'Todos queríamos matar al presidente' se presenta en modo de comedia pero con tintes de novela negra. Una "disyuntiva moral" sobre si está bien, o no, desearle el mal a una persona malversadora. Y a su vez, en cómo le puede afectar a una pareja ser acusada de asesinato
VALÈNCIA. Recorrer festivales para conseguir visibilidad y plataformas en las que instaurarse. Así es la ‘vida’ que la mayoría de propuestas audiovisuales, con poco presupuesto económico, deben seguir. Justo un año después de iniciar el rodaje y de pasar por Marsella, Bilbao, Dublín o Nueva York, la webserie Todos queríamos matar al presidente ha vuelto a su ciudad natal, València, para continuar con su promoción. Una etapa en la que seguirá durante “dieciséis meses más” para conseguir su máxima internalización- y por cumplimiento de contrato con la HG Distribution-, por lo que todavía no está disponible a los ojos del espectador.
¿Qué puede armar más revuelo en un país que la muerte repentina de un presidente? Pero no solo en la sociedad, también en todo el círculo de personas que, de alguna manera u otra, han tenido relación o se les puede vincular con él. Sobre esta trama gira principalmente Todos queríamos matar al presidente. Escrita y dirigida por Ana Ramón Rubio, y producida por Miguel Cañizares, la serie digital se presenta en modo de comedia pero con tintes de novela negra. Mismo equipo técnico y artístico que en la anterior creación de Ramón Rubio, Sin vida propia. Proyecto que también en formato web, consiguió durante los años 2015 y 2015 premios tan prestigiosos como la Mejor Dirección en los Rome Web Awards, Mejor Serie Internacional en Vancouver Web Fest o Mejor Comedia Extranjera en el festival de webseries de Los Angeles. Así, los personajes cobran vida a través de la actuación de Ana Caldas, Jaime Reynolds -fichaje nuevo- Fede Rey, Joan Manuel Gurillo, Maria Albiñana, Irene Olmos, Jordi Marquina y Lola Moltó.
Desarrollando más la historia, la trama arranca cuando un grupo de trabajadores de catering recibe la inesperada visita del Presidente del Gobierno. No es un hombre cualquiera, ya que se caracteriza por ser “mujeriego, corrupto, borracho, fiestero y malversador”. Un perfil, que según explica Ana Rubio, “no está inspirado en ningún político en concreto”, solo “que bebe de lo mejor de cada casa”. Los trabajadores bromean durante la jornada sobre la posibilidad de envenenar su comida y de lo fácil que sería hacerlo entre tanta gente. Una declaración de intenciones, que con relación o no, convierte una broma en realidad, al encontrarse el cuerpo sin vida de Martínez de Ochoa en extrañas circunstancias.
A su vez hay otra subtrama, la que a palabras de su directora, “es la más importante”. La serie aborda la relación de una pareja en crisis que ve como su vida empieza a cambiar al ser acusados de haber matado al Presidente del Gobierno. Para la actriz Ana Caldas, lo más interesante del guion es esa precisa “disyuntiva moral que se plantea sobre si está bien pensar en algo tan malo como la muerte para alguien que supuestamente es malo, o no”. También altera la vida de su mujer y de su hija, o de la última persona en verlo con vida, una entrañable prostituta transexual, o el cocinero del local. A fin de cuentas, “personas de la calle, muy cotidianas, que se han visto envueltas en un lío”, razón por la que según Jaime Reynolds (pareja de Ana en la ficción) “resulta muy fácil para el espectador empatizar con ellos”.
Cuenta Ana Ramón que empezó a darle vida a la serie “de una manera opuesta a como se suele hacer”. Y es que desde un principio sabía la idea de su historia y el casting que quería. “Es interesante ver a los mismos actores interpretando papeles completamente diferentes” afirma. A partir de ahí tuvo que adaptar el guión y los personaje, menos con Fede y Ana Caldas que tenía claro que iban a ser Débora Solano y Rosana. Precisamente para Fede Rey este nuevo papel ha supuesto un gran cambio, por haber pasado de novio despechado en Sin vida propia, a prostituta en esta ficción. Así mismo lo ha hecho también Joan Manuel Gurillo, que de camarero viudo y fracasado, ahora es el Presidente del Gobierno.
La serie está formada por tan solo cuatro episodios, que sin un final cerrado, duran entre los diez y los quince minutos cada uno. Esta elección no es natural, “es una cuestión presupuestario”, explica Ana Ramón. “De hecho, es una serie que podría continuar en el tiempo porque los personajes así lo permiten. Pero nuestro presupuesto solo nos dejaba espacio a unas doce jornadas, con lo que grabar más de cuatro episodios nos parecía excesivo” añade.
Sin embargo, con una cantidad que indican no ser mayor “de los 3.000 euros” han logrado pasar por siete festivales internacionales y ganar seis premios en diferentes categorías. Unos logros en los que queda plasmada la satisfacción que siente todo el equipo. “Hemos participado contra producciones con un elevado alto presupuestario, tanto que no tiene nada que ver con lo nuestro. Han habido persecuciones, drones o series enteramente grabadas bajo del agua”. Para su directora, el éxito se debe a “esa desilusión por el presente y por la corrupción, que es algo que puede entender un espectador de València como de Nueva Zelanda”.
El estreno se hizo fuera de España, en octubre de 2017, en el Marseille Web Fest. De ahí pasaron al Bilbao Seriesland, donde se alzaron con tres galardones, también en el festival de Nueva Nork obtuvieron el de Mejor Thriller y en Baltimore Web Fest, un segundo premio webserie y Mejor Dirección de comedia. Han competido además en el festival de Río de Janeiro, el South Florida o el Dublin web Fest. Su próximo viaje será en marzo, cuando compitan en el Buenos Aires Web Festival, como única serie española participante. Un certamen que surgió en 2015 como único festival de proyectos creados para la Red en Sudamérica. Allí competirán junto a series como Brecha (Brasil), Los buenos cabros (Chile), Kaselman e hijo (Argentina) Selección natural (Colombia), La división (Argentina) o Loop (México).
Tanto para su productor, Miguel Cañizares, como para Ana Ramón, surge un debate acerca de por qué algunas series son catalogadas como webserie y otras no. “¿Qué diferencia hay entre una de Netflix o la mía?, los dos soportes son los mismos, pero el mío tiene el prefijo ‘web’ que le da menos apoyo, menos respaldo y menos visibilidad”, manifiesta Cañizares.
No es una simple diferenciación, ya que según explican ambos, la financiación “sale de nuestro bolsillo”, debido a que “la industria no entiende que las webseries son un producto más”. Una realidad que les empuja a seguir con la estrategia de darse a conocer a través del circuito de festivales. "Esta diferenciación nos obliga a ofrecer el valor de los premios y de la participación a las promotoras, porque no les podemos hablar de estimaciones de visitas”.