La historia de Alboraya es también la historia de la horchata. Y la historia de la horchata no se entiende sin un nombre que no no es ajeno a ningún valenciano. Daniel. A él le debemos una de las más geniales combinaciones gastronómicas que existen en la faz de la tierra, la horchata con fartons
En el devenir de la especie humana se han producido combinaciones que han hecho del mundo un lugar mucho mejor. Un palo y un trapo, por ejemplo, hizo que las mujeres dejásemos de arrodillarnos a la hora de fregar (físicamente al menos); una maleta y unas ruedas convirtió el viaje en algo mucho más cómodo (siempre me pregunto por qué alguien tardó tanto en juntar ambos elementos). Algunas de estas uniones nos han proporcionado bienestar y progreso, otras sencillamente hacen la vida más placentera. Los huevos fritos con patatas, los bocadillos de blanco y negro, o la horchata con fartons, un invento relativamente reciente. El visionario que impulsó este matrimonio se llamaba Daniel Tortajada Carbonell y era cartero y conserje del Ateneo Mercantil de Alboraya. Él fue el primero de la saga de la horchatería Daniel, ese templo de la horchata al que todos hemos peregrinado alguna vez. A él fue el que se le ocurrió combinar la tradicional bebida con estos dulces, que entonces se tomaban calientes. La cosa cuajó y como todo lo bueno, el resto del mundo empezó a copiarlo.
Alboraya es tierra de chufa desde hace siglos. Daniel empezó, como todos, elaborando la bebida en casa, para los suyos y para los asociados del Ateneo . Al principio “hacía cuatro y tiraba cinco”, cuentan sus hijos. Cuando dio con la fórmula, abrió una horchatería en la planta baja donde vivían, en la calle Milagro. Era 1960. La voz se corrió y la horchata de Daniel empezó a granjearse su fama, aunque no fue hasta la segunda generación, cuando le empresa despegó hasta llegar hasta donde está hoy. Fue el segundo Daniel, junto a su mujer Carmen “los que le echaron un par de cojones abriendo este local fuera del pueblo. Entonces irse a las afueras no era nada habitual”, explica Carmen, su hija. El primer proyecto para la horchatería era una barraca, pero el arquitecto les propuso construir otro tipo de edificación para que el obrador pudiera estar en las mismas instalaciones. En la planta de arriba hay aforo para 600 personas, aforo que en las tardes de verano se queda pequeño. Es el escaparate, el resultado final. La parte de abajo son las tripas y el corazón de Daniel. Aquí se elabora la horchata, los fartons y el resto de bollería que ofrecen en su carta. Huele muy bien. A azúcar y a amor por el trabajo artesano. El mismo que llevan practicando desde hace casi 70 años.
Allí todos los días a seis de la mañana desde el 1 de marzo hasta antes de Navidad se ponen manos a la obra. Chufa, agua, azúcar y corteza de limón para la horchata. El proceso es el mismo que utilizaba su abuelo, y la chufa, es por supuesto de agricultores locales de Alboraya con denominación de origen, nada que ver con esa chufa proveniente de África de la que hablamos hace tiempo. Harina, huevos, azúcar, aceite, sal, levadura y masa madre para los fartons. La masa se hace a mano y a mano tiene que meterse por una máquina que la corta ofreciendo esa forma alargada. Hay que tener fuerza para hacerlo, por eso Carmen, entrena tres veces por semana, para entre otras cosas, fortalecer sus brazos. Ella junto a su hermano Daniel y Toni, el marido de Carmen, son la tercera generación de orxaters. La horchatería, más que una segunda casa, es el lugar donde más tiempo han pasado. “Nos hemos criado aquí”, afirma Carmen, “nos pasábamos aquí todo el día, comíamos aquí… a los 12 años yo empecé ya a ayudarles en el negocio durante el verano”.
Por Daniel han pasado muchos personajes ilustres. Un día paró un Rolls-Royce en la puerta de la horchatería. De allí se apearon Salvador Dalí y Gala. Al parecer la actitud del pintor catalán fue relajada y cercana hasta que llegó el fotógrafo, entonces se puso en modo Dalí, ofreciendo esa imagen excéntrica que tan bien sabía proyectar. También Rafael Alberti pasó por allí y les dejó de recuerdo el dibujo de una paloma. Hasta el hijo del rey Fhad paró en una ocasión atraído por la fama de Daniel, pero como era un príncipe y la carroza ya estaba algo pasada en aquel entonces, llegó en helicóptero. Muchos otros famosos se han acercado a probar su horchata, desde el juez Garzón, Miguel Bosé, Sánchez-Dragó, Ricardo Darín, el Gran Wyoming o Vigo Mortesen. Algunas fotografías colgadas junto a las mesas dan testimonio de ello. El último, el cocinero Jordi Roca, el más pequeño de los tres hermanos Roca, que llegó con algunos trabajadores y se llevaron unos cuantos litros de horchata.
Además de la nave nodriza, ubicada en Alboraya. Daniel abrió otro local en el Mercado de Colón hace algo más de tres años. A este, se suma una nueva apertura, la de una pequeña horchatería en la calle San Vicente, en el tramo que va de la plaza de la Reina a la plaza del Ayuntamiento, que está prevista en breve. Durante todos estos años, las ofertas que ha recibido la familia para franquiciar el negocio o abrir en otras ciudades han sido innumerables. La respuesta siempre ha sido la misma. No, y la razón no ha sido otra que mantener la calidad de sus productos y mantener la reputación que sus abuelos y sus padres labraron. “La horchata es muy delicada. Dura cuatro días fresca. Nosotros podemos elaborarla, pero si son otros los que la venden, no sabemos qué hacen con ella, cómo la manipulan… siempre hemos preferido mantener nuestra calidad y nuestro nombre” señala Toni. Aun así, su ilusión es abrir en Madrid. Es algo que llevan rumiando desde hace un tiempo. Están seguros de que terminarán haciéndolo, pero por ahora lo mantienen en standby.
En cuanto al futuro cercano, Carmen, Toni y Daniel están centrados en los próximos meses. Con el inicio de las mascletàs arrancó la temporada, que llega a su momento álgido en cuanto empieza el calor. Un domingo de verano pueden vender hasta 2500 litros de horchata y unos 9.000 o 10.000 fartons. Por cierto, que para los veganos, ya existe una versión del farton sin rastro de origen animal. Se llaman improvisats porque surgieron un día que se habían acabado los fartons tradicionales y tuvieron que elaborar algo lo más rápido posible sin utilizar huevos. Respecto al relevo generacional, los hijos de Carmen, Toni y Daniel, por ahora se dedican a otra cosa, pero ya lo tienen hablado, y llegado el momento les gustaría continuar el negocio que empezó su bisabuelo Daniel. Un hombre que elevó una bebida humilde a la reina indiscutible de las tardes calurosas de verano.