VALÈNCIA. Poco más habrá para contar sobre la crisis inmobiliaria que golpeó España hace diez años. Cuando todo se desmorona quedan visibles los problemas. Empieza el análisis y los porqué. Muchas personas pierden todo lo que tenían, y no solo lo material. Otras no pueden hacer frente a sus lujos. Y el sistema intenta resucitar. Después de una década, muchos titulares se preguntan si ya ha terminado la crisis económica, pero bastantes menos se centran en las secuelas que deja la erosión. Cuentan los autores de La furgo, Martín Tognola (dibujante) y Ramón Pardina (guionista), como empezaron a dar vida a su libro hace cinco años en pleno apogeo de deshaucios. Una idea que quedó aparcada y que temían que quedara anticuada. "Sin embargo, el tema sigue ahí y peor, para mi sorpresa", manifiesta Pardina. "Empezaron a haber iniciativas políticas con pretensiones de resolver la situación, pero no ha cambiado nada y se ha añadido la problemática del alquiler. Algo que por supuesto hemos tenido que integrar a nuestro relato".
La Furgo (La Cúpula, 2018) narra la historia de Oso, un hombre que pasados los 40 años se refugia en una furgoneta tras haber dejado de manera forzosa su casa. El sistema lo expulsa y él también deja expulsarse. Divorciado justo antes de que todo sucediera, vive con su hija pequeña Violeta cuando la custodia le deja, haciendo varios kilómetros al día para buscar una plaza en la que aparcar. El argumento sirve al final, tal y como considera Pardina, como "un ejemplo exagerado" de cómo vivimos hoy día. Y es que casi nadie vive encima de cuatro ruedas. Su mensaje va más allá creando una historia que, sin resultar dura y con elementos humorísticos, explica como el protagonista no consigue estabilizar su vida ante una sociedad que tampoco le ayuda.
El día a día de oso se resume en ofrecer itinerarios clandestinos a turistas y, de vez en cuando, en reparar algún electrodoméstico estropeado de los miles de sus vecinos. Aún así, aunque tenga cualquier deseo de futuro, siempre acaba instalado en la provisionalidad. Una realidad que esconde a su ex mujer y con la que crea un mundo imaginario para Violeta. Igualmente parece que los demás tapan sus ojos ante lo que supone vivir dehauciado. "¡Tiene que darle una educación a su hija!, ¡Búscate una pareja!, ¡Búscate una casa con Internet!, ¡Tienes que encontrar trabajo!" Parece fácil dar (o imponer) consejos, pero lo más grabe se haya en la capacidad que tenemos para "naturalizar problemas tan grabes", como es en este caso el subsistir desemparado. Y es que, "aunque él se desenvuelva bien y logra tirar hacía adelante, con una puesta en escena que parece incluso poética, la gravedad está ahí", explica Ramón Pardina. En efecto, en las primeras páginas puede parecer que el protagonista cumple un sueño parecido al de la ruta del 66.
Nada más lejos de la realidad, el personaje encuentra en su forgón más pronto un lugar en el que evadirse, que un hogar. Entre sus problemas está además la relación con su padre, con quien no se habla. "Aquí encontramos una de las partes más humanas de la historia", apunta Pardina. "Esa indecisión que acompaña al protagonista tiene origen en la inseguridad que tiene con su padre. Nos pasa a todos un poco, que a veces no sabemos expresar lo mucho que queremos a alguien".
Otro de los elementos interesantes de la obra está en el papel que juega la policía. No veremos a través de esta figura a alguien frío o apático. De hecho, entre los pocos amigos que tiene el protagonista se encuentra un policía local que, avisado por la queja de sus vecinos, le pone una multa en su furgón, aunque siempre termina siendo una nota (de engaño) con la que ambos quedan para ver el futbol en el bar. "Al final cuando nos imaginamos que desahucian a alguien caemos en prejuicios, pero también hay compasión y empatía en estas personas porque a nadie le gustar echar a la gente de sus casas. Por eso quisimos crear una historia de amistad".
En su línea de alumbrar los problemas que perpetúan la sociedad, otra de las escenas clave del cómic aparecen cuando Oso decide ofrecer un itinerario bastante peculiar a los turistas. Enmarcada en la capital catalana, parece casi imposible no hacer alguna referencia al boom del alquiler y de los ciudadanos sin techo. "Si hablas de las casas modernistas de Barcelona justo al lado hay alguien sin casa o si vas por los centros comerciales, enfrente podrás ver a alguien revolviendo entre los contenedores. Esa es la segunda realidad que está presente y que cuesta más de ver, sobretodo si eres turista y vienes de fuera", explica el guionista.
Con todo, es bastante difícil no sentirse conectado con las vivencias que el personaje va experimentando sobre esa furgoneta. La trama cristaliza por completo una realidad en la que las ciudades se inflan de pobreza y prejuicios, a la par que de turistas. Otra de las escenas más imperiosas sucede cuando Oso acude a la casa de un anciano a repararle su cocina pero éste se ve sin dinero con el que pagar. La moneda de cambio termina convirtiéndose en lo que uno necesita y el otro puede dar, comer juntos.