LOS DADOS DE HIERRO / OPINIÓN

Pedro Sánchez, el malvado oportunista

16/04/2023 - 

VALÈNCIA. Pedro Sánchez lleva casi cinco años de presidente del Gobierno, lo que no está mal teniendo en cuenta que hace menos de siete fue defenestrado por la directiva del partido y era poco más que un militante de base sin escaño siquiera. En estos cinco años ha sobrevivido a dos elecciones generales y ha desarrollado un estilo de gobierno y unas políticas que, si hubiese que resumirlas en una sola palabra, calificaríamos gustosamente de oportunistas. Más de uno dirá que esa es exactamente la imagen que pinta de él la derecha, pero en puridad la derecha (aunque formalmente en ocasiones le haya tachado de oportunista) en realidad siempre ha pensado que Pedro Sánchez es malvado. Y no es lo mismo malvado que oportunista.

Un oportunista es una persona sin principios, que va aprovechando las circunstancias según van surgiendo. ¿Tiene principios Pedro Sánchez? Cuesta mucho verlos. Oportunidades, en cambio, las ha aprovechado casi todas. Desde los comienzos de su carrera se ha esforzado por crear la imagen del político sin aristas, que no disgusta a nadie y queda bien en las fotos. Y como gobernante, pues lo mismo. Los principios, para esto, molestan. Ni siquiera en su tesis doctoral, escrita antes de su ascenso y donde se supone que deberíamos poder ver algo de su pensamiento económico, hay algo que quepa calificar de “principios socialistas”, más bien todo lo contrario: una alabanza de la intervención del Estado a favor de las grandes empresas (sólo en el extranjero, eso sí) que la misma CEOE firmaría encantada.

Pero la falta de principios, aunque algunos la vendan como maldad, no lo es necesariamente. Hitler o Stalin sin duda tenían principios; que nos parezcan monstruosos es otra cosa, pero tenerlos, los tenían. Y actuaban, con oportunismo táctico y mucho cinismo, en persecución de los mismos. Es decir, un malvado es alguien que “quiere hacer el mal” (o, más exactamente, que persigue activamente unos principios que nosotros creemos malvados). Que es lo que la derecha española viene diciendo de Pedro Sánchez desde que presentó la moción de censura en el verano de 2018 y la ganó. “Con ayuda de los malvados nacionalistas de Bildu”, aclaran, si bien los votos de Bildu no eran estrictamente necesarios… y Pedro Sánchez se abstuvo de prometer absolutamente nada en el debate de la moción. “Aquí estoy yo, y ahí están Rajoy, el PP y su política en Cataluña, vosotros sabréis lo que hacéis”, fue básicamente su discurso. Y efectivamente, el cabreo de casi todos los grupos de la oposición con el PP hizo el resto (ignorando convenientemente que el PSOE en el Senado también había votado por la aplicación del artículo 155 unos meses antes).

Con el mismo sentido de la oportunidad, al año siguiente Sánchez escenificó una ruptura teatral con los nacionalistas por los presupuestos y convocó elecciones generales que resultaron en una clara victoria socialista. Sin mayoría absoluta, pero sin alternativa a un liderazgo socialista. La formación de un nuevo gobierno necesariamente pasaba, sin embargo, por alguna de las siguientes tres combinaciones: Gran Coalición con el PP (que este rechazó ante la “maldad” de los socialistas – ignorando convenientemente que Rajoy solo había repetido como presidente en 2016 gracias a la abstención de esos mismos “malvados” socialistas), pacto con Podemos y nacionalistas varios (con P’s y ERC habría bastado, de hecho, y se habría ahorrado los encajes de bolillo con nueve grupos que necesitó seis meses más tarde), o pacto con Ciudadanos, sin duda la opción favorita del establishment.


Algunos aducen en contra del pacto con Ciudadanos que la directiva naranja había acordado por unanimidad no pactar con Sánchez, y que en la misma noche electoral la muchedumbre reunida delante de la sede socialista de Ferraz cantaba “con Rivera no”. Sobre esto, permítannos recordar las elecciones de 1996: las encuestas a pie de urna y los primeros resultados oficiales daban mayoría absoluta al PP, y al oírlo la muchedumbre reunida delante de la sede popular en la calle Génova de Madrid rompió a cantar “Pujol, enano, habla castellano”. Luego los cánticos se apagaron según avanzaba el recuento. Desde entonces, el PP siempre pone altavoces con música en Génova, para que sus seguidores más exaltados no se arranquen por bulerías.

Se podría pensar que por un lado el PP de José María Aznar debería haber hecho caso a sus seguidores, y que por el otro lado la CiU de Jordi Pujol habría refutado categóricamente un pacto con quienes así los ultrajaban. Pero Aznar y Pujol supieron ver por encima de egos y cánticos de muchedumbre, y lograron un acuerdo pensado para beneficiar a sus votantes, que es lo que deben hacer los políticos. Tampoco es que les pasara factura, pues sus carreras se alargaron hasta 2004 y 2003 respectivamente. (Otra cosa es si en el largo plazo a CiU le compensó meter a la derecha españolista en la Moncloa.) Aunque naturalmente dichos cánticos tuvieran un precio: tras Pujol, le tocó el turno de negociar al PNV de Xabier Arzalluz, quien posteriormente afirmó que había logrado “más en 14 días con Aznar que en 14 años con Felipe González”. ¡El que esté libre de oportunismo que tire la primera piedra!


Es decir, que ni los cánticos ni las proclamas deberían haber sido un impedimento para un pacto entre PSOE y Ciudadanos. Y siempre se podría haber invocado la razón de estado, “dijimos que no pero nos sacrificamos para que Sánchez no pacte con separatistas y comunistas”. Y aquí es donde los naranjas cometieron el error de confundir oportunismo con maldad. Si en junio de 2019 Albert Rivera le hubiese dicho a Pedro Sánchez “quiero la vicepresidencia, tres ministerios, gobiernos paritarios en Castilla y León, Murcia y Madrid, en Madrid tu apoyo para la alcaldía, un 155 para Cataluña, y que los independentistas se pudran en prisión; a cambio, te ofrezco un gobierno con mayoría absoluta por cuatro años”, ¡Sánchez habría aceptado encantado! ¿Gobierno paritarios donde si no habría gobernado la derecha de todas formas, una alcaldía donde el PSOE tenía menos del 14% del voto, y acciones contra los catalanes que le iba a aplaudir hasta la prensa de derechas? ¡Regalado! 

En cambio, creyendo firmemente que Sánchez era malvado, asumieron que de todas formas pactaría con ERC+Bildu+Podemos porque quería hacerlo, esa era la medida de su maldad. Se enrocaron en el NO. Cuando Sánchez no terminó de ver claras las oportunidades y acabó teniendo que convocar nuevas elecciones por haberse precipitado para forzar a Podemos a una investidura gratuita, eso les pilló con el pie totalmente cambiado. Un breve amago de “bueno, igual sí cabría hacer un pacto” no sirvió de nada y hundió totalmente a los naranjas, más de lo que podría haberlo hecho ningún pacto con el PSOE. Porque en la Dirección Nacional seguramente la mayoría estaba dispuesta al oportunismo, pero ¿cómo pactar ahora con aquellos a los que has calificado durante meses de malvados y has jurado sobre las siete llaves del sepulcro del Cid que nunca apoyarías?

De hecho, aprovechando bien un pacto semejante y con cuatro años (¡una edad geológica en política!) por delante, se podrían haber drenado las fuentes mediáticas y clientelares del PP, encumbrando a Cs como el nuevo partido hegemónico en el centro-derecha, mientras el PP y un Vox con la mitad de escaños que ahora se peleaban entre ellos a cara de perro por la derecha dura. En el peor de los casos, Cs seguramente habría sobrevivido como partido bisagra y hacedor de reyes, pero tras quedar a apenas 200.000 votos del PP en las generales del 28 de abril, Rivera creyó que el sorpasso estaba muy cerca y apostó por seguir. Peor aún: para mantener la apuesta, tras las elecciones locales pactó siempre con el PP, aceptando con total naturalidad el apoyo de Vox en casi todas partes, blanqueando a dicho partido como un participante más. 

Tampoco es que su retórica de “ni rojos ni azules” haya sido nunca muy creíble (las únicas veces que Cs apoyó al PSOE fue con Susana Díaz en 2015 y con Pedro Sánchez en 2016, dos ocasiones muy diferentes, pero con algo en común: que no había una mayoría “azul”), pero después de esto ya no quedaba nadie por caerse del guindo. Por eso Sánchez está en la Moncloa y Rivera, que hoy podría estar a su vera como el segundo hombre más poderoso de España, vive de escribir columnas y dar charlas motivacionales. Y es que en el oportunismo al final caen todos, pero no todos saben manejarlo.

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