Un dibujante de Le Monde que decidió trabajar en València durante un año. Un periodista suizo que ha establecido sus bases en la ciudad cada seis meses. Unos vecinos de Washington recién mudados. Historias de una pequeña tendencia
VALÈNCIA. Virginia Lorente, la ilustradora y arquitecta responsable de Atypical Valencia -centro neurálgico del souvenir contemporáneo-, me descerrajó el viernes pasado en el salón de su casa una frase con voluntad definitiva: “València está empezando a ser una ciudad dormitorio para mucha población extranjera”. Vivir aquí, trabajar en cualquier parte. Visitar la ciudad, quedarse un poco más…
Conato de movimiento incipiente con un primer patrón: el visitante fugaz que acaba quedándose. Qué le atrae, qué le hace quedarse, qué echa de menos. Un primer sondeo.
Frente a la mirada gruñona ante el turista (porque ya se sabe, todos son malos turistas menos nosotros), algunos ejemplos de tipos venidos del mundo con raigambre por encima de la media. De fondo la calidad de vida como factor de competencia, algo más que un mero efecto lateral: las condiciones de una ciudad para la calidad del día a día incrementan la posibilidad de seleccionarla como destino para quien puede trabajar en remoto… o para quien ya no tiene que trabajar.
La construcción de un nuevo perfil de habitante global que desconcierta la manera básica de habitar en las ciudades y que está influído en el caso valenciano por algunas conectividades aéreas, la facilidad en los usos cotidianos, el precio de la vida, las escasas congestiones, las pocas distancias, el entorno visual, la meteorología…
También es un antídoto algo letal contra nuestras cuitas internas. Compararse y que te vean otros.
Boris Schneider es un redactor independiente que trabaja para medios alrededor del mundo. Visitó la ciudad por primera vez en enero de 2017 para unas vacaciones casuales. “Acabé visitando la ciudad seis veces durante el año pasado… Cada vez en un barrio diferente para conocerla un poco mejor. Entre tanto fui madurando una decisión: ¿y si convierto València como mi segundo domicilio?”. Desde 2018, y con Zurich como su ciudad principal, convirtió la ciutat en su domicilio durante seis meses. “Había escuchado mucho sobre la ciudad pero no la conocía. Empecé a saber algo de Valencia sobre todo a partir de la America’s Cup. Ahora que estoy aquí todo es un descubrimiento, sobre todo alrededor de la comida”.
Schneider tiene, también, cierto punto temerario: “Durante el 2017 siempre me quedé en barrios distintos usando Airb’n’b. Así he conocido la Ciutat Vella, La Petxina y Morvedre. Este año, vivo en el Botánico en un piso alquilado con una gata que se llama Marta. Esto marzo, en medio de las Fallas, me voy a mudar a Russafa”.
El habitante que rompe moldes y combina usos vacacionales y laborales prácticamente a la vez. El turista que ya se convierte en algo más que eso. Schneider, la primera vez que llegó a València, se encontró con un atractivo inesperado: “tomé el metro en el aeropuerto para llegar a la ciudad. En el metro pusieron música clásica, algo de Beethoven. El conductor de este tren puso la música muy fuerte. Me parecía genial: un tren de metro con música clásica. Creo que en ese momento he decidido que me tenia que mudar a València”.
¿Qué atrajo a Boris Schneider (además de la música clásica del metro)? “Sobre todo esa mezcla constante. Ciudad y mar. Pequeño y familiar, pero también bastante grande para perderse. Vivir cerca del mar, pero no estar en un sitio exclusivamente dedicado a playa y las vacaciones. También me parece perfecta la ubicación: en pocas horas puedes visitar otras ciudades importantes de España, en barco llegas en pocas horas a las Islas Baleares. También la conectividad con Zurich está muy bien con dos vuelos o mas directos cada dia, eso era importante para mí”.
La mayor cualidad de València es para este periodista suizo su ubicación estratégica, el parque del Túria, “que puedes ir en bici al mar y tomarte un café, y para mí, como amante de la música, la Orquesta de València y el Palau de la Música”.
Su ejemplo es una muestra de cómo una visita turística casual puede acabar integrando a un ciudadano en la masa crítica urbana. “Hay mucho potencial en los carriles bicis porque todavía es una red incompleta, pero está mejorando bastante”, expresa Schneider como último deseo. Ups.
Aurel es es de esos personajes sin apellido porque su nombre los atesora todos. Popular dibujante en medios de la prensa francesa como Le Monde, Le Canard Enchaîné o Politis. estuvo viviendo -y dibujando; extrañas compatibilidades- durante un año entero, de agosto a agosto de 2015 a 2016.
El propósito junto a los suyos era pasar un tiempo fuera de Francia, una suerte de Erasmus familiar. Probaron una semana en València, a modo de prueba piloto. “Amigos franceses de Barcelona nos dijeron que mucha gente hablaba de València diciendo que era guay. Nos encantó y decidimos vivir aquí nuestro proyecto de ‘vida fuera’. Primero elegimos España. A mí me encantaba España desde casi siempre. Digo España aunque ahora sé que suena raro para muchas personas en València pero es así como lo decimos y pensamos en Francia. Incluido yo antes de vivir aquí. Conocíamos muy bien Barcelona (vivimos en el sur de Francia) pero no queríamos vivir allí porque parte de la experiencia era que los niños aprendan castellano Al final aprendieron castellano y valencià…”.
Turistas que se quedan. Dicotomía entre locales y visitantes. Casos como el de Aurel vuelven a romper los prejuicios a los lados del debate turístico.
Le pregunto a Aurel qué pensaba de la ciutat antes de llegar… y qué después de irse. “Nada muy diferente. Diría que es una ciudad muy fiel a lo que parece. No te engaña al estilo de las que se visten para guiris y luego descubres cosas feas o raras. Al contrario, descubrimos cada vez más cosas que nos gustaban, que nos correspondían. Para mí es tranquila, con historia fuerte, una ciudad amable. Con este maravilloso parque/río en el cauce antiguo. Y la gente que conocimos aquí cuadraba totalmente con eso. Hicimos amigos de verdad en un año, lo que nunca nos había pasado antes, creo”.
El dibujante tiene una teoría sobre la mejor cualidad de València. “Es su aeropuerto pequeño. Parece broma pero es verdad. Creo que es fundamental para que no se convierta en una ciudad turística a tope... con gran riesgo de perderse”.
En la rutina de su año familiar en València, con el barrio del Botànic como vecindario, varias etapas fijas: “Jugar en el Turia hasta la noche. Partido al Mestalla con mis hijos. Nuestra tradicional cena de tapas todos los viernes en el Olivo. La paella en el Saler”.
Apunta Aurel dos desafíos en el porvenir urbano: “Me parecia que habia mucho sin techos y migrantes que no tenían otra solución que (sobre)vivir y dormir en la calle. No es mejor en Francia, todos tenemos que mejorar con eso. Y por tema ideológico frenar la ‘AirBnBzacion’ de la ciudad”.
Una pirueta más. El turista que acaba haciendo de su viaje su jubilación. Rafa Valls, el señor UNO en el Mercat Central, me habla de una pareja que lo visita con asiduidad. Son Donna y John Chalkley.
Donna y John, me cuenta ella, llegaron en junio de 2017 para unas vacaciones, procedentes de Estados Unidos. Otras vacaciones tranquilas. Sucedió. “Nos encantó poder ir caminando a todos los lados, ir a comprar al Mercado Central la fruta fresca, verduras, carnes y mariscos y luego cocinar. Habíamos leído algo sobre la ciudad… pero no valoramos lo que podía ser”. Al volver a Washington notificaron a su familia una decisión: iban a pasar su jubilación en València. “Queríamos seguir disfrutando del Túria cada día, hacer ejercicio allí disfrutando de la belleza del paisaje”.
Los Chalkley se han hecho vecinos del Carmen. De vez en cuando algún local les pregunta qué hacen por aquí tanto tiempo: “¡vivir!”. “Elegimos venirnos por el clima, por la cultura tranquila y por el coste de vida”.
Solo unos ejemplos, ningún patrón de comportamiento, pero sí la constatación de un hilo de virtudes desde las que afianzar un modelo de ciudad.
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