Lees que la iniciativa 112VCF, impulsada por la asociación valencianista De Torino a Mestalla para comprar el club a Peter Lim, ha fracasado por falta de apoyos. Se esperaban entre 10.000 y 12.000 inscripciones personales (entre el 25 y 30% de la masa social) y únicamente han sido 1.483. Te preguntas, a continuación, què vos passa, valencians? Más aún cuando, sobre el tema Lim, han sido manifiestas y potentes las protestas expresadas por los seguidores del València. Tanto en la calle como mediante bandadas de pañuelos que, en el propio Mestalla, han reclamado a la actual propiedad del equipo que renunciara por el bien de éste y de la adhesión emocional que despiertan los colores de la camiseta.
Se puede sentir frustración, pero pongamos las cosas en claro: la Comunitat Valenciana no comparte lo que de forma parecida afirmaron, por separado y en distintos momentos, Juan Negrín y Camilo José Cela: que, en España, resistir es vencer. Y los valencianos, sin llegar a tener sangre de horchata, parece que no estamos hechos para resistir. Lo habitual, como se decía en mi pueblo con cierta retranca machista, es que tengamos arrancada de bou i parada de vaca. Que sabemos protestar ("lacrimógenos" nos llamó en una ocasión el sociólogo Amando de Miguel) es cierto; pero se trata de una protesta efímera y sin coraje que sigue con frecuencia la conducta de la mascletà: un despertar fulgurante, una continuación majestuosa y un final estruendoso, tras el cual cada uno se marcha a casa con la conciencia del deber cumplido. No es costumbre generalizada que el día después, -y el otro y el siguiente-, se preste continuidad a la acción por más que el objetivo perseguido precise de paciencia, insistencia y, en definitiva, resistencia. En España, gana quien resiste y aquí también sucedería si se aceptara que los propósitos esenciales exigen tiempo, kilómetros, poner algo de dinero y, de vez en cuando, renunciar a diversas satisfacciones para sostener tediosas reuniones catequizadoras sin siquiera fotógrafos que las inmortalicen.
Hasta en un asunto tan prioritario como el de la financiación autonómica mostramos debilidad pese a la mejor acumulación de argumentos que hayamos recogido jamás; pese a que hayamos armado una importante cúpula institucional a favor de la reforma justa del sistema de financiación. Aun en estas condiciones no ha funcionado una conexión top-down que prestara calor popular a la iniciativa. Se han pronunciado a favor de la reforma las torres legislativa y ejecutiva de la Generalitat, sindicatos, patronal, universidades, medios de comunicación y bastantes alcaldes, pero no hemos observado la presencia y fuerza activista de las asociaciones de padres de alumnos de colegios públicos y concertados, de los consejos comarcales de sanidad y de las asociaciones de enfermos; tampoco una insistencia machacona y sincronizada en momentos clave de los colegios profesionales, de las agrupaciones musicales, de intelectuales, investigadores y artistas… De todos los que, de una u otra forma, son 'accionistas' del presupuesto valenciano.
Asimismo, no hemos apreciado una cadena de acuerdos municipales formales, apoyando el grito colectivo de la reivindicación autonómica. Y lo más humillante: no hemos ido a Madrid a manifestarnos en representación de una Comunitat que, siendo pobre, todavía apoya a otras; una Comunitat que percibe por habitante una cantidad situada a la cola de España, como si sus niños, enfermos y dependientes no tuvieran las mismas características y necesidades que los del resto del país. Una Comunitat pobre que se cuece al fuego lento de sus limitaciones económicas, con repercusiones inmediatas y desfavorables sobre empresas y trabajadores, sobre innovación y crecimiento empresarial, sobre inversiones y formación profesional, sobre el cambio climático y la reducción de las desigualdades. No sorprenderá que a algunos se nos pusieran los dientes largos viendo a los ciudadanos extremeños pisar con firmeza las calles madrileñas para exigir que su comunidad disponga de modernas comunicaciones ferroviarias.
¿Qué tendrán los trenes de ancho europeo para insuflar entusiasmos allá donde otras materias no lo consiguen, incluidas las Cercanías? Porque, a diferencia de lo advertido en la financiación y el cambio de propiedad del club de fútbol valenciano, cabe reconocer que aquí también destaca, por su proyección pública, la reclamación del Corredor Mediterráneo. El que complementa esa autopista, la AP7, que el Banco Mundial, a inicios de los 60, señaló como la infraestructura que más beneficiaba al conjunto de España.
Una historia que convendría recordarle al expresidente Aznar cuando se le invita a venir a nuestra tierra y, más aún, cuando la cortesía procede de la Asociación Valenciana de Empresarios, baluarte reivindicativo de las comunicaciones de la alta velocidad, antes y ahora: refrescarle la memoria sobre cuando vino en 2002 a inaugurar la primera traviesa del AVE Comunitat Valenciana-Madrid mientras, al mismo tiempo, aplicaba un turboAVE a la línea Madrid-Valladolid (su región natal) con tanta pasión y presupuesto como para que dicha línea se inaugurase en 2007, mientras que la valenciana tenía que esperar a 2010. El Cid de Castilla se impuso a la Valencia del Cid vistiendo la orla de proyecto nacional, que es el mantra usual justificativo de todo lo que deciden algunos cráneos privilegiados del centralismo. (Cráneo privilegiado: el apelativo que destina uno de los personajes de Luces de Bohemia de Valle Inclán, al escritor ciego Max Estrella; en uno y otro caso, material propio del esperpento hispánico).
Sí, aquella triste y solitaria traviesa crió telarañas durante largo tiempo, a la espera de que se recordase que la ciudad de València era y sigue siendo la tercera ciudad de España y que la demografía de la Comunitat, entonces y ahora, es de las más dinámicas del espacio carpetovetónico. Pero, al mismo tiempo, puede apreciarse que, gustos aparte por la adusta y rígida oratoria de Aznar y por ese Madrid, albergue de empresas que tienen cogidas por los costes a las pymes valencianas, en el caso del Corredor Mediterráneo se ha seguido una estrategia de gota malaya: esto es, uso de organización, recursos, amplia difusión de las ventajas del objetivo, creación de un clima social favorable y, sobre todo, tenacidad. Se ha aprendido, o como mínimo intuido, que en España gana quien más resiste, pero que, para ello, debe existir una planificación temporal de la hoja de ruta, creación de densas complicidades, allanamiento de los protagonismos individuales y generación, sin timideces, de todo el ruido posible. Esperemos que algún día, no muy lejano, la estrategia de la resistencia se reitere con el mismo alcance en el fútbol valenciano y en el ámbito de la financiación autonómica.