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el callejero

El alma de Distrito 10

Foto: KIKE TABERNER
1/08/2021 - 

VALÈNCIA. Santi Martínez llega al Boramar, a la sombra del Edificio del Reloj, y se saca un pincho de tortilla a una de las mesas de la terraza que mira a la Marina. Está la mañana tranquila y a él, aunque amable, se le nota malhumorado. No es por nada concreto, aclara, es que lleva el cabreo de serie desde que la pandemia llevó al borde de la ruina a muchos de su gremio. Y él, que ha sido uno de los reyes de la noche valenciana, parece cansado. Santi tiene la voz grave de los noctámbulos. Y eso, unido a la convicción con la que se expresa, hace que sea una de esas personas con la capacidad de atraparte cuando habla.

Mañana cumple 58 años. Hace 27 cerró Distrito 10, quizá la discoteca por antonomasia de València, y ahí se hizo un nombre, pues fue uno de los ideólogos que permitió el éxito de esta especie de réplica de la mítica Studio 54, el nightclub que agitó Manhattan, desde Broadway, desde finales de los 70.

Distrito 10 abrió, como en un guiño cabalístico, al décimo día de 1982. Santi Martínez era por aquel entonces un adolescente que estudiaba en Agustinos y se buscaba la vida organizando fiestas para colegios en la discoteca Metrópolis -hoy la Indiana- en la calle San Vicente. Él era de una familia humilde de Zaidía, pero sus padres hicieron un esfuerzo y lo metieron en un colegio que le permitió codearse con los niños bien. No desaprovechó su nueva posición y, con la excusa de los viajes de fin de curso, empezó a organizar, con tres amigos más, las fiestas de los viernes por la tarde.

El primero que confió en ellos fue el dueño de Tres Tristes Tigres, en el barrio del Carmen, donde empezó a vender entradas en 1979. Después abrió Metrópolis y se llevó con él a la cuadrilla que le llenaba la pista cada semana. Y unos pocos años después llegó la inauguración de Distrito 10, como recuerda Santi que, pasados casi cuarenta años, sigue memorizando todos los datos de aquella etapa. "La historia de Distrito empieza porque cuatro ricos de la ciudad, que son Salvador Benlloch, Jonchu Ugarte, un vasco que vino y tenía cosas de la Citroën, Carlos Vila, que era de Don Carlos y el mundo de la moda, y Manolo Otero, que era un anticuario de Poeta Querol de la época, se juntaron y decidieron emprender un proyecto enamorados del boom de Studio 54 en Manhattan y el auge de las discotecas en Europa. Benlloch era el que había construido los edificios de alrededor, el de General Elio y el de Blasco Ibáñez y como se quedó un hueco en medio, lo que ahora es la Universidad Europea, que era zona verde, lo arregló con el Ayuntamiento y le dejaron hacerlo terciario. Entonces vendió las fincas y luego construyó la discoteca".

La sociedad invirtió casi 400 millones de pesetas. Estaba claro que iban a tirar la casa por la ventana, que Distrito 10 era una apuesta a lo grande para revolucionar las tardes y las noches de una ciudad que estaba despertando después del franquismo y donde el arte y la creatividad de este pueblo comenzaban a aflorar. "No solo hicieron un discotecón con el mejor arquitecto que conocían sino que se trajeron al mejor jefe de sala de España, que trabajaba en Barcelona, en Bocaccio, al mejor DJ de España, que trabajaba en el Pachá de Madrid, el mejor sistema de rentabilidad de discotecas, que era el One Point Cash Sistem, las famosas tarjetitas con agujeros. Todo a lo burro. Y levantan la persiana y esperaban ya verlo todo lleno de gente. El primer día lo lograron porque fue la flor y nata de la sociedad valenciana. Y entonces metieron a una especie de manager que era Tati Tamarit. Pero a los tres meses se dieron cuenta de que no funcionaba, así que ficharon a Carlos Llobet, que fue el director desde marzo hasta el cierre, en 1994. Y Llobet, que de tonto no tiene nada, entendió que tenían que acercar la discoteca a la gente de verdad, que no podían vivir de los cuatro ricos amigos de los dueños.Y ahí es donde aparecemos nosotros, que éramos nanos de 18 años pero que movíamos a mil o 1.500 personas por las tardes. Aún así el proyecto fue difícil porque era una València en la que había quince restaurantes, siete pubs, cuatro discotecas... y pare usted de contar. Entonces salían los ricos y los adláteres de los ricos, los que les conseguían la 'follanda', las drogas, el rollo... Y hay que entender el contexto de la sociedad valenciana, la de la real movida. Ni Madrid ni hostias. Carlos Llobet lo vio y entendió que tenía que llegar a esa sociedad y fichó a Toni Catalá, Carlos Salcedo, Maite de Coca, gente que tendría ya 30 años pero que movía los bares de moda y eso. Y luego nos fichó a nosotros, que le llevábamos a la gente. Vendíamos entradas a 200 pesetas y nos llevábamos 20 pesetas por entrada y ya está".

Santi Martínez desembarcó en Distrito 10 con sus tres amigos: Juan Santonja, Juan José Bernad y Juan José Royo. "Tres figuras. Hijos de comerciales los tres: uno de bisutería, otro de automoción... Vendedores natos. Se les daba bien. Yo era el más payaso, el más artístico, el más flipado con las ideas... Ellos vendían más entradas llegando a la gente, pero cuando había que montar una fiesta o había que inventar era yo el que marcaba. Nos costó mucho porque era muy elitista y había locales como Woody o Metrópolis que conectaban más con la gente normal. Y nos tiramos un tiempo con la sala vacía, pero al final lo conseguimos. Al principio 500 personas, luego 700, 800… Hasta que lo reventamos".

Un ascenso meteórico

El globo empezó a hincharse y Santi decidió que eso de la ingeniería industrial, lo que estaba estudiando, no era lo suyo. Él quería darle vuelo al globo. Tenía sueños, ideas y una juventud que se desbordaba como una botella de champán recién abierta. "Lo que a mí me iba era la publicidad, el marketing, el Think Small, Avenida Madison y los trajes grises. Ese rollo. Con 18 años pegué cuatro codazos y me hice con la dirección de promoción de la discoteca. Y todo eso lo apliqué al negocio: promoción, publicidad y relaciones públicas, las tres pes. Era la época yuppie, me lo creí y funcionó".

Aquel mocoso empezó a dirigir a los relaciones públicas de 35 años. Eso no les sentaba bien, pero Llobet, con quien también discutía, le respaldaba porque no paraban de vender entradas gracias a él. Santi lo recuerda todo. Le baila alguna fecha, pero recuerda el nombre y los dos apellidos de todos los personajes de aquel negocio que ya lideraba el ocio en la ciudad. Llobet y él le dieron otro giro más al proyecto ideando la Noche 10, una fiesta de aniversario en la que se entregaban premios en diez categorías y que utilizaron con habilidad para traerse al famoseo de Madrid a València. Untaron al mejor relaciones públicas de España, a Jean Luis Mathieu, que trabajaba en la Joy Eslava de Madrid, y este conseguía que fueran a su fiesta las celebridades. "Hay que entender que aún no existían las redes sociales, ni las televisiones privadas y que apenas había dos o tres revistas del corazón. Así se entiende la importancia de traer a València a esa gente. "Llobet estructuró los premios de puta madre. Cogió a Mayrén Beneito, al doctor Murgui y a cuatro personas más relevantes a nivel social en València para formar un jurado y decir a quién premiaban cada año. Y para presentarlo traíamos a un periodista conocido". Así empezaron a desfilar por Distrito 10 Pedro Almodóvar, Miguel Bosé, Juan José Millás, Victoria Prego, Matías Prats, Joaquín Prat, Ángel Nieto, Tino Casal, Marta Sánchez... 

La repercusión de la discoteca se disparó. Todo el mundo en la ciudad sabía de la existencia de esa discoteca. Y Distrito 10 no paraba. En 1982, cuando la 'pantanada' de Tous, recaudó fondos para los damnificados. Al año siguiente montaron un equipo de fútbol-sala que estuvo varias temporadas disputándole todos los títulos al Interviú de José María García. Y una vez al año, la Noche 10. Santi y sus tres amigos, apenas unos veinteañeros, cogían sus coches y se iban emocionados al aeropuerto a recoger al famoseo.

Santi también se inventó las fiestas temáticas. En 1984 se estrenó la película Cotton 'Club' y tuvo tanto éxito que decidieron montar una fiesta de los años 20 con una Big Band. Y como siempre pensaban a lo grande, contrataron para dirigir esa banda con catorce músicos al mismísimo Ximo Tébar y a Donato Marot. Después hacían todo lo posible para contactar con grandes empresarios como Serratosa o Boluda para que sacaran sus coches de época y los dejaran en la puerta de la discoteca y así terminar de redondear la escena.

En 1986, Santi viajó a Ibiza por primera vez. Acababa de hacerse socio de Un Sur, la discoteca -heredera de Oggi y New Cafe Concert- de Maestro Gozalbo, en el Ensanche, y uno de los dueños, 'Paquete', tenía una barra en Amnesia. "Yo llegué a Ibiza con la boina y cuando vi todo aquello pensé: ¡Joder! Todo el mundo me decía que Ibiza ya no molaba, pero yo estaba flipando y me iba quedando con todo. Cuando llegué a Pachá vi que había animadores y decidí que yo iba a llevar eso a Distrito. Entonces las discotecas de València eran muy frías, de mucho postureo, con la gente quieta y sabía que eso iba a ser un bombazo".

Nada más pasar el verano, Llobet autorizó el presupuesto para traer a varios bailarines de Ibiza. Santi urdió entonces la fiesta 'Hello Again'. "La gente va a pensar que soy un flipado, pero el primero que utilizó el inglés en España en una campaña publicitaria fui yo. Eso existía como fenómeno en Ibiza o Benidorm, pero no como una estrategia de marketing sino porque su público hablaba en inglés. Luego me arrepentí porque me toca los huevos que sea todo en inglés". Entonces volvió a Ibiza y le puso 25.000 pesetas en la mano a cada gogó. Los alojó en el Hotel Rey Don Jaime, les pagó las cena y los agasajó como estrellas. "Y la gente flipaba con ellos. Venía un negro de dos metros, una italiana pelirroja con los ojos azules, eran muy llamativos. Parecían seis bailarines de Marvel. Fui a recogerlos al aeropuerto y vi que bajaban casi en pelotas. Iban con ligueros y cosas así. Y pensé: la vamos a liar. Me los llevé de turné por los pubs y en cinco minutos estaban encima de la barra, el otro encima de la mesa... Y la gente con la boca abierta. Luego llegué a la discoteca a las tres y cuarto, petada, y le pedí al DJ una entrada de música house, apagó las luces, salieron a dos tarimas de madera que habíamos montado y se pusieron a bailar. La gente se quedó con la boca abierta. Los seis o siete fachas de Fuerza Nueva que había empezaron a gritar: "¡Hijos de puta! ¡Maricones de mierda! ¡Os vamos a matar!". Fue un impacto tremendo. Luego, como con lo del inglés, nos copiaron todas las discotecas de la península".

El final

El ascenso era imparable y a finales de los 80 llenaban la discoteca cada vez que abría. Jueves, viernes tarde, viernes noche, sábado tarde, sábado noche, domingo tarde... Primero fue la discoteca de los pijos pero luego, como todo el mundo quería ver aquello de lo que hablaba toda la gente, la clientela fue mucho más heterogénea. Pero como sucede en todas las grandes fiestas, después de la subida vino la bajada. Tras los fastos del 92, España entró en crisis y la discoteca comenzó a decaer. Salvador Benlloch se vio entrampado por varios negocios ruinosos y acordó entregar al banco varios de sus inmuebles. Aquello fue el final de Distrito 10, quizá, con permiso de Woody o Arena, la discoteca de mayor éxito en València.

Distrito 10 marcó una época en la ciudad. La discoteca tenía varias plantas y la particularidad de que la entrada estaba en la primera planta y la pista de baile quedaba hundida en una planta inferior. Y en la segunda estaban los privados, reservados para que los ricos, sentados en cómodos sofás y bebiendo Johnny Walker etiqueta negra, hicieran sus travesuras nocturnas sin que nadie les viera. Distrito 10 recibió en 1984 el premio a la mejor discoteca de Europa. 

A Santi, y han pasado 27 años desde que cerró, todavía le llega gente que le recuerda que allí se cogió la primera borrachera de su vida. O que en aquella pista de baile se ligó a su marido. O que el día de su boda tuvieron el detalle de sacarles una botella de cava. La marca Distrito 10, pese a que ya no había discoteca, resistió el paso del tiempo y, ya en el siglo XXI, Santi empezó a notar un cambio en su entorno. "Las mujeres de mi generación fueron las primeras que empezaron a trabajar de forma masiva. Y pillaron la transición del machismo. Querían trabajar y demostrar lo que valían, pero es que, además, tenían que criar a los niños. Doble esfuerzo. Nosotros no éramos conscientes de eso. Claro que éramos machistas. Le decías a la mujer que te ibas a tomar una cerveza y te soltabas un poquito. Y lo veías natural. No éramos machistas, éramos ignorantes. Pero eso tuvo un efecto: con 45, con los niños adolescentes que pasaban de ellas, y hartas ya de trabajar, les entraron ganas de recuperar el tiempo perdido... Fue la época en la que trabajé en Woodstock y Warhol, dos locales que fueron para la gente que ahora tiene 45 o así. Y ahí es cuando gané pasta de verdad. Inventé lo que es la discoteca indie. Es una generación que todos tienen carrera y los pijos van de que no son pijos pero tengo un Golf y voy vestido de 'hippie piji'... Yo pillé la onda de los Oasis, Blur, Radiohead, Australian Blonde, Dover... Empecé a tirar y monté Diablito. Más tarde compré un solar para hacer una sala de fiestas para montar el concepto 'food and music', que lo había importado de Suecia, Holanda, Inglaterra... pero entonces me puteó el PP, me denegó la licencia y me comí el solar. Fue entonces cuando empecé a oír a la gente que estaba harta de currar, que a ver si montaba una fiesta y tal. Entonces, en mayo de 2008, hice la primera fiesta de 'remember' de Distrito 10 en Boss, en Cánovas, y metí a 250 personas de la flor y nata de la burguesía valenciana. Ahí vi un filón".

Santi Martínez empezó a montar fiestas basadas en la añoranza por Distrito 10. Se metió en Facebook y utilizó la red social para llegar a su potencial clientela, a buscar y encontrar a aquellos amigos del colegio a los que todos habían perdido la pista. Luego les puso el cebo y llenó la sala de cada sarao que organizó con 1.500 personas. Le tocó pelear y pagar por la marca registrada porque vio que eso daba dinero. En una de esas fiestas se le ocurrió traer a alguno de los grupos de la época. "Llevaban años sin que sonara el teléfono y nosotros empezamos a activar a Los Secretos, La Unión, Nacha Pop, Jaime Urrutia (Gabinete Caligari), Matt Bianco... Lo mismo que pasó con la animación ha ocurrido con ellos. Y eso empezó aquí. Llevaban 15 años sin que nadie les llamara y ahora van por ahí haciendo bolos".

Santi Giménez ha tardado casi una hora en comerse un pincho de tortilla. Le gusta contar su historia porque es la historia de Distrito 10, de una generación y de una época de la ciudad, su ciudad. Como todo el que vive de la noche, tuvo subidas y bajadas, pero ahora es un hombre de 58 años con dos hijos y un futuro incierto por delante. Está, como todos, deseando que pase esta pandemia para volver a montar sus fiestas de Distrito 10. Porque dice que tiene alma de bufón y que lo único que desea es lo que ha deseado toda su vida: verse rodeado de gente pasándolo bien. Porque los años 80 y Distrito 10 no volverán, pero siempre quedará un garito o una fiesta donde pongan tu música y vaya tu gente.

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