Recuerdo muy bien su construcción. Ortopédico, funcional e invisible. A nadie le importaba su presencia ¿Puente o pasarela?, de carácter temporal, València se construía a la Calatrava. Posteriormente han levantado más puentes en una ciudad que ha ocultado su río. La expansión de murallas era inevitable. Aquel salvoconducto lo hice polvo. Lo sigo haciendo. Por comodidad. No por romanticismo. Lo machacaba casi a diario. Mestalla mi casa, Micer Mascó mi barrio, Exposición mi comisión y el bar de Manolo el del Bombo mi oficina. Lo circulaba a pie, en mi Vespa zip o en coche. Años después en bicicleta. Ahora en furgoneta. Las modas.
En su constitución era horroroso. Muy feo. El vecino, el de la Peineta incómodo y frío. Este último no me gusta circularlo. Ni antes. Ni ahora. Ni después. El de las flores fue un daño colateral al de la Exposición. Lo escribió Juan Lagardera en un brillante artículo, en València todo lo provisional viene para quedarse. Y así ha ocurrido con este puente que se ha ganado a pulso la concurrencia y el cariño de todos.
El de las flores no es uno más en una urbe de puentes y campanarios. Es el billete a la otra ciudad. A la otra orilla. Al barrio de Juan Genovés. El de las flores es la entrada al perfume de la huerta. A Mestalla. A la Piscina. A la Universidad. Al Archivo del Reino, A la Pérgola, a la Pagoda, A los cuarteles, A Benimaclet, al Puerto, y a un largo etc. Eje vertebrador con el Ensanche, el alto y el bajo. Al tiempo de su puesta en escena, los técnicos y los datos, se dieron cuenta que era muy transitado. Fue ganando la confianza entre los valencianos y galardonado por ramos de rosas y claveles siendo rebautizado con las flores. Y se quedó entre nosotros. Uno de los nuestros. Lo sumamos al inventario o catálogo arquitectónico del Cap i Casal.
En el último tiempo, el puente ha desmejorado. Incluso ha estado un tiempo sin sus habituales, algunos dirán que por una cuestión técnica. Administativa. Nadie en primera instancia salió a rescatarlo. Las licitaciones no acabaron por cubrirse. Ha tenido que ser el pulgar, el que haya impuesto su vara de medir. No ocurre con otros servicios municipales que si son más rentables para el bolsillo. Pero, resulta paradójico, que habiendo recibido hace unos días el galardón de Capital Verde Europea para el 2024, el puente de las Flores no sea un orgullo, símbolo o referente para la Administración ecologista. Lo dicho, no importaba y sigue sin importar. No desconstruyamos el jardín del paseo. No lo marchitemos.