VALÈNCIA.- Hay libros que han pasado a la historia por sus méritos literarios y otros por la cantidad de aficionados que se olvidaron de pagarlos. Es el caso del clásico de Abbie Hoffman, publicado en los años 70, y titulado Roba este libro (en EEUU, algunas librerías se negaron a vender por motivos obvios) o Pimp, el clásico de Iceberg Slim, cuyo autor presume de haber sido el más mangado de la historia. Sobre este fenómeno, conocido como bibliocleptomanía, el abogado Oliver Espinosa (Barcelona, 1985) ha construido su primera novela: La librera y el ladrón (Planeta)
— Primera novela y ya en Planeta ¿Eso cómo se consigue?
— Pues no lo sé. Yo creo que con un salto de confianza increíble por su parte, y espero no defraudarles, que es mi gran temor.
— Es el primer libro que has escrito y ¡zas! o llevas años intentándolo.
— Pues yo lo primero que escribí se publicó en una colección de cuentos de argentinos y valencianos que se presentó en la FNAC de València en 2015. La publicación era un poco amateur, no se hicieron ni las correcciones, además yo lo escribí con 15 años y se publicó cuando tenía casi 20. Siempre me ha gustado escribir, y poco a poco pasa de hobby a compromiso o desafío contra ti mismo. Al final, el proceso es muy arduo, y he desarrollado muchas ideas que no llegaron a nada, peor me sirvieron para ir animándome
— ¿En València?
— Sí, yo viví en València diez años, parte de mi familia vive allí, y voy de vez en cuando, pero varias veces al año. Es la ciudad perfecta porque Madrid y Barna, que conozco muy bien, tienen de todo, pero son un poco demasiado grandes. Yo recuerdo cuando estudié allí derecho, que vivía en el Barrio del Carmen, tenías todo a tiro de piedra: desde irte de copas hasta los museos. La verdad es que ha cambiado mucho, en Caballeros ya solo hay tiendas de souvenirs. Pero la ciudad me encanta, el cauce del río no tiene nada que envidiarle al Retiro.
— ¿De qué va este libro?
— El título es bastante fiel a la novela, y de cómo lo que hace una librera y un ladrón. Me quejo mucho de los spoilers, porque cada vez cuentan más, pero espero que el lector lo vea como una aventura en el mundo de los libros antiguos y el negocio de los coleccionistas y de los ladrones.
— Dice el dossier de prensa que tienes algo de experiencia en este tema ¿Es por tu condición de abogado o llevas una doble vida de chorizo?
— Sí conozco el mundillo, pero fue a partir de un caso que conocí y que me llevó a seguir documentándome. Así descubrí un mundo muy curioso y fue una idea que se me quedó fijada hasta que decidí que debería convertirse en novela.
— ¿Seguro? Uno de los protagonistas Pol, es ladrón matriculado en Derecho. No será tu alter ego.
— No [risas]. Los personajes siempre tienen algo de personal, pero no.
— ¿Pasa lo mismo con los libros que con las obras de arte? Los robos con encargos, los coleccionistas que los guardas celosamente porque los quieren solo para ellos...
— Sí, claro que pasa. Hay muchos ejemplos, como el de César Ovilio Gómez Rivero, un argentino que se llevó de la Biblioteca Nacional el mapamundi Generale Ptholomei y otros 18 grabados y que se libró porque la justicia argentina consideró que el caso estaba prescrito y no lo entregó a España. Pero, sin duda, el más conocido es el de Manuel Fernández Castiñeiras, el electricista que acabó en la cárcel por robar el código Calixtino en la Catedral de Santiago y no sabía ni por qué lo había hecho.
— ¿Hay un perfil?
— No creo, lo que hay son casos muy curiosos. Como el de Gustav Hasford [autor del libro The Short-Timers, que Stanley Kubrick adaptó como La chaqueta metálica]. Llegó a robar diez mil libros que guardaba en un almacén porque ya no le cabían en casa. Y cuando le preguntaron que para qué los robaba, ¡dijo que para documentarse! También hay casos más antiguos, como el del matemático Guglielmo Libri Carucci dalla Sommaja (1803-1869), afortunadamente más conocido como el conde Libri, que fue profesor de la Sorbona de París y encargado de catalogar la colección de manuscritos de la universidad. Pues en 1849 se descubrió que había vendido más de 2.000 libros y que tenía una colección de varias decenas de miles. Por suerte para él, consiguió huir. Se dice que tenía bibliocleptomanía, que es una pulsión irrefrenable para robar libros.
— Dices que todo empieza con el deseo de tener una colección
— Sí. Imagínate que eres millonario y puedes gastar lo que quieres. Pues está el problema de que no todos están a la venta, así que solo te queda robarlos porque no hay otra forma de conseguirlo
— Es decir, que la bibliocleptomanía existe, no es una exageración ni una licencia literaria tuya
— No, habría que preguntarle a un psicólogo, porque está claro que es un desorden compulsivo, pero que tiene esa parte romántica de reconocer el valor del libro y lo que te puede aportar. Eso se ve en la novela, porque todos los implicados en estos delitos reconocen el valor de los libros.
— Creo que eso se resume cuando a uno de tus personajes que va a robar en una iglesia, un compañero le afea la conducta por sacrílego pero él dice que “robar un libro es siempre un sacrilegio”.
— Sí, al libro cada uno le da el valor que quiere. Puede ser una forma para pasar el rato, una base de documentación, para decorar la pared… o un objeto de culto. El coleccionismo no es para leer el libro sino para poseerlo, para contemplarlo. Hay algo de objeto de culto, y robarlos es siempre un sacrilegio.
— Está claro que es más que papel y tinta
— Desde luego, hay libros que salvan vidas. Tengo un amigo que lo estaba pasando mal, pero fatal fatal, hasta un punto dramático. En eso que cayó en sus manos un libro de Emil Cioran, que siempre estaba con que se iba a suicidar y pensó ‘vaya, aquí hay alguien que está peor que yo’ y le sirvió mucho para superar lo suyo.
— ¿Cómo lector, que tipo de ficción te gusta?
— Los dos últimos libros que he leído, que no son muy originales, pero te pueden dar una idea de lo que me gusta. Uno es el del premio Nobel J.M. Coetzee. Me leí Desgracia y luego me tuve que leer Esperando a los bárbaros. Parece que un Nobel tenga que ser un peñazo pero no, cualquiera puede leerlo y disfrutarlo. El otro es Stoner, de John Williams, un libro que se editó en 1965 y que pasó totalmente desapercibido, pero que con el tiempo se ha visto que es una obra maestra. Es tan bueno que cuenta la aburrida historia de un profesor totalmente anodino y que en la primera página te cuenta el final y lo disfrutas igual.
— ¿Eres autor de brújula o de mapa?
— Yo lo de escritor de brújula no me lo creo. Tomas anotaciones, preparas una estructura mínima… Si no lo tienes claro no sé como vas a escribir 300 páginas sin saber dónde vas, sin un 'mapa', aunque no sea exacto. Otra cosa es que los planes son para romperlos, pero si no tienes planes... Desde luego, si existe el escritor de brújula me gustaría conocerle y que me explique cómo lo hace, cómo se sienta alguien y va escribiendo y le sale una historia coherente.