El sexo vivido de forma liberal es hoy visto de manera extraña o incluso pervertida. Sin embargo, la historia demuestra que la homosexualidad antes estaban a la orden del día... y parece que hoy también
VALÈNCIA.-Ocurrió de verdad. Roy conoció a Silo en el zoo de Central Park, en Nueva York. Era 1998, tenían once años y a los pocos meses comenzaron una relación estable. No obstante, aunque parezca que eran demasiado jóvenes para el sexo, no era así: ambos eran dos ejemplares de pingüino barbijo. Sin embargo, lo que sorprendió a los cuidadores del animalario fue que, en realidad, ambos eran machos. Llegó un día en que Roy y Silo intentaron incubar un trozo de hielo: el instinto paternal se les había despertado. Finalmente, los cuidadores les dieron el huevo de una pareja que no podía incubarlo. Después de 34 días nació Tango, al cual criaron con esmero hasta que se convirtió en adulto.
Roy y Silo no son excepciones: la homosexualidad está muy extendida en la naturaleza. Y es que, a pesar de la creencia popular, en muchos animales el sexo produce estímulos que activan rutas bioquímicas de placer y recompensa similares a las humanas. Por ello, muchos comportamientos que se han considerado únicos de las personas, en realidad no lo son.
Poca gente sabe que la palabra «persona» deriva del griego y significaba «máscara». En concreto, hace referencia a un tipo de careta que los actores usaban en el teatro. Esta casualidad del lenguaje es muy conveniente, porque los humanos viven en una sociedad donde las apariencias lo son todo. Pero cuando se apagan las luces, las caretas caen y dejan paso al animal.
Carmen Quijano es gerente del local liberal Paladium, situado en Torrent. Es el lugar dedicado a los swingers más grande de España, y en él se realizan fiestas que pueden acabar en una conversación agradable o en orgías multitudinarias. Quijano, no obstante, matiza que ella es empresaria, no liberal: «Vine a este mundo porque me dedico a la decoración, y finalmente el dueño me acabó proponiendo llevar el local porque tenía ideas que funcionaban bien». Al Paladium, un sábado por la noche, pueden acudir cien parejas, diez chicas solas y veinte chicos. Quijano explica que el número de hombres se limita porque «las parejas liberales no quieren ver a demasiados chicos sueltos. Si dejáramos pasar a todos los que vienen cada noche, esto sería un campo de nabos».
Pero ¿qué tipo de prácticas se dan allí? Lo primero que llama la atención es la apariencia de total normalidad. Podría tratarse de cualquier local de moda en Ibiza. La gente baila y se lo pasa bien, hay una gran discoteca y una barra de bar. No obstante, el sitio cuenta con otras instalaciones donde pueden hacerse realidad las fantasías orgiásticas de muchos. «Algunos disfrutan viendo a otros practicando sexo, se conoce como voyerismo» —explica Quijano—, también ocurren intercambios de parejas, pero no es tan free como la gente piensa. Es un juego de seducción y de morbo, todo muy sutil e instintivo. Hay quien viene con la idea de no hacer nada y acaba haciéndolo todo». También hay salas destinadas al sexo grupal. En una de ellas hay una cama de 40 metros cuadrados. Quijano relata que «muchos van a una esquina con su pareja. Luego, por inercia, se van rozando unos con otros y puede pasar de todo. A otros, lo que les excita es jugar con otras personas, pero acabar con su pareja». Últimamente también se da el conocido como cuckolding, «a algunas mujeres su chico se les queda corto. Muchas veces vienen buscando un hombre para ella. Su pareja ni siquiera mira, a veces él se queda tomando una copa mientras su mujer está con otro hombre».
Las fantasías y formas de disfrutar la sexualidad, en muchos casos, son casi tan variadas como el número de personas. Quijano comenta que «una vez una pareja entró al vestuario pero, cuando salieron, ella iba desnuda y a cuatro patas, con una correa. Él la paseaba por todo el local como si fuera un perro. Luego llegó una chica, se agachó para acariciarla y acabaron lamiéndose en mitad de la pista. Me encanta la gente que hace lo que le da la gana». La pregunta obvia es, ¿por qué hay gente que, a pesar de quererlo, no lo hace? Quijano lo tiene claro: «Es cuestión de mentalidad, de lo que te han metido en la cabeza. La gente entra por esa puerta y se olvida de todo. Si la religión no se hubiera metido por medio, lo raro sería no hacer todas esas cosas».
Una forma de entender cómo ha cambiado la sexualidad es estudiar la historia. E incluso, en algunos casos, la prehistoria. Por ejemplo, hace aproximadamente 15.000 años, en la cueva francesa de La Marche, se realizó un grabado de dos hombres practicando sexo anal. Además, es fácil encontrar otras imágenes que sugieren sexo grupal. Es decir, la gran mayoría de las conductas sexuales que conocemos ya existían en tiempos inmemoriales. Ahora bien, con el nacimiento de la escritura —que marca el final de la prehistoria— también fue más fácil hacer leyes para gobernar grandes territorios.
David Bueno, historiador especialista en protohistoria, explica que hace 3.800 años, durante la civilización babilónica, se escribió el Código de Hammurabi, que era una «tabla con leyes y, entre otras cosas, se hablaba de las prácticas sexuales permitidas. Además se instauró el matrimonio como forma de organización social. Fue la primera ley».
Más tarde llegaría el judaísmo, que condenaba el adulterio. En Levítico —libro sagrado para los judíos y, posteriormente, para los cristianos— se prohibía el incesto. Pero Bueno recuerda que «mientras tanto, en Egipto, el incesto estaba permitido. Es decir, se veía con buenos ojos las relaciones sexuales dentro de la familia. Además, por registros de historiadores de otras culturas de la época, podemos concluir que existían prácticas sexuales como las orgías, donde se practicaba sexo de forma libre y abierta, costumbre que se mantuvo hasta el final del Antiguo Egipto».
El siguiente paso nos lleva hasta la Grecia clásica. Allí la mujer tenía un papel secundario en el sexo. Bueno explica que «era el continente de la nueva vida; solo servía para tener hijos desde el punto de vista sexual». Pero ¿qué había del resto del placer? Quitando la reproducción, «la homosexualidad era muy tolerada. Además, existía en ese momento la institución de la pederastia —aunque más tarde se usaría ese vocablo para referirnos al abuso sexual de niños—, que consistía en que a los hijos se los educaba hasta cierta edad, pero a partir de ahí se encargaba de educarlo un tutor. En las enseñanzas se incluía el tema sexual de forma práctica. Los maestros practicaban todo tipo de actos sexuales con sus alumnos para que los adolescentes aprendieran las artes amatorias. Y siempre era de hombre a hombre», concluye.
Carmen Quijano: «Es cuestión de mentalidad. La gente entra por esa puerta y se olvida de todo. Si la religión no se hubiera metido por medio, lo raro sería no hacer todas esas cosas»
Pero las prácticas liberales también se daban en el terreno militar. Bueno revela que «normalmente, en tiempos de guerra, se fomentaban las relaciones homosexuales entre los soldados hoplitas. Luego, en la formación militar se ponían al lado de su amante. Así se aseguraban que no iban a luchar por un ideal, sino por algo más tangible. Si peleabas por tu amante luchabas hasta el final». Y, ¿qué había de las mujeres? La homosexualidad femenina «estaba aceptada, pero no era una práctica que socialmente se incentivase, sino que era la consecuencia de la ausencia del hombre por la guerra».
En Roma, también era social y legalmente aceptable tener sexo con otros hombres, «pero el ciudadano romano solo podía penetrar, no ser penetrado», matiza. ¿Y qué pasaba con los pasivos? «Los que 'recibían' solían ser esclavos, que no eran considerados ciudadanos romanos. Es decir, los ciudadanos romanos podían dar, pero no recibir. Y si lo hacían, podían ser castigados con la pena de muerte».
Además, en esa época existían las bacanales. No obstante, Bueno remarca que aunque «nosotros tenemos la idea de que una bacanal era una fiesta de tipo orgiástica totalmente basada en el sexo, cosa que es verdad, no hay que olvidar que era una fiesta religiosa dedicada a Baco, el dios del vino. Es decir, en esa época las orgías estaban aceptadas, e incluso formaban parte de la vida religiosa».
Pero, con la irrupción del cristianismo, todas las prácticas sexuales liberales se acabaron. Bueno relata que a partir de ahí «el sexo se enfoca a la reproducción, y de la homosexualidad nos olvidamos. Totalmente prohibida. Sí que se toleraban prácticas sexuales fuera del matrimonio, pero solo para los hombres y con mujeres». Mientras que el cristianismo generaba su sistema social, existieron varios casos interesantes en otras culturas. Bueno recuerda el caso de los zapotecas, «situados en el estado mexicano de Oaxaca y que sobrevivieron hasta el siglo XVIII. Tenían cuatro géneros: hombres, mujeres, muxes y enguyus. Las muxes eran varones que se identificaban como hembras, mientras que los enguyus eran mujeres a las que les gustaba practicar sexo con otras mujeres. Los hombres se relacionaban sexualmente con mujeres y con muxes. Los enguyus actuaban como hombres y renegaban de su condición de mujer».
Si bien el ser humano siempre ha pensado que vive el sexo de forma única, la realidad es que no hay nada especial en su sexualidad. Carles Soler, doctor en biología de la reproducción y profesor de la Universitat de València, remarca que «lo único que hace diferentes a los humanos es que recogemos una tremenda variabilidad de estrategias sexuales. La mayoría de especies animales se especializan en un mecanismo reproductivo y de cuidado parental. Por ejemplo, los paseriformes —conocidos comúnmente como pájaros— tienen un nido donde la pareja cuida de las crías. Pero tienen sexo de manera promiscua. Es decir, hay que distinguir entre el comportamiento de cópula y el cuidado parental. Los ciervos se pelean en la época de la berrea y el que gana tiene acceso a todas las hembras. En otros como la jacana —un tipo de ave zancuda—, las hembras compiten entre sí y la que gana obtiene un harén de machos que son quienes cuidarán las crías».
Lo normal es que cada especie opte solo por un modelo. Pero en el ser humano, su única particularidad es que tiene todos los modelos posibles al mismo tiempo. Pero ¿a qué es debida esa diversidad? Según Soler, «a que nosotros nos hemos adaptado en un tiempo muy corto a ecosistemas muy diferentes, y no es igual vivir en la selva amazónica que en el desierto. En la selva hay muchos recursos y todo el mundo copula con todo el mundo, aunque sí que hay parejas estables que cuidan a los hijos. Pero si estás en el desierto y hay pocos recursos, puede acapararlos un solo macho, que entonces tendrá muchas hembras».
Pero ¿qué hay de la homosexualidad? Soler cuenta que «ocurre cuando un animal tiene una inversión en el atractivo, es decir, le resulta deseable el sexo propio. Los bonobos practican sexo grupal y también homosexual para estrechar lazos a nivel social. Pero eso no significa que esos primates sean homosexuales. No viene determinado por el comportamiento, sino por la esencia. Y todo eso sabemos que se produce en diferentes etapas del proceso embrionario. El comportamiento social es otra cosa, ya que puede haber un incentivo social», como en el caso de los hoplitas griegos o en las orgías romanas, donde existe homosexualidad social pero no biológica. Soler concluye que «en una sociedad donde te cortan la cabeza por ser homosexual, la mayoría vivirá dentro del armario, pero habrá la misma proporción de homosexuales».
Carles Soler: «Lo único que hace diferentes a los humanos es que recogemos una tremenda variabilidad de estrategias sexuales»
¿Qué hay del resto de prácticas sexuales? Soler explica que «siempre está por encima la promiscuidad. En el mundo natural no hay macho ni hembra que desperdicien la oportunidad. El hecho de ser promiscuo es consustancial al hecho de ser un animal. Otra cosa es que las crías se cuiden en pareja, que puede ocurrir a pesar de ello». Y, ¿qué hay de las orgías? Lo normal en todos los animales es que el sexo sea público y, en muchos casos, multitudinario. De hecho, la nit de San Joan es una tradición de origen romano destinada al solsticio de verano. Soler relata que «ahora los jóvenes se juntan para saltar hogueras en la playa, pero antes lo que hacían era tener sexo con todo el mundo. Esto tiene un sentido pragmático: si hay una cópula masiva el 21 de junio, nacerán muchos niños en la primavera, que es la época más favorable». Lo mismo ocurre, de hecho, con muchos animales. Es decir, coordinan su reproducción en un mismo momento y lugar.
La sexualidad humana es amplia y diversa, aunque no especial. Lo cierto es que los animales son promiscuos por naturaleza, y las personas no son una excepción. No obstante, la cultura y el contexto social han limitado sus instintos. Pero, en la cuerda floja de la evolución, lo que mantiene a una especie andando es la reproducción. Y es que de todas las posibles aberraciones sexuales, la más singular, tal vez, sea la castidad.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 50 de la revista Plaza
Cuando el sistema económico no garantiza mediante políticas públicas la conciliación de la vida laboral y familiar, en un contexto en el que los empleos son cada vez más precarios e inestables, la desigualdad afecta a la vida sexual. Principalmente, de las mujeres, pero también de los hombres, pues se ha comprobado estadísticamente que los que no son aptos económicamente para mantener a una pareja también tienen más problemas para casarse en mayor proporción que los que tienen más dinero