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entrevista con el director de "campeones" .

La València de Javier Fesser

Se dio a conocer con El milagro de P. Tinto, pero para entonces ya tenía forjado un intenso lazo con la Comunitat Valenciana. Aquí grabó sus primeros planos mientras rodaba un documental turístico. Esta relación se convirtió en casi amor con La gran aventura de Mortadelo y Filemón y llegó a su máxima expresión con su último largometraje, Campeones

| 11/11/2018 | 12 min, 13 seg

VALÈNCIA.-El día en que nació Javier Fesser, 15 de febrero de 1964, sábado, todo Madrid era música y teatro, con mucho despliegue de artista americano. Ese día en el Teatro Marquina resonaba Bach, Schumann, Brahms y Chopin interpretados por el pianista norteamericano Abbey Simon; y en otro lado de la ciudad, otro grupo de americanos, esta vez se trataba del coro de la Universidad de Texas, ofrecía un concierto en el Ministerio de Información. En el Teatro Alcázar una joven Lina Morgan destacaba en la obra Un aprendiz de marido; en el Eslava reaparecía Paco Martínez Soria. Entre biberón y biberón del sexto bebé Fesser Pérez de Petinto, el NO-DO informaba de que dos empresas americanas y unos técnicos de Campsa habían descubierto petróleo y gas en Valdeajos, provincia de Burgos, y que Madrid celebraba, con el padre Peyton, la Cruzada del Rosario bajo el lema La familia que reza unida, permanece unida. Entre Valdeajos y la Cruzada del Rosario aquel parecía un año en honor a Javier Fesser. 

Hermano del periodista Guillermo Fesser y del promotor cultural Alberto Fesser (La Fábrica y Fundación Contemporánea), Javier es un tipo afable, cordial, ocurrente y algo imprevisible; también muy divertido y un currante nato. Según él, desordenado, caótico y muy social. No olvida sus comienzos como eléctrico maquinista en València, cuando su contacto con la Comunitat Valenciana acababa de empezar. Luego llegaría el rodaje de la película Mortadelo y Filemón. Su última conexión valenciana la ha tenido con Campeones, una historia basada en el club Aderes de Burjassot. Escucharle es como tener delante un cóctel de todos sus personajes. Es lo que tiene ser el guionista de sus películas. Estos días, mientras Campeones —que ya tiene vida propia— prepara la maleta rumbo al teatro Dolby donde tendrá lugar la entrega de los Oscar, el director organiza la suya destino a Mindanao (Filipinas), donde los próximos meses rodará su nuevo proyecto con el problema del hambre como trasfondo.

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— ¿Cómo es Javier Fesser como persona, como amigo, como vecino…?

—Soy demasiado desordenado y caótico, una persona que se sorprende a sí misma cada cinco minutos. Tal vez con un poco más de organización en mi vida y en mi trabajo todo iría mejor pero, por otro lado, advierto que esa desgracia que acarreo, ese caos, me lleva a donde quiero. No tengo prejuicios, de ahí que me encuentre las historias y a las personas que me encuentro, porque parto de cero. No hago estudio de nada. Me lanzo.

— ¿Tal vez por eso te has atrevido con Campeones?

—Podría ser. También es cierto que los proyectos que a priori son difíciles son los que me atraen. Empezar una película sabiendo ‘cómo se hace’ para mí es un mal comienzo. La incertidumbre es un elemento fundamental para la creación; luego en el proceso también me invade la angustia pero siempre elijo proyectos en los que no me sirva la experiencia de las anteriores películas.

— ¿Cuánto te cuesta hacer una película? 

—Me cuesta cuatro años entre escribirla, ponerla en marcha, prepararla, rodarla, montarla, promocionarla... Todo ese proceso es el que me absorbe pero porque yo entiendo este trabajo desde un punto de vista muy artesanal. Funcionar así es muy agotador pues requiere un tiempo excesivo, pero no lo puedo entender de otra manera. Podría delegar más pero es que me gusta mucho escribir, me encanta rodarla, montarla, hacer el cartel, promocionarla y luego me gusta ir a hablar de ella. Esa incapacidad de delegar es otra de mis grandes discapacidades. 

—Y como padre, ¿cómo es Javier Fesser?

—Creo que es bastante común este sentimiento de que uno puede ser mejor padre de lo que es, pero... no sé [queda pensativo]. Estoy contento ahora mismo; pienso que muy mal no lo he debido de hacer porque siento que mis hijos me quieren, cuentan conmigo y me necesitan; y yo a ellos. Les he dado mi afecto y amor, de los que he sido capaz. Amo a mis hijos. Reconozco que mi trabajo me ha absorbido miles de horas de mi vida, porque me secuestra y absorbe —otra de mis discapacidades—. Cuando estoy metido en el trabajo me apasiono y me olvido del mundo, pero aparte de ese ‘pequeño detalle’ creo que he estado al lado de mis hijos siempre. 

«empezar una película sabiendo ‘cómo se hace’ para mí es un mal comienzo. la incertidumbre es fundamental para la creación»

— Y como vecino, ¿das sal cuando te la piden?

—Sí, sí [ríe]. Me encanta tener contacto con mis vecinos y pensar que soy un buen vecino. Me parece que a todos nos gusta que nos llame el vecino y nos pida un limón. Me hace feliz que venga mi vecino y me pida una naranja. Y si puedo le doy un kilo. 

—¿Entonces no eres de los que se encierra en su mundo?

—No, para nada. Soy muy social. Me encanta asomar la cabeza por encima de la valla y saludar al vecino. 

— En lo que llevamos de entrevista ya has enumerado dos discapacidades tuyas…

—Lo que ocurre es que me resulta tan sorprendente que pongamos ciertas etiquetas a algunas personas... Las etiquetas que me pone la sociedad hacen referencia a lo que hago bien, mientras que a otras personas las etiquetamos por lo que no saben hacer o no hacen bien. Esto de la discapacidad es muy relativo; discapacidad para qué y cuándo. La discapacidad a las personas se la ponemos los demás. De pequeño me decían mil veces: «Deja el piano de tu primo que nuestra familia no tiene oreja para la música». Pues mira, ya me has fastidiado porque luego resulta que con el tiempo descubres que coges una flauta y suena, y hasta puedes tocar la guitarra.

—¿Recuerdas cuál fue la primera película que viste?

—No me lo habían preguntado nunca. Creo que debió de ser La gran Aventura del Poseidón. Sí recuerdo haber visto King Kong y haber pasado mucho miedo, pero tengo un recuerdo muy nítido de un día de verano en que mi padre me llevó a ver Tiburón. Lo recuerdo porque todos mis hermanos estaban de vacaciones y mi padre estaba ‘de Rodríguez’ en Madrid trabajando. Si estaba con él sería porque tendría que ir al dentista o algo así y, claro, en una familia de nueve hermanos, ir solo al cine con tu padre era algo muy especial. La película me impactó pero aún más estar a solas con mi padre y luego ir juntos a tomar una horchata.

—En 1991 fundas junto a Luis Manso la productora Películas Pendelton. Manso cuenta que a él le hubiera gustado ser un buen director pero que nunca hubiera sido tan bueno como tú...

—Somos amigos íntimos y nos hicimos socios. Nos compenetramos muy bien. Los dos fundamos la productora siendo realizadores y directores pero advertimos que lo mejor era complementarnos. Él vio que podía ser un brillante productor y yo un solvente director.

—¿Es cierto que el nacimiento de tu primera hija fue el detonante de tu primer largo, El Milagro de P. Tinto (1998)?

—Todas las películas surgen porque ocurre algo que merece ser contado. P. Tinto proviene de cuando esperábamos a Claudia, nuestra primera hija, pues pensaba: «Voy a traer a una persona al mundo y qué le voy a dar yo».  Me preguntaba qué le voy a dar [repite el director como si estuviera de nuevo pasando por aquel trance], qué le voy a enseñar, qué le voy a ofrecer, qué plan tengo preparado... Y, ¿sabes?, en cuanto le vi la carita me di cuenta de que era justo al contrario, que iba a ser yo quien iba a aprender de ella. Ese fue el origen de la película en mi cabeza. Luego ya, junto a mi hermano Guillermo, hicimos ese guión de esa familia que espera un hijo, que no viene... Así arrancó mi primera película, que costó 300 millones de pesetas y en la que pude volcar todo lo que había venido soñando. 

— Parte  del rodaje de La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003) fue en València. ¿Cómo fue aquella experiencia?

—València me cae fenomenal y los valencianos más. La ciudad nos permitió convertir una plaza del barrio del Carmen en nuestro set de rodaje durante veinte días y los vecinos estaban encantados. Fue un rodaje muy especial que me llevo para siempre. Uno de los días de rodaje reunimos a 300 figurantes y les pedimos que al día siguiente viniesen vestidos de tebeo, con trajes de colores... ¡No sabes cómo llegaron¡ Fue espectacular, la gente nos dio un 500% Al día siguiente les dijimos que solo necesitábamos a 50 personas, ¡y volvieron casi todos de nuevo! [ríe].

—Pero escondes más recuerdos valencianos…

—Sí. Uno de mis primerísimos trabajos en mi vida, allá por 1985, en el que casualmente también estaba Manso, era un publirreportaje para promocionar la Comunitat Valenciana en el extranjero. Yo era el eléctrico maquinista.

«a mí las etiquetas que me ponen se refieren a lo que hago bien; a otras personas las etiquetamos por lo que no saben hacer»

—Estamos hablando en serio...

—Yo también. Me encargaba de los focos y del travelling y Luis, el ayudante de cámara. Lo dirigía Alberto Oliveras, un realizador de TVE. Estuvimos un mes grabando de sol a sol por toda la Comunitat. Recuerdo pasar por Morella, València y el Mercado Central, Benidorm, Altea, Alicante… Era una producción muy pequeñita. En estos rodajes aprendí latín. Yo alucinaba.

—¿Recuerdas alguna anécdota de esos rodajes?

—El último día ya no estaba ni el director de fotografía ni el realizador y quedaba por rodar un plano en el aeropuerto de Manises. Me ofrecí. Teníamos autorización para rodar en algunas zonas pero no en pistas y yo me tiré literalmente al suelo de la pista a grabar a un avión que estaba aterrizando, cámara en mano. Seguro que el piloto aún se acuerda de que había un indocumentado en la pista. Me pasó la rueda a medio metro. ¡El plano fue alucinante, eso te lo digo ya! 

—Hablemos de Campeones y de su conexión valenciana...

—El origen de la película fue un artículo que leyó el guionista y director David Marqués sobre el club Aderes de Burjassot. Aquel artículo le llevó a escribir el guión, que por suerte acabó en nuestras manos. Le estoy muy agradecido. David es muy buen guionista y director y ha estado involucrado en todo momento en la película. Hemos reescrito juntos la versión definitiva. Primero fue Luis quien leyó el guión y en el minuto uno dijo: «Este guión está escrito para Javier» A continuación lo leí yo y pensé: «Este guión está escrito para mí». Eso es raro que pase porque he leído guiones maravillosos pero he sentido que ni eran mis personajes, ni mi película, ni mi rollo.

—Afirmas que la capacidad intelectual está sobrevalorada.

—Hasta hace poco he dado mucho valor al resultado académico y ahora me doy cuenta de que la vida no va de esto. Yo mismo, a veces, para ir de un punto a otro doy vueltas y en esta película he conocido a personas que de un punto a otro van en línea recta y tan a gusto... ¿Qué he aprendido? Que todo es más fácil de lo que parece. Hemos hecho una película con diez protagonistas, diez personas que no tienen ego. Solo pensar lo que hubiera sido dirigir a diez actores con ego. Aquí ninguno se ha sentido ni más, ni menos.

—En Campeones hemos conocido a personas sin filtro.

—Cuando una persona te dice al día seis veces que te quiere, y te pregunta tres veces al día que si tú le quieres a él, es una gozada decírselo. Es una maravilla. Parece de perogrullo pero no estamos acostumbrados a tanto sentimiento. Me he encontrado a personas que están siempre celebrando algo. ¡Pues qué guay!

—¿Qué le ha enseñado el cine a Javier Fesser?

—Me ha enseñado a olvidarme de que soy el ombligo del mundo, a meterme en la piel de otro. El cine me recuerda que soy vecino, cuñado y también extranjero. Creo que el cine nos hace más justos y generosos.

— ¿Qué directores de cine te han influido más?

—Admiro a los Cohen y con el tiempo me he dado cuenta de que Jacques Tati, sin haber seguido su filmografía, ha estado ‘ahí’ a través de su influencia en Jean-Pierre Jeunet, un director que sí me ha influido a mí directamente.

— Cuéntame, ¿qué tienes en proyecto ahora mismo?

—Voy a hacer un mediometraje en Filipinas con la ONG Acción contra el Hambre, con el hambre como trasfondo, para escolares de Primaria y Secundaria. En breve salgo hacia la isla de Mindanao para conocer a una comunidad, y en enero de 2019 comienza el rodaje. Para mí este proyecto cierra la trilogía iniciada con Binta y la gran Idea y Bienvenidos. Me gusta pensar que nuestro trabajo contribuye a la educación, a través de esta potente herramienta que es el cine. 

— ¿Así que ya preparando la maleta para Filipinas...?

—Bueno, primero me voy a un trekking por el Himalaya, que me apetece un montón.

* Este artículo se publicó originalmente el número 49 de la revista Plaza

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