El producto local, con la denominación del municipio incluida, está asociado a más calidad, sabor y ecología, por lo que aumenta su demanda
VALÈNCIA. Hace menos de un mes tuvo lugar la feria del tomate de El Perelló. En los apenas tres días que duró el certamen, comerciantes y productores lograron vender alrededor de 45.000 kilos de esta demandada variedad tomatera. No obstante, el objetivo del evento iba mucho más allá.
"Estamos muy satisfechos del impacto positivo que tiene en el turismo y la imagen de El Perelló, lo que nos hace augurar una buena campaña turística de verano", apuntaba Juan Botella, alcalde de esta entidad local menor que forma parte del término de Sueca y que suma sus playas a sus encantos.
En ese punto radica la clave: en vincular un producto de calidad, con prestigio, al topónimo de una población. El tomate de El Perelló constituye uno de los ejemplos más paradigmáticos; no obstante, emergen con fuerza otros como la berenjena roja de Gandia, la lechuga mantecosa de Ademuz, el calabacín de Utiel o la col de Xàtiva. A ellos se suman más hortícolas que aran su propio surco en el terreno de la promoción autóctona, caso del melón de oro de Ontinyent o el tomate de Tavernes de la Valldigna, entre otros.
"Existe un auge de la producción más local", confirma Ferran Gregori, técnico de la Unió de Llauradors i Ramaders y miembro de la Asociación de Productores y Comercializadores de Tomate Valenciano.
Gregori recalca que se trata de "un reclamo", y enumera una serie de factores que han disparado la demanda. "Los mercados y productos de proximidad son cada vez más valorados y en muchos casos están vinculados a elaboración ecológica. Además, se ha experimentado un cambio en los hábitos de consumo, con un comprador que quiere lo bueno y está dispuesto a pagar más por ello", señala Gregori, que agrega otro punto, "el impulso de los bancos de semillas que permiten recuperar productos propios. De hecho, la Universidad Politécnica de Valencia tiene miles".
Ese ascenso de la demanda supone un acicate para el agricultor, que comprueba que con una producción inferior en cantidad, aunque superior en calidad y reputación de marca local, puede ingresar lo mismo o más que antes percibía ofreciendo un mayor número de kilos.
"La actitud del consumidor da preferencia a los artículos de su tierra y el productor busca diferenciar su elaboración, otorgarle un valor añadido. Por tanto, surge una confluencia", añade Gregori, quien, no obstante, insiste en que "cuando un artículo luzca una denominación geográfica y no haya salido de sus tierras, ha de poner muy claro en la etiqueta su lugar real de origen". En esta línea recuerda que "tomate que se llama valenciano se planta en Almería o en Marruecos".
David Bosch desligó su vida del sector de la construcción y la unió al agrario a principios de siglo. En la actualidad se ha convertido en uno de sus mayores divulgadores, con vídeos que acumulan decenas de miles de visitas. Muchos de ellos pueden contemplarse en el proyecto Tornant a les nostres arrels, auspiciado por la Asociación Valenciana de Agricultores.
"La producción local se ha revalorizado y, además, las variedades autóctonas permiten un mejor equilibrio y menor desgaste del suelo", explica Bosch, quien hace hincapié en el cuidado paciente de sus artículos, ya que "aunque una lechuga tarde 80 días y no 15, la diferencia de sabor lo compensa con creces". También alude a otro factor: el aroma. Y pone como ejemplo la bajoca en su empleo para la confección de paella.
David Bosch, presidente de la Asociación de Productores de Garrofón de la Comunidad Valenciana y propietario de l´Horteta de Greta, define el artículo autóctono como "el que lleva unos 25 años cultivándose en un sitio y contiene singularidades que le son propias. Se ha ido adaptando al suelo y mejorando".
Este apogeo de fomento de las marcas locales lo ejemplifica en "la recuperación del tomate de Tavernes de la Valldigna, que se vendía hace medio siglo y luego se dejó de plantar. Tiene un color rosado, aunque diferente al de Altea. Si se recupera la variedad, posiblemente lleve el nombre de su lugar de origen, lo que ya le acompañará en los siglos futuros".
"Cada vez existe mayor interés por fomentar las marcas locales, las que dan nombre al municipio de origen", recalca este agricultor que dispone de más de 150 variedades en su banco de semillas. Entre ellas se encuentra, por ejemplo, la zanahoria morada valenciana. "Antes se la daban a los burros y ahora la piden en la alta cocina”, indica para mostrar el cambio de concepto que se ha experimentado.
La Generalitat, por su parte, trata de realizar su aportación a la siembra de esa divulgación con acciones como la creación de un catálogo valenciano de variedades tradicionales de interés agrario. En este compendio agrupa alrededor de medio centenar de artículos dentro de esa abigarrada elaboración hortícola propia. El tomate valenciano Masclet, el haba de Bétera, la lechuga Oreja de Burro o el pimiento valenciano aparecen en este elenco, al igual que algunos de los productos citados en este artículo.
"Se trata de semillas conocidas por nuestros antepasados, que ahora son accesibles y, además, ecológicas", confirma la Conselleria de Agricultura en esta recopilación que ya se va quedando corta. La recuperación de variedades locales aumenta más rápidamente que su catalogación. Además de ganar en aroma o en sabor a las habitualmente comercializadas, aportan ese plus que le confiere el topónimo local.
Porque, retornando al origen de este artículo, quién no piensa en deleitar su paladar cuando le nombran el tomate de El Perelló. En esa línea de prestigiar su variedad autóctona trabajan otros municipios, que buscan en su agricultura un elemento de promoción más allá del consumo de una sabrosa fruta o una verdura exquisita.