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sin complejos / OPINIÓN

Lengua, lenguaje y lenguaraces

Foto: ROBER SOLSONA/EP
30/11/2020 - 

VALÈNCIA. Primero roja y después rota. Ahora que ya conocemos la hoja de ruta de Bildu, socios preferentes de este Gobierno en la dirección del Estado (el vicepresidente Pablo Iglesias ‘dixit’), solo nos queda asistir al desmembramiento de la arquitectura constitucional con la que España ha conocido el mayor periodo de prosperidad de su historia. Algunas pistas ya tenemos de cómo se piensa descerrajar el candado constitucional del 1978. En la maldita Ley Celaá se encuentra uno de los primeros: la lengua. Sin ser uno de los elementos más dañinos de esta normativa, puesto que la eliminación de la educación especial me parece especialmente inhumano, sí es prioritario en el calendario de desconexión que ya lleva andados algunos pasos.

Eliminar el español (entiendo el castellano como un dialecto del idioma) como lengua vehicular de la educación es destruir uno de los elementos comunes de la nación. Con la excusa de la enseñanza prioritaria de las lenguas vernáculas se justifica que el español, como pueda ser el inglés, es una expresión cultural extranjera más, ajena a lo propio y verdadero del país, sea cual sea éste. Obviamente, no está para nada relacionado, pero los nacionalistas saber enlazar conceptos inconexos con la misma facilidad que hacen hilos en Twitter. 

Basta mirar cómo la inmersión lingüística en Cataluña ha inflamado décadas después de su inicio un sentimiento independentista alimentado por un negociete colateral de medios de comunicación, asociaciones, plataformas y demás afines no a la lengua sino a la causa. Todos con dinero público, eso sí, como las subvenciones a la lengua otorgadas a las empresas del  hermano del presidente de la Generalitat, Francis Puig, y que han llevado al banquillo de los acusados al director general de Política Lingüística, Rubén Trenzanos, por falsedad documental. No al secretario autonómico de Presupuestos ni al director general de Relaciones Informativas (responsable de las ayudas a los medios de comunicación); no, al director de Política Lingüística, uno de los muchos chiringuitos montados alrededor de la causa.

La ministra Isabel Celaá. Foto: DAVID CASTRO

Por eso, desde que los nacionalistas alcanzaron en 2015 el gobierno de la Generalitat Valenciana a lomos de un entregado PSPV, una de sus principales obsesiones ha sido continuar la vereda de sus hermanos catalanes. Compromís ha intentado por activa y por pasiva construir el ideario nacionalista con la lengua como argamasa del resto de su edificio, aunque éste fuera de paja. Por el momento, los procesos judiciales emprendidos por el PPCV han logrado su objetivo de detener este retroceso educativo. Sin embargo, la aprobación de la Ley Celaá dejará expedito el terreno para continuar el proceso disruptivo nacionalista. Y no podremos hacer nada, por el momento, hasta que no se aparte a un gobierno que comparte la misma filiación que ERC o Bildu y se sustituya por otro garante de todos los derechos, no solo los de unos pocos.

De ahí la alegría de la Plataforma per la Llengua, que manifestaba sin ambages en las redes sociales que la ley de educación (traduzco) “espolea la @gencat, la @generalitat valenciana y el @goib a intervenir en patios, comedores y actividades extraescolares para reforzar el catalán en estos espacios”. Vía libre a los espías lingüísticos de nuestros hijos, que primero serán vigilados y después castigados por no hablar “catalán” con sus amigos. No duden de que después serán castigados por expresarse en español y, en último término, por no ser indpendentistas.

Miguel Hernández.

Hasta aquí, nadie niega la importancia de la lengua y el lenguaje. Para perpetrar este genocidio cultural programado contra el español son muy importantes las palabras. Por eso, borrar una parte de nuestra cultura no puede considerarse para nada ‘progresista’, al contrario, es regresivo y empobrecedor, ni un gobierno que practica esas políticas merece este autodenominado calificativo. Sería absurdo abjurar de Miguel Hernández solo por el hecho de ser un cabrero oriolano, lo que no es disparatado para los nacionalistas es que Miguel naciera en realidad en Xàtiva y que, en realidad, hubiera querido escribir en valenciano pero Franco no le dejó. Ejemplos como éste hemos tenido con Cristóbal Colón, que salió del Ampurdán para descubrir América.

Tampoco quienes luchamos contra esta deriva nacionalista somos ni ‘botiflers’, ni ‘fachas’ ni ‘antivalencianos’. No reniego de ser de Orihuela, tampoco escondo que soy castellanohablante y que no hablo con fluidez el valenciano porquero lo estudié. Apoyo la enseñanza en valenciano porque también forma parte de mi patrimonio cultural, de la tierra que siento, al igual que el español. Al igual que entiendo que la doble línea de enseñanza que puso en marcha el PP es la mejor medida para amparar los derechos de todos. Quienes nos ponen estas etiquetas, de las que siempre tenemos que defendernos, conocen que las palabras son armas (vuelvo siempre que puedo a Miguel) y nos las ponen en la sien.

Lenguaraces de escaso respeto ajeno y amplio agravio propio, obsesionados por romper candados pero crear crear para dividirnos entre los buenos y los malos. Primeros rojos y después rotos. Ni una cosa ni la otra. Busquemos mejor palabras que todos entendamos y compartamos. Inicio yo la lista: libertad. Recorramos juntos ese camino.

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