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Ana Climent recupera las variedades de cacau del collaret y de cacaua

Cacaus Climent, el proyecto para recuperar el sabor auténtico del cacahuete valenciano

21/12/2022 - 

VALÈNCIA. El cacau del collaret es el rey de los esmorzars, de las veladas informales o de esa cerveza con amigos. Un cacahuete pequeño, sabroso y que a simple vista se diferencia del resto de variedades porque solo tiene dos semillas por vaina y, entre ellas, hay un estrechamiento que recuerda la forma de un collar de perlas. Un sabor que ya no es tan nuestro como creemos pues los pequeños agricultores dejaron de cultivar esta variedad arrinconados por el empuje competitivo del cacahuete de importación —de origen chino o norteamericano principalmente, aunque también procede de Japón, el norte de África o el sudeste asiático—. La poca rentabilidad hizo que su cultivo llegara incluso a rozar la extinción en la Comunitat Valenciana y fuera solo mantenido por quienes deseaban seguir disfrutando de su sabor en casa. 

Una de esas familias es la de Ana Climent, que creció con el sabor de ese cacauet y, un buen día, durante los meses de restricciones por la covid-19, se dio de bruces con la realidad: “La pandemia la pasé en València, lejos de mis padres –es de la Granja de la Costera, Xàtiva— y un día en el supermercado compré una bolsa de cacahuetes. Al probarlos el sabor no era el que yo recordaba, era raro y encima eran de importación”. Desde ese día, Ana Climent se obsesionó con el etiquetado pues “la gran mayoría de los cacahuetes que consumimos no son de aquí y nos engañamos al leer que en el envase pone cacau del collaret porque pensamos que es autóctono y no lo es”.

Mantener viva la tradición del cacauet

Esa desazón se tradujo en un sentimiento de responsabilidad por mantener vivo el legado dejado por otras generaciones, tanto de su familia como de su pueblo natal. Ello, unido a que su padre dejó la huerta —sigue acudiendo con regularidad para consumo particular— por falta de rentabilidad, le llevó a tomar la decisión de emprender un proyecto que llevara el ADN de su familia y estuviera arraigado a su tierra. Así nace Cacaus Climent, en el mismo terreno de la Granja de la Costera que ya trabajaba su bisabuelo y con el ímpetu de preservar dos variedades de cacahuete: de collaret y cacaua. Eso sí, con la ayuda de su padre Eduardo, quien le transmite toda su sabiduría y le guía en los procesos del cultivo.

Hoy el proyecto se encuentra en la última fase: dar a conocer su producto a tiendas locales y comenzar la venta online a través de su página web Cacaus Climent. “Envasamos a demanda y en un envase compostable y reciclable en su totalidad —se tira al contenedor marrón— por nuestro compromiso con el medioambiente”, señala la joven. De hecho, esta tarde tostará los cacahuetes que dará a probar en algunas tiendas de València para seguir ampliando su distribución y las tiendas que ya lo venden. Unos envases de 200 gramos —en su versión salada y natural— que llevan un 50% de cada variedad (collaret y cacaua): “Es una decisión personal porque así la variedad cacau de cacaua tiene también su espacio, que está eclipsada por la del collaret”. Lo comenta confesando que a ella le gusta más el cacau de cacaua.

Ahora ya comienza a ver la luz y la viabilidad de su proyecto personal, Cacaus Climent pero los inicios fueron complicados. No habían herramientas de entonces y hubo que buscarlas. Todos, como su padre, se deshicieron de ellas porque no las necesitaban para los nuevos cultivos. Por suerte, dieron con una herramienta que, modificada, servía para esa primera cosecha. También tuvieron que arrendar un campo que estaba abandonado —más allá del que tienen ellos en Casas de Quilis—, subcontratar a un tractorista, buscar las semillas para esa primera cosecha… Un trabajo que Ana Climent hacía por esa vuelta a las raíces y en sus ratos libres pues es licenciada en Periodismo y tiene una empresa de Marketing y Comunicación (Barana Acción Creativa). “Siempre me ha interesado la agricultura y he hecho algún curso del CERAI, pero nunca pensé en emprender con algo así”, confiesa. 

Esas características hicieron que su proyecto formara parte de Agro Lab, el programa de incubación que impulsa Las Naves y cuya selección fue el empujón que necesitaba. “Fue un momento decisivo para el proyecto porque fue realmente cuando vi su viabilidad y que todo tenía sentido”, recuerda. También fue esencial recibir una de las seis becas del programa InnovAgroWoMed, que premia proyectos de emprendimiento de mujeres en el sector de la agroalimentación. “Recibimos una ayuda de 7.500 euros que nos vino muy bien para terminar el proyecto”, comenta sin ocultar la gran inversión de tiempo y dinero que ha hecho en estos dos últimos años. 

Paralelamente a esas ayudas padre e hija hicieron una primera cosecha para tener las semillas necesarias para la que se comercializaría, que fue en junio de 2022 cuando sembraron esta leguminosa que se recoge a finales de octubre y principios de noviembre. Ana explica que el proceso es manual pues con la ayuda de una azada se arrancan yendo hacia atrás las matas donde fructifica el cacahuete bajo tierra. “El cacau no surge de las raíces sino que la planta hace una flor que se marchita cuando ha sido fecundada y aparecen unos tallos que crecen hacia la tierra y en cuyas puntas crece el cacahuete”, explica Ana Climent sobre un proceso que a mucha gente le resulta extraño. Luego, la mata se sacude (o se espolsa) para separar el fruto y las ramas. “Siempre se ha hecho así y, de esta manera, las matas se las damos a los ganaderos para alimentar a sus animales”, comenta Ana sobre esa economía circular que siempre ha existido entre la agricultura y la ganandería. 

La última fase es la de secado. Ana extiende toda la producción en el altillo de la casa de su familia, donde una ventilación cruzada permite ese secado. Además, de vez en cuando lo remueve para que la humedad que pueda tener se elimine. “El suelo quedó lleno de cacahuetes, casi ni podíamos pasar”, recuerda la joven. Hoy ese espacio está casi vacío porque los cacaus están en sacos, donde “pueden estar hasta varios años”. Eso sí, antes ha seleccionado los que están buenos quitando la pansa, es decir, los que están malos, ya sea porque no han germinado del todo o porque se ha visto afectado por una de las dos plagas de gusanos que afectan al cacahuete (rosquillas y dormilones). “De todas maneras, las peores plagas son los jabalíes y los conejos, que escarban la tierra y se comen los cacahuetes”, resalta sin olvidar a las hurracas.

Un proceso que repetirá nuevamente el año que viene, consolidando el proyecto de Cacaus Climent que acaba de despegar de la mejor de las maneras: con la ilusión de perdurar una tradición familiar y un sabor autóctono que muchos ya comienzan a valorar y demandar. 

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