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historias del diseño valenciano 

Juan Nava, el diseño discreto

(KIKE TABERNER)

Con una trayectoria que abarca décadas, Juan Nava siempre ha optado por mantener un perfil bajo. Su reivindicación del rótulo artesanal le ha proporcionado una atención que todavía no acierta a comprender

| 15/08/2022 | 9 min, 7 seg

VALÈNCIA.- La trayectoria del diseñador Juan Nava (Ripollet, 1952) se inició en un taller en el que su padre, mecánico de profesión, compatibilizaba en su labor diaria el lápiz y la llave inglesa. «Era un mecánico de talante muy serio con una habilidad extraordinaria para el dibujo», recuerda Nava. El nuevo destino de su padre, que trasladó el negocio familiar a València para ponerse a las órdenes de los Gómez-Lechón, alcanzaría con el tiempo al resto de la familia pues tanto su hermano mayor como él mismo trabajarían años después para esta familia valenciana.

Como muchos otros profesionales de su generación, Nava encontró en la Escuela de Artes y Oficios (a través de Dibujo Publicitario) un acomodo para sus intereses creativos. Esta decisión no dio con una respuesta firme, ni a favor ni en contra, en el seno de su familia: «Con mi padre hablaba poco (era una persona muy reservada), así que mi hermano mayor ejerció un tanto de consejero. Él sabía que lo mío no era el estudio puro y duro, así que me dio un empujón a la hora de decidirme por entrar en Artes y Oficios». 

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Nava permaneció un par de años en la escuela y con dieciocho años recién cumplidos pasó a trabajar en la agencia de publicidad Nueva Era (1970). «Era mi primer trabajo y al aterrizar no tenía ni idea de qué iba aquello. Al entrar en ese despacho descubrí que la realidad bien poco tenía que ver con lo que me habían enseñado». Las oficinas de la agencia se encontraban frente a Nuevo Centro. Unos pisos más arriba se sentaban los diseñadores que trabajaban para la agencia Abril —entre ellos, un profesional de gran prestigio: Paco Escobar—, especializada en publicidad para constructoras como Vifasa. «Sabías que muy cerca trabajaban otros dibujantes y grafistas —no se te ocurría llamarlos diseñadores—, pero no existía una relación; no existía realmente una conciencia de la profesión como tal», relata.

Los horarios de trabajo impidieron a Nava continuar su aprendizaje en la Escuela de Artes y Oficios, por lo que optó por marchar al centro privado Peris-Torres. Allí Nava comenzó a interesarse por el diseño de producto —«es un ámbito en el que nunca me he atrevido a entrar», puntualiza el diseñador—, pero acabó formándose en Decoración.

Un encuentro en la mili

A pesar de su juventud, por aquel entonces Juan Nava cuenta ya con un equipo de colaboradores: «Lo más complicado es rodearte de gente de confianza que entienda tus proyectos», admite el diseñador. Al poco de entrar en Nueva Era, Nava y un compañero de despacho salen del proyecto para montar un estudio propio (Falomir) que «posiblemente fuera de los primeros despachos especializados en diseño gráfico de València, cuando todavía no se empleaba esa terminología». 

Una experiencia que se interrumpe por el servicio militar, que Nava cumple en los cuarteles de Marines y La Alameda, donde coincide con Carlos Cuevas, con quien comparte el mismo espíritu inquieto. Navas y Cuevas crean proyectos para negocios nocturnos como la discoteca Chaparral, desde un pequeño despacho situado a espaldas de la iglesia de San Nicolás. «La mitad de los trabajos no salían y la otra mitad no los pagaban», sonríe Nava. 

Canut-Bardina y la importancia del cliente

La aventura con Carlos Cuevas se prolonga hasta que Nava entra a trabajar en un despacho publicitario de prestigio: Canut-Bardina, donde permaneció seis años (de 1976 a 1981). «Allí aprendí el oficio —admite el diseñador—. En ese despacho se tocaban campañas globales, packaging… Prácticamente todo el sector turronero de Xixona eran clientes, así como jugueteras muy fuertes como Feber o Geyper». 

Nava, pese a todo, no había perdido por completo el contacto con Cuevas y ambos mantienen un trabajo conjunto a través de un pequeño taller desde el que hacían proyectos de escaparatismo, «una especialidad rarísima en la ciudad». Nava y Cuevas tuvieron «la suerte» de conocer al propietario de Calzados Riera —«un hombre culto e inteligente»—, cuya esposa era propietaria del mítico local de Wieden-Simó. «Hasta que entramos a trabajar en Riera, los escaparates llevaban la firma de Jordi Teixidó. Con Riera me di cuenta de la importancia del cliente en el proyecto. Es necesario respetar la figura del cliente que entiende y acepta un proyecto atrevido que escapa del canon. Sin este cliente esa propuesta se queda en el cajón. Y no lo debimos hacer del todo mal porque propietarios de comercios punteros como Don Carlos se acercaban a preguntar quién era el responsable de los escaparates».

Una inquietud continua

Nava admite que «siempre he tenido ciclos de trabajo de alrededor de cinco años. Cumplido ese plazo, me picaba el gusanillo y necesitaba un cambio». Pese a la seguridad de un trabajo continuo, la inquietud de Nava le lleva a probar suerte de nuevo, esta vez junto a un compañero de Canut-Bardina y lo hace mediante un proyecto propio, el despacho Com & As (Comunicación y Asesoramiento), donde permanece de 1981 a 1985, periodo en el que continúa afrontando de forma incesante nuevos proyectos «a costa de no dedicar tiempo suficiente a tu familia, un aspecto del que, pasado el tiempo, me arrepiento».  

Tras esta aventura, Nava pasa a ejercer como profesional freelance desde un estudio propio, recibiendo encargos de distintas agencias para las que trabaja, mayormente, diseño gráfico orientado al packaging. Posteriormente, Juan Nava entrará a formar parte del despacho promovido por Pepe Gimeno y Nacho Lavernia, en el momento en que ambos premios nacionales contaron con un estudio conjunto: «cuando Pepe y Nacho me llamaron, era consciente de que debía cerrar mi estudio. Fue una apuesta arriesgada que duró algo más de cinco años. Aquel estudio funcionaba de maravilla, incluso durante las crisis. Allí entendí qué era un estudio de diseño gráfico».

Galería Jorge Juan e IVM, clientes «para toda la vida»

A caballo entre las décadas de los ochenta y noventa, Juan Nava comienza una colaboración con la Galería Jorge Juan. Para este centro comercial, y durante quince años, Nava diseña prácticamente todo lo diseñable: bolsas, cartelería, revistas, banderolas, relojes, web… «Antes de mi llegada, la Galería trabajaba con la agencia de Carles Barranco y Artur Sales. Cuando marchan por trabajo a Madrid, recojo el testigo. La Galería Jorge Juan era un cliente muy respetuoso e interesado por el diseño. Contaba con una libertad casi absoluta para desarrollar propuestas en las que incluía ilustradores. La ilustración siempre me ha interesado muchísimo y conté con grandes profesionales como Antonio Ballesteros», comenta.  

Otro proyecto longevo fue el realizado para el Institut Valencià de la Música (IVM), un trabajo en el que la entidad se mostró «tan implicada» que una vez incluso compró los originales creados por el ilustrador con el que Nava colaboró. Para el IVM, Nava diseña un universo formado por la propia marca de la institución, libros, catálogos, carteles o CD. Al respecto, Nava destaca la «apuesta decidida» de este organismo por el diseño, ya que también ha contado con otros profesionales reconocidos como Paco Bascuñán o Lina Vila.

Rótulos, un interés al pie de la letra

A lo largo de su trayectoria profesional, la relación de Juan Nava con la tipografía ha sido constante, así como su interés por los rótulos comerciales y publicitarios que con el paso del tiempo desaparecen gradualmente y sin remedio de los locales y calles. «La tipografía me causa un gran respeto. Con humildad, siempre he dicho que en algunos casos, me dedico a hacer alfabetos display. Es un simple divertimento», confiesa. 

Nava formó parte de la organización del Congreso Internacional de Tipografía para el que preparó una publicación (Itinerarios tipográficos) que recogía decenas de comercios históricos con sus correspondientes rótulos, «el 65% de los cuales hoy ya ha desaparecido. Aquel libro tal vez se perdía en la anécdota en torno al rótulo, por lo que decidí prescindir posteriormente del contexto y fijar la atención en la letra para otorgar el valor que merece». 

Desde ese momento Nava incrementa su interés por los rótulos, no solo de València, fotografiando cientos de ellos por toda España. Desde hace nueve años, Nava alimenta un blog, Letras recuperadas, en el que ha volcado su amor por los rótulos comerciales. Un blog que constituye un importante archivo histórico y que le ha permitido ponerse en contacto con otros expertos en un patrimonio gráfico «que se está perdiendo a la carrera». 

Esta atención por el rótulo artesanal se ha traducido en los últimos años en un nuevo libro (Letras recuperadas) y la exposición Gráfica urbana en la Galería del Tossal, acciones que también funcionan como homenaje a los rotulistas, una profesión «prácticamente extinguida» por estas latitudes.

Cómodo en el segundo plano

La atención que Juan Nava está recibiendo en estos momentos por parte de los medios no deja de asombrar en cierta medida a un diseñador que siempre ha preferido «jugar entre las sombras, haciendo el menor ruido posible», pese a contar con proyectos en la colección permanente del Museo del Diseño de Barcelona. Nava se reafirma en su deseo de discreción: «Puede que nunca haya acabado de creer en la figura del diseñador estrella. Siempre he reivindicado el diseñador que permanece en un segundo plano, cuyo trabajo no es mediático, sino que forma parte del día a día profesional. Y de ese tipo de trabajo, yo he hecho muchísimo». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 94 (agosto 2022) de la revista Plaza

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