VOL 3. UNA RADIOGRAFÍA AL COMERCIO MÁS TRADICIONAL

Sagunto: el comercio de siempre resiste al coronavirus

Recorremos diez municipios de la provincia de Valencia para que sus comerciantes nos cuenten cómo han enfrentado la crisis del coronavirus. Cada miércoles y sábado un nuevo episodio

4/07/2020 - 

VALÈNCIA. La historia corre por las venas de Sagunto. De los romanos a la industrialización; del castillo hasta los altos hornos. Son muchas las etapas que esta ciudad ha vivido y sufrido, y también muchas las lecciones que ha ido aprendido por el camino. Su última nota a pie de página la ha escrito el coronavirus: una pandemia de esas que se leen en los libros pero, rara vez, uno soñaría con vivir en sus propias carnes.

Y es que este 2020 ha traído consigo muchas primeras veces. Acciones que, en cualquier otro contexto, se habrían considerado impensables: decretar un estado de alarma, confinar a la gente en sus casas, cerrar decenas de miles de negocios… Un durísimo golpe para la economía que, sin duda alguna, ha recaído especialmente fuerte sobre el comercio local ¿Qué han hecho los pequeños establecimientos para sobrevivir? Algunos de los más veteranos de Sagunto nos cuentan sus secretos.  

Lola Torrente: la familia unida que resiste a todo

Las peluquerías han sido uno de los negocios más castigados por la crisis del coronavirus. Al principio se barajó la posibilidad de que abrieran durante el periodo más crudo de la cuarentena, bajo el sello de actividad esencial. Luego, el Gobierno rectificó y simplemente permitió las visitas de los profesionales a las casas de los particulares. Ahora, incluso cuando todo parece estar más tranquilo, estos comercios siguen enfrentándose a muchas y muy duras limitaciones: de aforo, de instalaciones, de uso del material...

Y es que, las actividades que requieren contacto físico todavía siguen blindadas por duras normas de comportamiento. "Ahora nuestra clientela está por debajo del 50%", explica Lola Torrente, dueña y fundadora de la peluquería que lleva su mismo nombre. "Pero no es porque la gente no quiera venir, es por las normas de seguridad. Antes, cuando ponías un tinte podías cortarle el pelo a otra clienta tranquilamente. Ahora eso está prohibido. Solo podemos atender a una persona cada vez, y eso nos limita muchísimo", expone.

Pero la cosa no acaba ahí, pues las pérdidas asociadas a la caída de la clientela vienen ligadas también a un aumento sin precedentes de los gastos: toallas desechables, desinfección minuciosa del local y del mobiliario, limpieza del material y un largo etcétera: "es casi imposible rentabilizar el negocio ahora mismo. Entre los gastos habituales y los que se han añadido…", lamenta Lola. Aun así, se niega a cerrar o a rendirse: "hemos recibido mucho apoyo por parte de la clientela. Durante la cuarentena nos llamaban y todo para ver cuándo abríamos". Es por ellos, y por ella misma, que luchará por mantener la persiana abierta.

Lola Torrente abrió su primera peluquería en el año 1981, de la mano de su hermana Vicky. Desde entonces, el negocio se ha mantenido profundamente arraigado a la tradición familiar: "ahora mismo estamos mi hermana y yo en servicios de peluquería, pero tengo una sobrina de esteticista, otra de asesora de imagen y otra que nos lleva las finanzas". En cuanto al secreto para sobrevivir a las inclemencias del paso del tiempo, Lola lo tiene muy claro: "apostamos siempre por la formación y por la calidad. Aquí no trabaja nadie que no haya estudiado, y además nuestro material es de primer orden. Incluso ahora, casi sin poder sacarle rendimiento, me niego a comprar cosas más baratas", concluye vehementemente. Y es que, no hay nada más fuerte que la convicción para poder sobrevivir.

Ilusió Novias: una sociedad plantada en el altar

Si las peluquerías han sufrido lo suyo por culpa del coronavirus, las tiendas de ropa no se quedan atrás. Especialmente, si son familiares y carecen del sello de una gran multinacional a sus espaldas. Este es el caso, por ejemplo, de Ilusió Novias: "hemos estado cerrados dos meses, pero eso no es lo peor. El coronavirus ha cancelado todos los eventos que eran imprescindibles para nosotros: fiestas patronales, bodas, bautizos, comuniones…". Explica Maricarmen, la regente de este establecimiento donde se vende ropa de fiesta e incluso vestidos de novia. Y es que, el confinamiento llegó en el momento idóneo para truncar la época de esplendor de este tipo de negocios: la primavera.

"Vamos recuperando poco a poco la clientela, pero es muy complicado", señala. "Los primeros días fueron muy duros porque no venía casi nadie, pero ahora ya vemos que se va perdiendo el miedo. Después de dos meses encerrados, la gente tiene ganas de ponerse ropa especial, de volver a sentirse guapa", concluye. Además, parece ser que la luz comienza a verse al final del túnel: las comuniones, previsiblemente, se celebrarán a final de verano. Por eso, mientras ella habla, un par de clientas se prueban vestidos de cóctel.

"Hemos tomado todas las medidas de seguridad que hemos podido", expone Maricarmen. "Depende del tipo de ropa que te vayas a probar, tienes que ir a unos probadores u otros, y cada vez que un cliente termina entramos y desinfectamos en profundidad. En el caso de las novias, hemos prohibido que vengan más de dos o tres personas a las pruebas de vestido. Antes se podían juntar más de ocho, y eso ahora no puede ser", relata. Pero, lo más importante de todo, es que cada prenda se higieniza individualmente después de la puesta: "tenemos una vaporeta preparada para desinfectar los vestidos".

Sobre la sensibilidad de los consumidores hacia el comercio local, Maricarmen lo tiene muy claro: "no he notado que haya ido ni a mejor ni a peor. El tipo de ropa que yo vendo no se puede encontrar en un centro comercial, así que la gente sigue viniendo igualmente", zanja al respecto. Aunque los atuendos de fiesta no siempre fueron su especialidad. De hecho, Ilusió empezó siendo realmente una tienda de premamá y ropa de bebé: "antes había aquí al lado una maternidad, por eso mi madre decidió poner en marcha ese negocio", relata la vendedora. Sin embargo, los tiempos y las modas cambiaron, de modo que la tienda también tuvo que reinventarse: "las embarazadas ya no llevan ropa especial. Ahora se ponen cosas normales", expone. Así, cambiando radicalmente el género y adaptándose a las necesidades de cada momento, es como Ilusió se ha mantenido abierta durante más de 45 años.   

Óptica León: noventa años cuidando la vista

Óptica León abrió por primera vez sus puertas hace más de noventa años, en 1923. Al principio era una tienda totalmente multidisciplinar, que combinaba la óptica con otros muchos negocios derivados: la fotografía, los ultramarinos, la librería, la paquetería y, en definitiva, cualquier cosa que el barrio pudiera necesitar. Fue ya en los años 60 cuando el establecimiento decidió tomar el camino de la especialización, librándose de cargas y estrechando el cerco sobre la óptica y la fotografía. En los 80, finalmente, tomó la forma que presenta hoy en día: la de negocio optométrico y de audición. 

Al frente de la Óptica León se encuentra Fernando, el nieto del fundador: "el negocio ha crecido mucho con el paso de los años", explica. "Actualmente somos ocho optometristas, dos especialistas en audición y una personal shopper". Y es que, Fernando considera que la clave del éxito está en la formación y en la vocación: "aquí, los empleados no paran de hacer cursos y de aprender. Después de cerrar la persiana, nos quedamos todos juntos para hablar de cómo ha ido el día e intercambiar opiniones sobre los casos que hemos tenido. Por eso ofrecemos un servicio tan completo y pulido", justifica.

En cuanto a las consecuencias directas del coronavirus, el regente reconoce que se han vivido momentos muy duros. "Tuvimos que aplicar un ERTE. Aun así, dejamos a una persona de guardia porque en nuestro negocio siempre puede haber imprevistos". Y de hecho, los hubo: varias personas acudieron a ellos con percances menores como, por ejemplo, roturas de gafas. "Eran principalmente sanitarios que estaban trabajando y que no tenían otro sitio al que acudir, porque estaba todo cerrado. Nosotros los atendíamos y lo hacíamos casi siempre de manera altruista", explica, dejando patente la esencialidad del comercio de proximidad.

Ahora, esta generosidad se le ha devuelto en forma de clientela: "dese mayo hemos notado mucha afluencia. Yo prefiero ser cauto y ver qué pasa en un futuro, pero de momento la cosa va bien", expone Fernando. De hecho, le va tan bien que incluso ha podido incorporar un nuevo trabajador inmediatamente después del confinamiento: "los empleados pudieron volver a sus puestos el 11 de mayo, y además contratamos un nuevo optometrista", detalla. Un pequeño halo de luz que, en medio del desastre, consigue infundir algo de esperanza.

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