaras para explorar las tuberías. Las imágenes son transmitidas a los centros de control donde certifican si hay filtraciones, tapones o cualquier otro problema imaginable o por imaginar. Pero no son los únicos avances. En un stand una empresa muestra un nuevo material que se adhiere a las canalizaciones para facilitar sus reparaciones. “Toca la superficie”, invita Llopis. Es suave. Es un compuesto de carbono. Un gráfico explica las diferentes capas de la tela. Un comercial le explica a un congresista las utilidades del material, que permite reparaciones rápidas y efectivas. 

En el caso de València, como quiera que la ciudad es plana, todo el sistema de tuberías funciona por estaciones de bombeo que están controladas desde la oficina central, en el Cabanyal. A lo largo de todo el trazado hay diferentes estaciones y nudos, algunos ignotos. En el antiguo cauce del Turia, bajo de la explanada de los castillos hay una presa hinchable que, cuando se producen grandes aluviones de lluvia, se deshincha para que el agua circule fluidamente. Desde hace tiempo los técnicos municipales habían detectado problemas en las canalizaciones pero ha sido durante la limpieza del Colector Norte que se han dado de bruces con más de 5.000 toneladas de desperdicios, mayoritariamente toallitas, pero también hilos dentales que provocan telarañas donde se acumulan desperdicios, tampones, compresas, discos desmaquilladores… Al margen de elementos más anecdóticos como una cabeza de caballo, la inmensa mayoría de los desperdicios son objetos de uso común que son arrojados a las canalizaciones por los ciudadanos sin ser conscientes de lo que eso supone. El problema, que ha costado una factura de ocho millones de euros, ha obligado al Ayuntamiento a pedir al Banco Europeo de Inversiones 160 millones para renovar la red de saneamiento, que incluye el colector norte. 

Foto: MANU BRUQUE/EFE

El atasco de 3,5 kilómetros está "confinado" y ahora mismo ya está limpio casi la mitad, 1,6 kilómetros, según explicó el ingeniero Jesús Cenicero durante una visita con medios de comunicación esta semana. En ocasiones se menciona que la red del alcantarillado mide más de 1.400 kilómetros. A ello habría que unir otros 1.300 kilómetros de redes de agua y otros 140 kilómetros de agua de baja presión. De estos más de 2.800 kilómetros, sólo son visitables en torno a 170, explica Espinosa. A ellos habría que unir los 26,5 kilómetros de metro soterrado de FGV. En total, por debajo de València se escondería una ciudad subterránea de unos 200 kilómetros. En el stand de Acciona Agua se proyecta en loop con imágenes de la limpieza de las toallitas. En él se pueden ver parte de esos 200 kilómetros, largos y oscuros túneles, iluminados por las linternas de los técnicos y los claros de luz que penetran por las puertas o alcantarillas. Un responsable de Acciona, acreditado, se acerca y comenta: “Hasta que no estás debajo, no se entiende”.

Foto: KIKE TABERNER

Una de las pocas canalizaciones antiguas pisables se encuentra en el cruce de la calle Barcas con Poeta Querol y Pascual y Genís. Se trata de la acequia de Rovella, dice Llopis. Fue la que usaron unos bandoleros del siglo XIX, los Seguí, para su espectacular asalto al Banco de España en 1871. Los Seguí, cuyas andanzas han sido recogidas por el escritor Manel Arcos, alquilaron una casa en las proximidades del banco, en la entonces llamada Plaza de las Barcas, hoy Pascual y Genís, justo enfrente del Teatro Principal. En la casa excavaron un túnel que les llevaba hasta la acequia subterránea. Por ésta, yendo siempre por el subsuelo, llegaron hasta situarse justo debajo del Banco de España, que entonces se encontraba en la plaza de la Congregación, hoy de San Vicente Ferrer, justo en medio de la calle del Mar. Y excavaron otro túnel, éste hacia arriba, para acceder a la cámara acorazada. El problema es que cuando llegaron les esperaba la Guardia Civil.

En la película Cien años de perdón, rodada parcialmente en València, también unos atracadores emplean túneles, en este caso los del metro. Sin embargo, estas secuencias no se rodaron en València, aseguran desde FGV. Viendo los vídeos comentan: “Esos túneles se han hecho con tuneladora; no son como los nuestros”. El subsuelo que es competencia de la empresa pública de transporte ferroviario ha sido testigo de otro tipo de grabaciones, en este caso de los vídeos subidos por un par de Youtubers. En junio de 2017 Marc Vilas y Portillo grabaron y colocaron en la red social sendos vídeos virales (superaron el millón de reproducciones cada uno) con su paseo en barca por los túneles inundados de la abandonada línea 10, entonces T2. Medio año antes, en Nochevieja, esa misma infraestructura abandonada fue escenario de una rave improvisada. 

La administración autonómica decidió recuperarla e inició un laborioso proceso que comenzó a fructificar el pasado 15 de marzo, cuando firmó el primer contrato. Tres días antes se había firmado el contrato para soterrar el Empalme de Burjassot, una obra que incluye 288 metros de túnel construido y sin dar uso desde hace ocho años. La Línea 10 como el túnel de Empalme de Burjassot, son las únicas obras abandonadas de metro. Y ambas están siendo reactivadas. A diferencia de otras ciudades, en València no hay estaciones antiguas abandonadas, como en París, Londres, Madrid o Nueva York, ni grandes hallazgos. Su metro es demasiado reciente, se inauguró en 1988, como para que hayan quedado rastros abandonados del pasado o estaciones en desuso. Sí que alberga una sorpresa, una imagen de Santa Bárbara en el túnel de Alameda. Virgen y patrona de los mineros y tuneladores, se instaló en el cruce durante la construcción del metro, sobre 1994. Durante años fue un hecho desconocido hasta que en 2013 un usuario del metro alertó de su presencia.

Los túneles del metro, por contra, han sido escenario de una de las mayores tragedias sufridas en la ciudad, la que ocurrió el 3 de julio de 2006, a pocos metros de la estación de Jesús. En el accidente murieron 43 personas, de las que 21 eran habitantes de Torrent, y sufrieron heridas otras 47. Uno de los indicativos Delta de la Policía Nacional que acudió al rescate de heridos cuenta que nunca tuvo pesadillas con lo que vio pero que “siempre” que pasa por la calle, revive lo que sucedió abajo. “Lo que más me impactó”, rememora, “es que sonaban los teléfonos móviles por todos lados. Su sonido. Y el olor a sangre, a personas…”. Duda antes de hacer la analogía: “Olía como un matadero”. La ciencia ha demostrado que algunos recuerdos se copian en nuestro cerebro en forma de patrones de actividad neuronal y forman sinapsis casi imborrables. Él lo vive; no puede olvidar.

Cuando se habla del subsuelo, resulta inevitable referirse a la Valencia romana que se halla bajo la Almoina. El museo está concebido como un paseo a otro tiempo y es un ejemplo de cómo la ciudad ha ido creciendo superponiendo capas. Debajo están las raíces. También el subsuelo de otro monumento valenciano contiene historias, pero estas más recientes. El Monasterio de San Miguel de los Reyes, sede de la Biblioteca Valenciana, cuando fue presidio vivió fugas mediante túneles, la última en 1962. Un grupo de once presos escapó en una huida idéntica a la de los protagonistas de la película La gran evasión (1963). Los reclusos, cuyas edades oscilaban entre los 23 y 57 años, eran de todo tipo, comunes y políticos.

Foto: KIKE TABERNER

La fuga fue descubierta a las dos menos cuarto de la tarde, al hacer el recuento de los presos para pasar al comedor. Según una información aparecida en el Diario de Burgos el 31 de julio de 1962, cuando los funcionarios del centro se apercibieron, realizaron una inspección por toda la zona y descubrieron la mina subterránea en la sección de curvados del taller de carpintería, que atravesaba el recinto para salir a medio metro del muro del mismo, a una distancia aproximada de unos cinco metros de la garita del centinela. “La mina”, contaba la prensa del momento, “estaba perfectamente camuflada y cubierta con una tapado madera. Los reclusos habían instalado bombillas eléctricas”.

El historiador Fernando Javier López explica que para escarbar el túnel emplearon herramientas tan rudimentarias como tenedores. Para que nadie descubriera la tierra que sacaban, la mezclaban con la ceniza que generaba un horno cercano. El ardid funcionó. Cuenta el escritor valenciano Rafael Solaz que él era un niño, apenas tenía doce años, cuando oyó hablar de esa fuga. Fue durante la paella dominical en casa de una tía suya, en la huerta. Su tía poseía una vaquería y los presos se habían escapado por allí. Encontraron la libertad creando un camino bajo el suelo, bajo tierra, por donde nunca nadie miraba.

Foto: KIKE TABERNER

En la actualidad las posibilidades de que se produzcan túneles como éste o el de los Seguí son mínimas. Una unidad de la Policía Nacional explora de manera periódica esos 200 kilómetros visitables que zigzaguean bajo tierra, los de aguas y los del metro, inspecciones que se han reforzado en los últimos años por la alerta antiterrorista. “Nunca sabemos por dónde van a ir. Ellos nos avisan y les acompañamos”, explica Llopis en el Congreso, en el stand de Acciona. La pared del stand reproduce a gran tamaño una imagen de dos técnicos del servicio, vestidos con sus monos claros, sus cascos, mascarillas y linternas, inspeccionando uno de los túneles del colector Sur, comprobando que todo fluye con normalidad por las venas de la ciudad. Custodian la València subterránea. Atendiendo a lo dicho por Llopis, si no sabe que existen es porque están haciendo bien su trabajo.

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