VALÈNCIA. Los objetos están por todos lados: en las estanterías, en los cajones, en los escaparates… Algunos incluso se envuelven bajo un papel estampado para generar un gesto de sorpresa en quien lo reciba. Los objetos también sirven para definir a una persona: un fotógrafo no es nadie sin su cámara, ni un periodista sin su libreta... tampoco hace mucho un diseñador sin su regla o un jardinero sin una regadera.
Ahora bien, ¿cuánta cultura puede esconder un solo objeto? Para dar respuesta a esta duda Sergio Membrillas organiza, a través de Cuaderno Blablabla, una mesa cuadrada en la que debatir sobre la importancia de los objetos en el ámbito cultural dándole la voz a sus dueños. El próximo sábado 13 de abril se reúnen en Cuit, a lo largo y ancho de una mesa: Laia Lluch, Alba Mínguez, Patricia Moreno, Carmina Ibáñez, Rubén Mateos, Ramón Arnau, Dani Impresum, Marta Handrich y Mario Ballester para librar al objeto de su cotidianidad y vestirlo a través de las palabras.
La idea de esta reunión, en una “mesa cuadrada”, es generar un punto de encuentro en el que perfiles de la cultura valenciana puedan aportar su visión sobre cómo se asocian los objetos y la cultura, tal y como han hecho en ediciones anteriores conversando sobre arte y creatividad o sobre Inteligencia Artificial. Membrillas explica que lo importante es que se reúnan “personas de todo tipo” para hablar de estos temas: “No hace falta que tengan un extenso conocimiento sobre la tarea, todos tenemos una profesión cultural que nos conecta y planteamientos que nos unen", añade el organizador, quien busca que en la mesa cuadrada se genere un debate.
Con esto, se organiza una charla abierta sobre la importancia de los objetos en el universo cultural y se centra en su parte humana, la de diseño y la de filosofía. También se juntan para hablar de la carga emocional que puede albergar un objeto bonito -como puede ser un libro, un vinilo o una cámara- y lo importante que es tocarlo y preservarlo. Para activar la charla, se hace un análisis del contenedor y del contenido. Una de las invitadas a la “mesa” es Alba Mínguez, arquitecta y constructora de esos contenedores de objetos que llamamos vivienda. Explica que cuando suelen realizar viviendas de obra nueva algunos de los clientes optan por comprar todo de cero mientras que otros deciden construir alrededor de un objeto relevante.
Su perspectiva del objeto como elemento decorador traspasa las cuatro paredes y lo comprende como una forma que tiene de definir a la persona que habita un espacio.“Una vivienda es como una especie de refugio en la que uno dispone los objetos que le hacen sentir en un hogar y que le definen de alguna forma, para que el lugar tenga que ver con la vida de uno mismo”, explica. “Cuando uno crea un espacio alrededor de un objeto, está creando un hueco emocional y cultural en ese lugar, sea el objeto que sea”.
Cualquier objeto puede estar cargado de emocionalidad y “cultura”, desde un Playmobil en una estantería hasta una obra de arte, pasando por un sofá de diseño. Por ejemplo, esto le pasa a la fotógrafa Laia Lluch con las cámaras. Más concretamente con las antiguas, las mismas que dispone dentro de su casa y que le definen más allá de su funcionamiento: “Son recuerdos, o de algún mercadillo. La mayoría no funcionan, pero me aportan placer visual”, explica quien a través del objeto evoca a recuerdo: “Algunas me recuerdan a una época de mi vida en concreto, y a las fotografías que he podido tomar con ellas. Sé que estoy romantizando un objeto viejo e inútil que no funciona, pero también sé que es un objeto que a cualquiera puede acercarle a mi persona”.
La fotógrafa encuadra en su hogar las cámaras y láminas. Un espacio que se va haciendo cada vez más suyo a través de cada nuevo elemento,“puede ser una lámina o cualquier cosa de un rastro, todo vale si puede servirme para sentir placer y paz en casa”, añade sobre su forma de decorar y disponer los objetos. Tanto Lluch como Minguez consideran que la carga cultural -y emocional- se mide a través de quien lo guarda. No es lo mismo un vinilo para un músico que para un niño de seis años que aún no entiende su funcionamiento, al igual que tampoco es lo mismo una cámara vieja para Lluch que lo es para una persona que no sea aficionada a la fotografía.
Eso sí, volviendo a la perspectiva de Alba Mínguez, para ella lo importante es que esas sensaciones se respeten desde el momento en el que se empieza a crear un espacio: “Las cosas no solo tienen que ser cómodas o útiles; hay una fuerte conexión entre el contenedor, el contenido, la estética, los recuerdos y también las emociones”, añade la arquitecta, quien con cada nuevo proyecto se pregunta qué objeto será el afortunado de ocupar las vitrinas de la casa, y si, quizás, llegará a ser mencionado por su propietario en alguna charla.