LES PALMERES EN EL CORAZÓN

Símbolos del verano valenciano: El Redó

Medio año de hibernación y medio año de temporada alta, altísima. La costa de la Ribera Baixa es incorruptible.

| 19/05/2023 | 4 min, 30 seg

«Expectaculo!!!

Antiguo puticlub reconvertido a terracita de verano.

Sitio privilegiado, primera línea de Playa, buena cerveza, mal cacau, buenas tapas y buen servicio a veces!!!

Cuando a Su le da la vena igual te suelta una bandeja en plena terraza, se hace un selfie con las camareras (pasando de la clientela) o te manda a la oficina etc, etc.

Unos días te dejan reservar mesa y otros no.

Un verdadero expectáculo que no deja de sorprender a los que lo conocemos de toda la vida».

Todo verdades en Tripadvisor, salvo lo del cacau, que según mis parámetros de Cacauaffinity, no están tan mal. Es miércoles, ha pasado la hora del almuerzo y en las mesas de El Redó sólo hay jubilados y jubiladas de Sueca que en los meses cálidos, se instalan en Les Palmeres. Un grupo de ciclistas ha dejado un reguero de bolsas vacías de geles energéticos y de paquetitos de alioli. El complemento nutricional de calidad para un bocadillo de embutido.

Cada vez que voy al Redó y es fin de semana —suenan en vano las reservas telefónicas; hay veraneantes que deambulan como zopilotes tratando de agarrar una mesa; la clientela se aferra a su mesa como los matrimonios se mantienen unidos por los niños y la hipoteca— me encuentro con camareras cuya habilidad para transportar bandejas, coger comandas al aire y servir cervezas me emboban. La plantilla de El Redó está formada por reinas de esta pedanía que vive hacia al mar, con edificios desconchados que llegan casi hasta la arena. Manejan el cotarro, los veraneantes las saludan por sus nombres. A ellos —también hay camareros— lo mismo. Pepe, el dueño del local, se preocupa por mantener la estabilidad de la plantilla. Es uno de los secretos de este bar de toda la vida.


Decía Gaspar Jaén i Urban en Les palmeres del migjorn valencià que la literatura se encargó de mitificar la figura de las palmeras en territorio valenciano. Y así, la entrada de Les Palmeres, Sueca, está flanqueada por una avenida de estos árboles, que desemboca en el mar y le da un misticismo, una comparsa, un costumbrismo, un estar en casa en chancletas con una camiseta vieja, un niño bájate a por Maxiboms. «Comencé a trabajar con mi padre y mi madre en el 82. Cuando Naranjito. Y poco a poco. Mi padre faltó, mi madre me pasó el negocio. Y ahora ya mis hijos y yo… a lo que toque».

«Esto era un puticlub, una casa de putas. Yo no lo conocí. Cerró, nos lo quedamos nosotros y no tocamos nada, lo dejamos todo arreglado pero como estaba. La verdad es que va bastante bien. Tampoco es que tiremos cohetes, pero funciona». El Redó, en sus seis meses de apertura al año, está siempre lleno: «es que si no lo tienes siempre lleno, con como están los precios, la seguridad social… no. Si no te pones las pilas, no aguantas».

 Circulan entre las mesas platos de patatas fritas —no tienen bravas como tal—, chivitos y tigres (marca de la casa. ¡¡¡Pruebe nuestros tigres, le gustarán!!!). «Hacerlo bien, nena. El secreto es hacerlo bien. Buena calidad, precios razonables y el horario. Estamos desde las siete de la mañana hasta la hora de comer. O más, horas las que haga falta. Ser competente, pagar las facturas cuando toca. Trabajar todos los días a tope durante seis meses». ¿Y los otros seis meses? «Ahí no hay negocio. Cerrar, arreglarme cositas, ¡o de vacaciones!».

Sobre un El Redó ficticio, escenario de un relato que escribí hace dos años, dije: «Lo abrieron sus padres cuando murió Franco y todas las noches comenzaron a ser víspera de festivo». La cresta de la ola para la hostelería. Efervescencia y espuma. Otros tiempos. «Van a cerrar muchos bares. Los que están consolidados como nosotros, con una clientela fija, aguantamos. Pero ahora un negocio nuevo, con como está todo de caro y todo… yo no lo agarraría. Hoy en día un negocio nuevo de hostelería… no no. Tener aquí a los trabajadores, que me cuestan dinero, pero que los tengo que mantener para cuando llegue julio y agosto poder tener gente buena, que después abres y tienes a cuatro chiquillos que no tienen ni puta idea…».


Cuarenta años al frente del chiringuito dan para hacer sociología de lo propio y del entorno. ¿Hemos cambiado? «Noooo. La gente sale como antes, y gasta incluso más. Lo que pasa es que antes hacía diez pesetas, y me quedaba cinco. Ahora hago cincuenta, y me quedo cuatro. Hago más dinero pero me quedo menos».

No todo es pagar facturas: «La faena en sí. Eso es lo que me gusta. La gente, abrir por la mañana, ver año tras año a la misma gente, los hijos que siguen por aquí. Que yo comencé aquí con mi padre, y ahora soy yo el padre. Si no lo tuviera me faltaría algo».

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