DE PINTXOS POR LOGROÑO

No todo es Laurel en Logroño

La Laurel, como se le conoce popularmente, es la calle logroñesa por antonomasia para ir de pintxos, pero no es la única vía de la ciudad riojana para estos menesteres.

| 15/09/2023 | 4 min, 45 seg

Como buena ciudad del norte de la península que es, la capital de La Rioja es tierra de practicar el nomadismo restaurador: ir de un local a otro bebiendo y comiendo en pequeño formato. La calle del Laurel, situada en el casco antiguo, es una ventana al tapeo a lo largo de doscientos metros. Siempre bulliciosa, siempre como una cornucopia del bocado diminuto y de momento, firme en su propósito de ofrecer buena gastronomía con sensatez en la cuenta. Entre otros motivos, porque la ley de la oferta y la demanda siempre se cumple, y oferta a Logroño no le falta.

Escribía Juan Eslava Galán en Una historia de toma pan y moja que a mediados de los años cincuenta, cuando la economía dio señales de recuperación y esta se manifestó en la calidad y variedad de la dieta “el espectro del hambre se fue alejando de los menesterosos y las clases medias se fueron soltando el cinturón. (...) En los bares del norte comenzaron a aparecer los pinchos acompañando la bebida, al principio simples encurtidos pinchados en un palillo, un taco de atún con pimiento o el Gilda (en homenaje a Rita Hayworth), una combinación de guindilla verde, anchoa y aceituna. Después surgieron preparaciones más complicadas, incluso de alta cocina, y hoy el pincho va camino de convertirse en la versión hispánica del fast food americano, la cocina en miniatura, la tapita, la cazuelita”.

La Laurel es el pintxo de champiñones del Soriano: champiñón a la brasa con o sin gamba, cocinado al momento y a la vista, con su ajoaceite; las bravas del bar Jubera; el Blanco y Negro, el bar más antiguo de la calle Laurel, y su matrimonio, que difiere del consumido en Murcia: se trata de un pequeño bollo de pan crujiente servido caliente, con una anchoa, un boquerón y un toque de pimiento verde. Aunque para anchoas está el Rincón de Alberto y su género traído desde Santoña.


Varias generaciones de hosteleros han pasado por Tío Angus. Su lema es “En un bar no puedes estar solo por dinero: también tienes que estar por diversión”, y así, entre la algarabía y las chanzas, preparan al momento pinchos morunos o de chistorra y otras recetas cárnicas como la que da nombre al local: un bocatín de cerdo adobado con salsa secreta de la abuela Damiana. Se han adaptado a los tiempos esta misma receta la ofrecen con tofu en lugar de carne de porcino. Otro local especializado en brochetas es Juan y Pinchamé, un veterano de la calle especializado en la brocheta de langostinos con piña fresca.

Fuera del circuito tradicional, destacan espacios como Roots, el proyecto del alicantino de origen ruso Oleg, que se instaló en La Rioja para aprender del vino en una de las plazas más tradicionales de entre las denominaciones de origen de España. Roots se vende como “más que un bar de vinos independientes”. Se encuentran en la travesía San Juan, fuera del kilómetro cero de la Laurel, y ofrecen una selección limitada de caldos alternativos y un par de opciones gastronómicas de inspiración latinoamericana como los tacos o el ceviche, junto a los clásicos e infalibles de cualquier bar: ensaladilla, tabla de quesos y gildas.


Cambiando de tercio, en el centro de Logroño se ubica Tondeluna, la propuesta informal de Francis Paniego que conjuga la actualidad con la tradición. Aunque el precio medio del ticket ha aumentado considerablemente, sigue manteniéndose en unos niveles lógicos. Las croquetas reproducen la receta de Echaurren, el restaurante Michelin de Paniego. Están consideradas de las mejores de España y son parte del legado de la madre del cocinero. El lado más local de la carta se encuentra en los pimientos en tiras con huevo y patatitas y el guiso de pochas con codornices.

La Rioja tiene su propio queso: el Camerano. Este queso de color entre blanco y marfileño, tiene un llamativo aspecto exterior: una corteza que presenta las marcas características de la “cilla” o molde de mimbre trenzado, que desde su momento inicial de fabricación se emplea para conferirle su llamativa forma. En Tondeluna se sirve para el postre, sobre una tosta acompañado de manzana y miel. Para tomarlo como protagonista, en La Casa de los Quesos, un templo para los amantes de los lácteos fermentados, se puede encontrar este y otros quesos autóctonos.


En un rincón aceptablemente tranquilo se encuentra La Guarida del Carmen, en el número 8 de la calle del Carmen. Un bar pequeño y con la carta justa, con paredes profusamente decoradas y la cercanía de Pedro e Iggy, sus propietarios. El suyo es uno de los locales de la San Juan, la alternativa a la Laurel más mainstream. Veneran las costumbres castizas, pero las renuevan para dar acogida a públicos jóvenes y alternativos. Buenos vinos, buena atención y la ración o bocatín de bacalao en aceite con opción de salsa picante o el tiburón, un bocata similar al matrimonio pero con guindilla, anchoas en salazón y sardina.

Comenta este artículo en
next