Es tiempo de análisis sobre lo resuelto por los 'gobiernos del cambio' y todo aquello que permanece intacto cuatro años después. En materia cultural, hay una pila de cuestiones resueltas y otra a la espera de que alguien se las tome en serio. A la espera de más tiempo, de mejores aptitudes, de empeño, de eficacia, de pericia, de recursos y hasta de nuevos gestores que despejen el camino, según el caso (autonómico, provincial y local). Por hablar de la primera causa que me viene a la cabeza, la que también fue la primera pregunta que hice a diestro y siniestro tras el cambio político a los responsables de las tres administraciones: dejarán de comunicar sus logros y mejoras en política cultural mediante cifras. La respuesta, "sí, por supuesto". La hemeroteca de estos cuatro ejercicios, una escalada de cifras de asistencia, inversión, consumo y presupuestos sin nada que envidiar a las artes de sus predecesores.
En este caso que considero crucial para que la percepción pública de la cultura no se mida en cantidades sino en experiencias, acepto que la respuesta afirmativa de aquellas primeras ruedas de prensa no contaba con el asesoramiento de las y los dedicados en cada grupo político a la alquimia electoral. Los gobiernos del cambio en València no han separado –ni lo suficiente ni definitivamente– la cultura de los cuantis de su labor, pero de eso ya estuve hablando la semana pasada aquí con otros motivos. Otro aspecto no menos importante por resolver sigue teniendo que ver con las cifras, pero no por su capacidad para el autobombo: me refiero a los presupuestos, decisiones y cantidades que se manejan en torno a la cultura. A la programación, los cachés y la transparencia. Y aquí hay muchísima tela que cortar, porque las industrias del ramo y las creativas tampoco es que trabajen con una claridad prístina sobre acuerdos y negociaciones. Entremos en materia:
El pasado lunes el diario Levante EMV publicaba la cifra: Lang Lang, uno de los pianistas más populares del mundo, actuó en València por 200.000 euros. No solo se trataba de la remuneración por un concierto, sino de la suma de su interpretación junto a la Orquestra de la Comunitat Valenciana (la que sostiene Les Arts) y un acuerdo como "prescriptor" turístico cultural de la Comunidad Valenciana en China vía Agència Valenciana de Turisme (ahora vamos...). Los ceros no han pasado desapercibidos en la comunidad creadora valenciana. Ni mucho menos. El malestar es profundo y no atiende a razones de mercado. Una primera pregunta es, ¿puede una ciudad en la que el estado de los agentes culturales es mayoritariamente precario pagar a una gran estrella de la clásica 200.000 euros por un concierto? Otra pregunta puede ser, ¿tiene sentido un teatro operístico si no se dedica a la excelencia? La respuesta para ambas (de entre muchas cuestiones), es: Lang Lang no es el mejor del mundo, sino el más popular y, sin duda, el más caro. Es también deseado por su impacto en el páis más poblado del mundo y en el entorno de la clásica donde Les Arts pretende llamar la atención. Resultado preliminar: conflicto orquestado.
En la comunidad de músicos valenciana se ha armado el desconcierto. Porque a menudo cuesta encajar que el Palau de Les Arts –que no es una estructura local, sino autonómica– tenga casi el mismo presupuesto que la ciudad de València para la Cultura. Que, por otro lado, el presupuesto de la ciudad de València se dedique en más de un 55% a un transatlántico (el Palau de la Música) por el que no pasa precisamente ni un elevado porcentaje de la ciudadanía (pese a que sus precios inviten a ello) ni un elevado porcentaje del cómputo general creativo y con repercusión exterior (ni un elevado ni un limitado). Desconcierta saber exactamente cuáles son los criterios de selección en cada una de las áreas de gestión pública de recursos para la cultura, quién decide que Lang Lang sí y qué detalles se incluyen en un artista por el concepto de "prescripción". Sí, se relaciona con la obsesión de la AVT por China con la Ruta de la Seda, pero en Madrid, Lang Lang actuó en el Teatro Real sin acuerdo de prescripción de la Comunidad de Madrid y subió –sin que ningún contrato conocido se lo exigiera– algunas fotos a su popular cuenta de Instagram. Aquí sabemos que visitó la Lonja, que comió muy bien (¡enhorabuena!) y que ya veremos los frutos del súper acuerdo (que se abona a final de año, según fue publicado).
Con la labor de embajador artístico por definir, el malestar permanece intacto entre la comunidad creadora más allá de los músicos, que fueron las primeras y primeros en iniciar una escalada de mensajes llenos de desazón por este tipo de situaciones. Las redes sociales más personales braman por conciertos y aportaciones a espacios públicos, a veces con cachés solidarios, a veces de buena voluntad, cuando de repente la AVT con sus 375.000 euros destinados a reforzar Les Arts, plantan un Lang Lang allí. Dos años antes, en el Palau de la Música (el local, no autonómico, a un kilómetro de distancia y con otra orquesta en pie de guerra por falta de recursos; ya son dos), cobró en torno a 100.000 euros, como publicó Levante EMV en una rectificación del propio Palau. Alguien desde la institución que dirige Vicent Ros dijo que había cobrado 10.000 euros más un 10% de la taquilla. ¡En 2016!
Y aquí viene la evidencia del problema: que alguien puede comunicar que Lang Lang cobró 10 o 15.000 euros por un concierto en València en 2016 y esperar que nos lo creamos (llevamos una década de artículos internacionales mofándose de los cachés de Lang Lang que hace muchísimos años no bajan de los 50.000 euros). Desde la gestión pública y tres años después, como si no tuvieran que acabar rectificando en el mismo Levante EMV que se llevó el 95% de la taquilla neta de entre 35 y 70 euros más un fijo de, efectivamente, 10.000 euros. En total, casi 100.000 euros antes de sus dos años de parón por una tendinitis que, con el melodrama mediático vivido de que podía dejar de actuar para siempre, ha acabado por disparar su demanda y –acuerdos turísticos a un lado– situarle en una órbita de precio fuera de control.
¿Cuántos conciertos de directores y pianistas internacionales del máximo nivel caben en Les Arts o el Palau con 200.000 euros? La cifra la saben los gestores de ambos coliseos y lo segundos círculos que se encargan de programar, pero ya se lo advierto yo: un puñado. El caso de Lang Lang es un tanto singular, porque se hilvana con la tensión turística y de reputación en China que se ansía desde la AVT. Sin embargo, las instituciones públicas llevan tanta vida instaladas en la opacidad de los cachés artísticos, existe tal distancia entre la comunidad creadora local y sus inquietudes y lo que se acaba desembolsando en aras de mantenerse entre algunas élites de la clásica, que este tipo de sarpullidos se ven venir desde hace años. Y la transparencia me atrevo a pensar que no se resuelve a golpe de pregunta periodística. La salud comunicativa entre gestores públicos y comunidad receptora (sociedad y creadores), no puede depender de este tipo de revelaciones que acaban por arrojar una imagen de opacidad y torticería.
En general, poco se ha avanzado en la comunicación y consciencia por parte de valencianas y valencianos con respecto a recursos y presupuestos de Cultura. Periodistas y la propia comunidad creadora cargamos con una parte de culpa, ya sea por nuestra falta de insistencia en algún caso (si no te aburres del absurdo papel detectivesco) y de interés por las estructuras en el caso de los que se baten el cobre con las artes desde aquí (gran parte de la información y las cifras es pública, aunque haya que desentramar webs y pdfs). Sin embargo, casos como el de Lang Lang en Les Arts, la respuesta en diferido por un concierto de años atrás en el Palau y la percepción sobre precios y clases (de artistas y de públicos) cala. Y sintiéndolo mucho, si a alguien le parece lo más idóneo ponerse de perfil a la hora de hacer públicas diariamente las cuentas de la Administración, que no se moleste cuando lleguen las comparaciones con gobernantes anteriores o futuros.