VALÈNCIA.-Dedico más tiempo a ver cómo una mosca frota sus manos que a ver la luz roja de un semáforo. En parado fijo la atención en el entorno, controlando el paisaje, peatones, coches, luces, ritmo... Hasta que algo dice que soy libre, que está verde. Y así fue, solo que esta vez, pimpamcatacloc.
Todos los vehículos a mi frente ya no circulaban, adelante pues. Pero el olfato motero se puso alerta. Y un mostrenco aparece por mi izquierda y acelerando. Imposible sortear aunque estuviera mirando fijamente la junta de los huevos a una mosca. Inevitable, se me comió, y vaya que sí se me comió. Se lio con el freno y me la lio parda.
Ya en el suelo tres individuos se ocuparon de mi yo albondigado: un taxista, que me ayudó a encontrar la mejor postura, animó y digamos ejerció de Maikel Landon por un rato; la chiqueta que me atropelló, nerviosona, disculpona y con la que ejercí de pepsicólogo, aunque merecía más un psicópata; y un chaval, mejicano por su acento y surrealista por sus palabras, en busca de amistad. ¿?¿? Puestos a ser delirantes, le pedí que sacara una foto y que con un programa chorrojoven me pusiera morritos, lengüita y orejitas de perrito, así tendría un bonito recuerdo. Él, ojiplático.
Policía, ambulancia, hospital, muchos ojos que me observan y un montón de afirmaciones: te pongo una vía, un pinchacito, te recorto el pantalón, no muevas la cabeza, fíjate el oxígeno, te sondo, sangre para la analítica, hay que drenar el pulmón, unos puntos, te tomo la tensión, otro pinchacito, ¿aquí te duele?... y van pasando minutos aún hecho un desastre. Camillas, tacs, X y centellas. ¿Qué te duele? Pregunta alguien. Mejor listo qué no me duele, que acabo antes. Le contesto.
Setenta horas después, habitación, compañía y a esperar. Poco más que hacer que pasen el tiempo y un montón de especialistas de verde, cada uno a lo suyo; y enfermeras de morado, en lo de todos; y auxiliares de blanco, que se lo trabajan con cariño. ¡¡¡Olé por la sanidad pública!!! Recomiendo accidentarse para aprender a valorarla. De pensar que algunos la quieren desmantelar, se me ponen las vergüenzas de cemento.
Tres semanas de movilidad cero, necesito ayuda para todo, incluso para lo más básico, pa’ comer, pa’ descomer, pa’ limpiar, pa’ todo. De levantarme, ni pensarlo. Y cada dos días, a pedir la cuña. Los mejores ratos, durante el conticinio, cuando todos los enfermos, infectados, contagiosos, rotos, doloridos, indispuestos y moribundos nos reuníamos en alguna habitación bailando como zombis hasta arriba de narcóticos, drogas, fármacos, alucinógenos, calmantes y somníferos. Nadie molesta, nadie escucha. Aquelarre de dolores.
Casi un mes ahí guardado, sin moverme, desnudo, y el cuerpo que se va reiniciando, saliendo del susto que le han dado. Familia y visitas sois la mejor midicina, sin dudarlo.
El momento friki, cuando uno de los vecinos de habitación me grabó disfrutando de mi sexo solitario. Y me pilla tras el meneo utilizando la sábana para limpiar el zumo humano, sin caer en el detalle de que justo estoy utilizando el trozo marcado con el logo de nuestra Generalitat, que representa a todos los valencianos. Se puede pensar que lo hago como acto de provocación y únicamente son el sentido de la higiene y el azar los que deciden usar tan respetuoso lugar. El vídeo ya anda por ahí, y esta vez estoy asustado, que si por sonarte en la tela de tu madre te cae la del pulpo, a mí pimpamcatacloc.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 50 de la revista Plaza