Llega la Navidad y nuestro consejo de ministros decide romper con la tradicional reunión semanal en el Palacio de la Moncloa en Madrid y trasladarse a Barcelona, la segunda capital de España. Justo la semana en que comienza el juicio por el golpe de estado, bautizado como ‘procés’
El título de esta columna a algunos recordará al de un exitoso programa de humor de la televisión pública vasca, donde se parodiaban todas las opciones políticas, lo cual por un lado genera una imagen de pluralidad muy positiva pero también, muchas veces se blanquean opciones que han amparado y apoyado el terrorismo independentista vasco. Dicho lo cual, y aunque no esté íntimamente ligado con la actualidad de esta semana, pero sí conceptualmente relacionado, menuda semana previa a la Navidad nos ha tocado vivir a los españoles, ni fútbol, ni el sorteo de la lotería, ni donde pasaremos la Nochebuena o la Navidad, no. Una vez más el independentismo catalán copa la actualidad mediática, si la gravedad del asunto no fuera tal, sólo por cansinos merecerían el más absoluto desprecio.
Si recopilamos las horas de información, las páginas de diarios, las crónicas y las imágenes a las que estamos sometidos relacionadas con el nacionalismo independentista catalán, sería escalofriante. Un auténtico exceso de contenido surrealista, desde llenar de lazos las calles, plazas y playas a anunciar huelgas de hambre o negar la legitimidad de las instituciones judiciales españolas, todo un vodevil que visto con cierta perspectiva y serenidad es patético y bochornoso. El tiempo y el esfuerzo que casi por obligación invertimos en algo tan irracional se debe sin duda a que han logrado captar la voluntad de casi dos millones de personas y aquí la cantidad es lo que vale, porque la causa, como le llaman, es casi kafkiana.
Los datos económicos y de desarrollo de España, pero en especial de Cataluña en los últimos 40 años de democracia, monarquía parlamentaria y Constitución, son más que positivos y favorables tanto para las instituciones políticas catalanas como para la sociedad en su conjunto. Por ello los argumentos técnicos, objetivos y de bienestar social no están en absoluto del lado de las tesis nacionalistas que dibujan un falso oscurantismo que sólo sería solventado a través de la indapendencia, como corean. Hay un gran (y triste) trabajo de reinterpretación de la historia, falseamiento de los datos y manipulación de las conciencias, por este orden.
Acaba de empezar el juicio con la vista de las cuestiones previas y los abogados que defienden a los políticos independentistas catalanes piden que se les juzgue en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y no en el Tribunal Supremo, alegando que los sucesos tuvieron lugar en Cataluña. El derecho es amplio, flexible e interpretable, a veces en demasía, por ello es importante que frente al relativismo y las medias tintas, nuestros jueces y magistrados actúen conforme a la ley y el sentido común. Cualquiera puede pensar que el máximo órgano de la justicia española, está más que legitimado y es competente para juzgar un caso de esta naturaleza, porque como se ha dicho “es una razón de Estado”.
Y mientras la justicia comienza su trabajo más mediático porque llevan tiempo trabajando en este asunto, lógicamente, en estos días no dejamos de hablar de grandes dotaciones de policías, hasta 9000 se publica en los medios, para garantizar la seguridad de una reunión de ministros del gobierno de España en una capital española. El simple hecho es para llevarse las manos a la cabeza, es inexplicable tanto la constante amenaza y chantaje social y político del independentismo como la asimilación por parte de las instituciones nacionales y de la sociedad de este tipo de sucesos. No sólo es la cantidad de miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad que pretenden desplazar, es el coste personal y familiar para todos ellos y es la desprotección en que se dejan otras zonas del territorio nacional.
El nacionalismo catalán en los últimos años ha ido derivando en un proceso rupturista y golpista que una sociedad democrática que quiera convivir en paz y libertad debe anular y desactivar con solvencia y con firmeza, desde su origen y en todos los ámbitos. No podemos estar poniendo tiritas ante una brecha que no deja de sangrar, se debe actuar con seriedad y rigor y olvidando esos cantos de sirenas que dicen que “ante una acción contundente sólo se crean más nacionalistas”. Hay una prueba que demuestra lo contrario, cuando se puso en funcionamiento la Ley de Partidos y se ilegalizó Batasuna (rama política de ETA) se decía que matarían más y el independentismo crecería, y exactamente fue al revés, se desactivó un ecosistema criminal, en gran medida por la falta de ingresos, porque al final “la pela és la pela”. Por cierto, ¡Feliz Navidad!