VALENCIA. La encargada de hacer las presentaciones fue Carmen Martín Gaite, que por aquel entonces alimentaba el alma de los escritores hambrientos. “Tienes que leerlo”, sugirió, y ella no era de las que sugería a la ligera. Así fue como el manuscrito se desprendió de la pila de los imposibles para posarse en manos de Jorge Herralde, hacedor de sueños y director de Anagrama. La afortunada obra se titulaba Mimoun. El curtido editor no imaginaba que tras ella aguardaba el descubrimiento literario por el que haría su apuesta más personal, Rafael Chirbes, que ya entonces contaba con 39 años. Pese a todo, emprendieron el viaje juntos, a paso firme y silencioso, sin importar el ruido, sin importar las ventas. Editor y escritor mantuvieron una estrecha relación personal y profesional hasta el mismo día de la partida. Incluso después de ella.
De que todavía no se han soltado la mano deja constancia Paris-Austerlitz, obra póstuma del escritor valenciano con pulso firme y voz desgarrada, que la semana pasada fue publicada por su sempiterna editorial. Por su inseparable editor. Un testamento, que algunos tiñen de negro, pero tiene mucho de blanco, porque hurgar en las entrañas a veces resulta lo más pulcro y apropiado. Hay inmundicia, y mucha. Pero esta vez no viene de fuera para corromper las vísceras, sino que sale de dentro para evitar la úlcera, esa gangrena que acaba generando la negación de uno mismo. Nunca antes Chirbes habló de forma tan impúdica del amor homosexual, que en un momento es luz, y al otro se torna sin remedio oscuridad y desaliento.
El escritor valenciano dejó de escribir Paris-Austerlitz en mayo de 2015, después de veinte años de romance intermitente, con idas y venidas en el flirteo. Metiendo mano a destiempo. Si alguien más la ha manoseado después de eso, es una duda que acompaña a toda obra póstuma. “Al comentario de algún ‘enterado’, podría decirse que es la novela más terminada según los deseos del autor de toda la historia literaria”, defiende Herralde, atajando murmullos: “Primero me envió una versión a finales de los 90, luego inesperadamente me anunció que había retomado la novela y me la envió el 3 de abril, pero me dijo que le faltaba una última revisión que acabó mandando el 3 de junio”. Le dio tiempo a poner el punto y final antes de que llegara el verano y, con él, su triste despedida.
“Al comentario de algún ‘enterado’, podría decirse que es la novela más terminada según los deseos del autor de toda la historia literaria”
Una novela deseada, por tanto, pero nada continuista con su estilo. Implica un giro, pero un giro “muy deseado”. Así lo confirma su editor, que hurga entre la correspondencia, recuperando las palabras del 17 de marzo entre ambos. “Sería muy bueno que Paris saliera bien, porque me quitaría buena parte de esa presión de ser el novelista social, el testigo infatigable, a la que me han condenado los dos últimos libros”, le confesaba entonces el autor. Ese hombre discreto, refugiado en su casita de Beniarbeig, al que habían sacado a rastras más de una vez, prefería ser celoso custodio de sus secretos. “En esta historia de amor y desamor está todo Chirbes. Yo diría que tiene un único antecedente, que es Mimoun, porque no está escrita en España y por el tema”, comenta.
Podría denominarse testamento, desde luego, en tanto que salda las deudas. Como la que mantenía pendiente con el amor homosexual, ese monstruo voraz del imaginario chirbesco, que devoraba a dentelladas su realidad. Tema episódico y secundario en anteriores novelas que para la ocasión se convierte en protagonista. Incluso su amigo pasa de puntillas por la amarga quimera: “Sobre el tema homosexual, Rafa era muy púdico en lo que respecta a su vida privada, incluso suponía un problema publicar esta novela con una fuerte carga autobiográfica. Pero, por otra parte, como hemos visto, tenía una absoluta necesidad de hacerlo, era una cuenta pendiente. Y antes de irse, la saldó valientemente”.
Si hay que navegar por el argumento, entonces no hay más remedio que enrolarse en la vida del firmante. En apenas unos golpes de timón, rápidos, pero traicioneros. El amor que acaba en naufragio, el sexo que hace aguas, la tempestad de una familia estricta y la necesidad de nadar hacia las profundidades para ahogar el propio ser, la propia voz. Por momentos amortiguada, pero al final cruel y desgarrada. La historia de amor entre dos hombres, a golpes, como se escribió esta obra, que se hunde en la Francia de los años cuarenta, aún azotada por los coletazos de la Segunda Guerra Mundial. Para cuando parecía que despuntaba la esperanza, resulta que tan solo se trataba de un espejismo en alta mar.
Condenado por la realidad
Se conocieron como escritor y editor, se despidieron como amigos. “Teníamos una fuerte conexión literaria y editorial, una gran confianza mutua, y nos reíamos mucho”, rememora Jorge Herralde. Frente a la estampa de un Chirbes hosco y desapacible, defiende la cotidianidad de un hombre risueño y amable, una verdad solo desnudada a media luz y sin ruido de fondo, amante como era de los silencios. No mucho antes de morir acudió a un parlamento literario del Festival Mot, en Girona, por invitación expresa de Herralde. Cuando el auditorio se apretaba la cintura para escuchar un discurso político, cortante y duro, Rafa se aflojó la camisa y se arrancó a hablar en valenciano. Así se sentía cómodo, y así le salió la gracia para desmenuzar los años de ostracismo que habían azotado a su tierra ante un público entregado. Y dijo lo que tenía que decir, pero metiéndose a la gente en el bolsillo.
“Una persona tan íntegra y tan ética era radicalmente opuesta a la putrefacción de la larga época en LA que el PP gobernó Valencia”
“Una persona tan íntegra y tan ética era radicalmente opuesta a la putrefacción de la larga época en que el PP gobernó Valencia”, asegura el fundador de Anagrama, quien también toma en consideración el reconocimiento concedido por parte del nuevo Gobierno. Sobre si podría haberse desgañitado hasta quedar afónico, ampliando su protesta contra el cierre de RTVV al resto de instituciones valencianas, Herralde repele cualquier tipo de reproche. Al mismo tiempo pone cordura, recordando el tránsito del escritor, valenciano por nacimiento, pero peregrino de Castilla la Mancha, Extremadura, Madrid y hasta Marruecos, lejos de su Misent de ensueño. No fue hasta bien pasados los 50 que volvió a instalarse en Beniarbeig, cerca de su hermana.
Cuesta decidir si Rafael Chirbes fue un escritor combativo, o por el contrario un realista irrevocable. Su editor lo sitúa en la estela de Pérez Galdós y Blasco Ibáñez, pero también tras las ondas de Proust o Dos Passos. Capaz de anticipar el lodazal en el que esté país iba hundirse apenas empezaron las lluvias, mucho antes de que se formara el barro. Además de cuatro libros de ensayos, su producción novelística incluye cuatro obras cortas y cinco extensas. “Si me obligas a escoger, cosa que me cuesta, me quedaría con La buena letra y En la orilla. En sus primeras publicaciones aún le faltaba rodaje, pero luego encontramos a un Chirbes completo. Tanto a través de la historia familiar auténtica, como mostrando su capacidad profética sobre la crisis social y política del país, que más tarde desarrollaría en Crematorio“, selecciona Herralde.
El valenciano dejó UNA SERIE DE LIBRETAS PERSONALES, AHOra en manos de su albacea literario, que podrían ver la luz en el futuro
El editor echa de menos la voz de Rafa, pero sabe que seguirá atronando desde la tumba. Antes del fatal desenlace, durante la última primavera alegre, ambos renovaron sus votos por otra década de travesía, a punto de caducar todos los contratos del autor con Anagrama. Es por ello que la editorial promete seguir reeditando su obras, incluso publicando algún texto inédito en los años venideros. Nuevas palabras que no vendrán del más allá, sino de mucho más cerca, porque el valenciano dejó una serie de libretas con reflexiones de índole personal que ahora están en manos de su albacea literario. Él se encargará de escarbar, fisgonear y filtrar, mientras continúa perfilando la fundación en su honor junto a la familia. Herralde seguirá esperando el manuscrito en la silla de su despacho de Barcelona, a sabiendas de que esta vez no será Rafa quien se lo ponga entre las manos.