Esa exclamación que tantas veces hemos oído al protagonista de la típica película americana cuando pretende seguir la persecución y sube rápidamente a un taxi, amarillo claro, como todos los de las pelis. Seguro que alguna vez ha querido hacerlo usted. Tenemos a los taxistas parados, ¡qué contradicción!
Ha empezado el mes de agosto y lo hace con temperaturas elevadas y los centros de las ciudades españolas colapsados por los taxis, la huelga que pretende poner en pie de guerra un sector tradicional del transporte que se siente amenazado y desprotegido frente a las nuevas formas de transporte y movilidad que en los últimos años impone la modernidad, el siglo XXI y las transformaciones globales que a veces gustan, otras disgustan, pero llegan y es difícil detenerlas.
Les confieso que a lo largo de mi vida he utilizado el taxi con cierta moderación, es decir, pocas veces, de manera ocasional, en gran medida porque la ciudad de Valencia por tamaño y orografía permite realizar un gran número de desplazamientos caminando. Si bien es cierto que la mayoría de experiencias a bordo de un taxi han sido gratificantes, porque suelo entablar una conversación sobre aspectos tan cotidianos como el tráfico, los problemas que plantean las obras o si hay más o menos clientes dependiendo de las épocas del año o el turismo que nos visita. Nada especial, pero como siempre se ha dicho, la conversación con un taxista suele ser un gran termómetro social.
También haré otra confesión, pese a no ser un gran melómano, he mantenido hasta la actualidad, la costumbre de comprarme CDs de los grupos que más me interesaban, por aquel romanticismo de tener el librito interior, la letra de las canciones, etc.; algo que una inmensa mayoría con toda lógica y practicidad han sustituido por suscribirse a las plataformas de música on-line que hacen un gran servicio pero creo –no soy suscriptor– que no llegan a entregar plenamente la música para conformar tu propia biblioteca. Pero no podemos negar que han cambiado totalmente el consumo de música. No entraré, por ser también inexperto aunque conocedor, en la forma de consumir televisión y sobre todo series. Pocos son los que esperan el día de la semana en que se emite su serie favorita, o los seis minutos de publicidad para ir al excusado –expresión tremendamente cursi para referirse al cuarto de baño que necesitaba imperiosamente utilizar–.
Si vemos como ha cambiado nuestra manera de consumir, de relacionarnos y de vivir en definitiva, tomaremos conciencia que estamos en época de cambios vertiginosos, no siempre fáciles de gestionar, de adaptarnos a ellos y que como casi todo en la vida, no pueden ser beneficiosos para todos. Las famosas estos días licencias VTC –vehículos de turismo con conductor–, fueron concedidas alegremente al amparo de la Ley Ómnibus de diciembre de 2009 bajo la presidencia de Rodríguez Zapatero, posteriormente y ante la gran cantidad de licencias concedidas, en el año 2013 se promulgó la Ley de Ordenación del Transporte para limitar el numero de licencias que fijó un límite de 1 licencias VTC por cada 30 taxis. Todas estas normas han encontrado su alter ego en la CNMC –Comisión Nacional del Mercado de la Competencia– que han considerado que eran medidas “injustificadas y perjudiciales para consumidores y empresas.
Con este panorama, y tras otras movilizaciones, nos encontramos ante esta huelga que ha dejado algún episodio lamentable y bochornoso como el ataque feroz y violento a un coche VTC que llevaba dentro una familia con menores. La ciudadanía llevaba un tiempo alcanzando cierta convivencia con la diversas ofertas de transporte, incluso alabando algunas iniciativas del sector de taxi –p.e. MyTaxi– que se ponían a la altura en calidad y prestación de servicios de los nuevos tiempos. Como anécdota les diré que hace apenas un mes, en Madrid un conductor me dijo que él había trabajado como taxista, como chófer en Cabify y en UBER, y me razonó cuál le gustaba más como profesional (no era la primera opción). Pero percibo un enfado generalizado por parte de muchos ciudadanos con la actitud y la forma de protestar/bloquear nuestras ciudades, y algunos se plantean hacerles la huelga pero indefinida a los huelguistas. Adaptarse o morir.