Viajamos al siglo pasado para descubrir una curiosa historia de ilusionismo, seducción, prestidigitación y cartelismo
VALÈNCIA.-Hace unas semanas, inmerso en el proceso de candidatura de València Capital Mundial del Diseño, un compañero del comité organizador me hablaba de un cartel que tenía en su casa, un cartel que anunciaba un espectáculo de un tal Profesor Alba y cuya estética estaba estrechamente ligada a la de los cartelistas valencianos de mediados del siglo pasado. Así es cómo Jorge Fombellida me ponía en la pista de esta especie de hipnotizador cuya historia, en algún punto, tenía que cruzarse con el cartelismo valenciano.
Si nos remontamos cien años, el Profesor Alba irrumpía con su característico frac y su espectáculo de ilusionismo que lo llevó por los mejores teatros de España. Venía de ser discípulo de Enrique Onofroff, el mentalista que revolucionó el primer tercio del siglo pasado en cuanto a demostraciones de hipnosis y poder mental se refiere y, tras deambular por circos y escenarios de todo tipo, se lo montó por su cuenta gracias a su particular carisma y la tenebrosa mirada que destacaban las crónicas del momento por cómo cautivaba, sobre todo, al público infantil.
Tras esa misteriosa mirada, monóculo incluido, del Profesor Alba estaba Manuel Alba Rojas, quien junto a su mujer Lola Hernández Tivolina —convertida también en pareja artística— se mudaría de su Jerez de la Frontera natal a Sevilla y, ya en los años treinta, hasta València con sus hijos. Es precisamente en el Cap i Casal donde se convierten en las estrellas del Teatro Apolo, el Ruzafa y El Principal durante dos décadas con aquello que llamaban «experimentos científicos», en forma de técnicas de sugestión e hipnosis colectivas.
Alba triunfó con su personaje. Un personaje que sobrevivió al propio Manuel ya que, tras retirarse por problemas de salud hacia 1944, su hijo Manolo continuó el legado encarnando una segunda vida del Profesor Alba. Tanto es así que lo encumbraría a nivel mundial acompañado en el escenario por sus dos hermanas (harían las veces de médiums): Consuelo como Yulisan y Lolita alias Gioconda, relevando a su madre cuyo alter ego era a su vez Gloria de España. La compañía familiar de segunda generación la completaba el cuarto hermano, Antonio Alba, como representante.
Las críticas señalaban a este Profesor Alba 2.0 como menos siniestro que su predecesor, así que rápidamente suplió sus debilidades con su faceta empresarial y de galán, y se dedicó a pensar cómo debía vender su imagen, para lo que recurrió al cartel y prácticamente al marketing moderno para anunciar esta especie de shows seudocientíficos con sesiones de espiritismo e ilusionismo. Y aquí es donde aparece el diseño en esta historia, de la mano nada más y nada menos que de uno de los mejores cartelistas valencianos de la época: Rafael Raga.
A mediados del siglo pasado, Raga se dedicaba sobre todo al cartel publicitario y se lo rifaban las distribuidoras de cine para realizar carteles de películas. Por aquel entonces, los mentalistas más famosos de la escena internacional ya recurrían a carteles, y un siglo antes ya existían los cromos de ilusionistas y magos. El nuevo Profesor Alba supo ver esa ventaja competitiva que podía darle un artista del cartel de cine para promocionar sus espectáculos con una imagen diferente a la de su competencia. Precisamente por ese motivo recurre a Raga quien, con su sello personal de uso del color, contrastes y retratos, llega a realizar una decena de carteles del Profesor Alba y también de sus hermanas las médiums Yulisan y Gioconda.
A partir de ahí, el espectáculo del Profesor Alba da el salto de España a América del Sur y comienza sus giras por Estados Unidos, donde terminaría por instalarse finalizando su carrera como millonario y dirigiendo un casino de Las Vegas, hasta fallecer en 1997.
¿Debió su éxito a la buena publicidad fruto de los carteles diseñados por Raga? Sin duda fue un factor importante. No se trató de magia, sino de diseño. Al igual que el Profesor primigenio aprendió las artes de la hipnosis y el mentalismo de Onofroff, Alba hijo aprendió como empresario que la publicidad de su espectáculo podía estar asociada al éxito y para eso fue a parar a uno de los diseñadores del momento, una moraleja que aplican hoy en día empresas de éxito que siguen dando el salto de València al mundo.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 56 de la revista Plaza