En 1994, alguien ideó uno de esos proyectos para poner a Valencia «en el mapa», la ZAL. El único problema era una pequeña pedanía de la que nadie se acordaba. Una década después de acabar las obras, la ZAL sigue vacia y los vecinos luchan contra el olvido
VALENCIA. Cuando llegamos a La Punta hay reciprocidad: algunos vecinos nos miran extrañados, con la poca costumbre de recibir visitas de fuera de este cosmos; nosotros miramos desde el asombro curioso. No es nada personal, sólo la perturbación que provoca una porción de pedigrí huertano que ahora se asemeja a un puzzle donde no encaja ninguna pieza. Todas están montadas huérfanas de lógica, las contadas alquerías que perviven comparten vecindad con cemento, mucho cemento.
Las viviendas sobre las que el poblado se establecía fueron suprimidas tozudamente, y en su lugar filas de adosados ocupados por algunos de los antiguos vecinos, los que no pudieron resistirse a su pasado y volvieron. El espacio mayoritario pertenece a un asfaltado sin usos. La apariencia de un enorme circuito de velocidad donde los coches nunca dieron vueltas. Territorio ZAL, la Zona de Actividades Logísticas que, queriendo ensanchar puerto, justificó fulminar una huerta de huertas para dar paso a la nada. Es éste un cuento virulento de cómo otra vez algunas infraestructuras degollaron pueblos.
Aurelio Martínez a veces parece una reproducción de un casco azul que acude a situaciones de conflicto. Después de ser llamado para ponerle el torniquete al Valencia, le toca interpretar el papel de socialdemócrata portuario. El jefe del Puerto asume la voz de una institución que, junto al Ayuntamiento (PP), Generalitat (PSOE) y SEPES, la entidad pública de Fomento (PSOE) encendieron en los estertores de 1994.
(Lea el artículo completo en el número de enero de Plaza)