Un verano más el calor hace estragos en el Mediterráneo y con él llegan los temidos y nunca suficientemente previstos incendios que nos dejan imágenes de un auténtico infierno en la tierra. De las dramáticas cifras de fallecidos en Grecia a las llamas de Llutxent y las miles de hectáreas quemadas
Hace unas semanas hubo varios conatos de incendios en el Parque Natural del Mongó, entre las localidades de Dénia y Jávea, una zona que en los últimos años ha estado castigada por numerosos incendios, algunos simultáneos en varios puntos y que tenían todas las características de fuegos provocados. En estos días tórridos con elevadas temperaturas me vino a la cabeza un pensamiento: “no querría ser el bueno de José Mª Ángel, director de la Agencia de Seguridad y Respuesta a las Emergencias”. Obviamente, el rechazo no era a la persona a quien conocí en su etapa como alcalde, sino por el difícil puesto que casi seguro tendría protagonismo en estas fechas.
Y unas horas más tarde, leía como Llutxent y su entorno –Pinet, Barx, Gandía– sufrían (y sufren) un brutal incendio. Hay una primera e instintiva reacción, una falsa ilusión de creer que será un fuego menor y quedará controlado y extinguido a las pocas horas, pero siempre planea el temor a que cuando vuelvas a mirar las noticias las cifras de hectáreas arrasadas se hayan multiplicado, esperando no encontrar jamás heridos o fallecidos. Los datos son espeluznantes más de 1.500 hectáreas calcinadas, más de 2.500 personas desplazadas, decenas de dispositivos aéreos intentando arrojar esa agua salvífica sobre nuestros montes. Un maldito rayo parece que provocó esta catástrofe.
Una mezcla de rabia, impotencia y tristeza se agolpan, al tiempo que recuerdo aquello de la prevención, de que los incendios se apagan en invierno y otras frases que no sirven de mucho cuando cada verano volvemos a sufrir y perecer ante las llamas. Los bosques están sucios, llenos de hoja seca y maleza que deberían ser retiradas, un trabajo al que habría que dedicar presupuesto y recursos materiales y humanos para rebajar el peligro de que cada estío el fuego campe a sus anchas. Parece que en las próximas horas podríamos recibir esa agua bendita, caída directamente del cielo, Dios se apiade y permita que el infierno acabe.
En este incendio como en otros, los ángeles de la guarda son siempre anónimos, no cobran grandes emolumentos, llevan uniforme, la inmensa mayoría con la bandera de su país o de su Comunitat en el brazo. Son militares de la UME, guardias civiles, policía local, bomberos, protección civil, agentes forestales, personal de Cruz Roja y tantos voluntarios que no se si tratamos como merecen, siempre me fijo en ellos cuando las autoridades se acercan al Puesto de Mando Avanzado a ver cómo va todo y los medios fotografían la escena. La educación y la cortesía de todos los que luchan contra el fuego y arriesgan su vida, imagino que sirve para que en esos instantes no les reprochen a los representantes políticos que deberían destinar más dinero a limpiar nuestros bosques y así prevenir los incendios que encuentran en la masa forestal seca su mejor aliado.
Sólo cabe esperar que las condiciones climatológicas sean favorables, que la lluvia haga acto de presencia y que no tengamos que padecer un incendio más en lo que queda de verano, algo que quizá pueda parecer ilusorio pero se me antoja que los ciudadanos es lo único a lo que podemos acogernos. Y de paso, es bueno ver que los actuales miembros de la oposición no están utilizando políticamente los incendios, porque no todo vale, aunque hace algunos años el panorama era bien distinto y ahora habríamos visto a la actual vicepresidenta, otrora azote en la oposición parlamentaria, criticando la falta de políticas contra los incendios y asegurando que había otra forma de hacer política, como ocurrió con Sanidad y Educación. Por ahora confiemos en que el agua bendita apague estos incendios, que ya llegarán otros y habrá que seguir apagándolos.