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Temas vetados en cenas de amigos

5/08/2021 - 

Solemos distinguir entre izquierda y derecha sin pensar demasiado en estas etiquetas. Hemos aprendido desde niños que la derecha es conservadora y liberal, es decir, defiende la tradición y la religión al mismo tiempo que el liberalismo económico. Tal vez porque el franquismo convirtió los toros, la mantilla, la misa de siete y las diferentes vírgenes en símbolo de estatus económico, y el liberalismo es una ideología más propia de las clases con los recursos suficientes como para arriesgarse a emprender. Pero principalmente porque el bipartidismo nos hizo equiparar al PP con la derecha y no fue hasta la llegada de Ciudadanos (liberal) y Vox (conservador) que entendimos que se podía ser de derechas de varias formas, a veces incluso enfrentadas.

La izquierda, por otro lado, es progresista y socialista. O sea, simplificando mucho, defiende la libertad individual de cada persona y políticas sociales que ofrezcan igualdad de oportunidades.

No nos solemos para a pensar en la gran cantidad de gente que no encaja en esta confusa etiqueta de derecha e izquierda. Conozco liberales de pensamiento progresista (ateos y defensores de los derechos civiles) y progresistas que creen que el capitalismo es la mejor forma de igualarnos. También conservadores cuyas ideas cristianas les llevan irremediablemente al socialismo. Y lo contrario: defensores de políticas económicas sociales que, en ellos últimos años se han hecho conservadores como respuesta a políticas identitarias (feminismo, derechos trans, corrección política y cultura de la cancelación…) que consideran demasiado agresivas. O que consideran un mal menor frente a la lucha de clases, un tanto olvidada tras los nacionalismos y las luchas identitarias.

Solo tenemos que observar Cataluña para darnos cuenta de que las políticas económicas de uno y otro signo han quedado diluidas frente al nacionalismo. En la política catalana ya no hay partidos de derechas o de izquierdas (o apenas es importante esto) sino nacionalistas o no nacionalistas.

Foto: EFE

A mi alrededor, durante la mayor parte de mi vida, apenas ha habido conservadores. Tanto la gente con ideas económicas socialistas como aquellos defensores del liberalismo estaban de acuerdo en las ideas progresistas de respeto y derechos civiles. Apenas he conocido homófobos o racistas. Las discusiones sobre el cambio climático o la inmigración, aunque podía haber matices diferentes en las opiniones, nunca nos separaban excesivamente. Resumiendo: las cenas entre amigos eran un lugar tranquilo para el diálogo y los matices.

Pero últimamente la cosa ha cambiado. Y es de esto de lo que quería hablar. Ha cambiado hasta tal punto que, en estas cenas, hay temas que no se pueden tocar. El talante dialogante y respetuoso que caracterizaba mi mundo empieza a serlo cada vez menos.

Todo empezó con los nacionalismos de uno y otro lado. O conmigo o contra mí. No afectó excesivamente, ya sabemos que los nacionalismos son una preocupación más conservadora, pero aún así la sangre llegó al río progresista, en forma de defensa de los nacionalismos periféricos o simplemente como sentimiento de orfandad nacional frente a una simbología patriotera tomada por la derecha.

La ruptura siguió con el feminismo que hoy día se ha convertido en muchos feminismos, a veces contradictorios: yo mismo he sido alabado y criticado por defender a Despentes, a quien muchas mujeres consideran feminista y muchas otras consideran un problema para el feminismo. Como dice Rigoberta Bandini en su canción Perra, con mucho acierto (y mucha ironía): esto de nacer mujeres en el tiempo de Despentes es difícil, no sé por dónde empezar... 

Foto: ELINA SAZONOVA/PEXELS

El primer tema tabú en mi grupo de amigos, aunque es un tema vieja, fue el velo islámico. Para algunas personas debería prohibirse pues es un símbolo de sometimiento machista. Para otras, la prohibición (siempre y cuando la mujer decida llevarlo sin coacción) es símbolo de colonialismo cultural. ¿Tacones y pintalabios sí pero hiyab no?

El debate fue tan encendido y lleno de descalificaciones que no me he atrevido a volver a sacar el tema.

El segundo debate tabú, que alcanzó una virulencia que jamás habría imaginado, es el de los derechos trans. Los argumentos pasaron rápidamente a los gritos y los argumentos más viscerales. Entre los que defienden que cada uno debe ser lo que se sienta y aquellos que creen que los derechos trans son un ataque frontal al feminismo, no hay puente posible.

O yo al menos no voy a intentar buscarlo, a riesgo de perder amigos.

Voy a callarme mi opinión al respecto de todos estos temas. Ya ni me atrevo a darla. Y me parece un problema no atreverme a hablar de un tema, el que sea, por miedo a las descalificaciones y los enfados. Porque en las cenas con mis amigos se podía hablar de todo. Y podíamos estar de acuerdo o no estarlo, pero siempre había diálogo y respeto.

Me pregunto si es la edad: que hemos crecido y nos hemos hecho intransigentes. O si es el mundo actual (los políticos, los medios de comunicación, la crisis material y espiritual...) que nos obliga a radicalizarnos.

Y me dan mucha pena esas cenas con temas vetados, sean Cataluña, el coletas, el velo o los derechos trans.

Mal síntoma para una época confusa.

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