El Consell Valencia de Cultura se ha sumado a la reivindicación cultural presupuestaria frente a Madrid. Llega algo tarde. Debería haber encabezado las protestas. Lo hace, sin embargo, en plena decadencia y todavía con imputados en sus filas.
Estaban callados tanto tiempo o a media voz que muchos pensábamos que ya no existían o, como los dinosaurios, se habían extinguido. Pero no, el Consell Valencià de Cultura (CVC) está vivo. No le afecta la glaciación ni las olas de calor y menos el cambio climático. Tampoco la banalización social y cultural que nos azota, aunque desde fuera tengamos la sensación de haber sido políticamente abandonado a su suerte, a una lenta agonía institucional.
Ha reaparecido para recordarnos que los Presupuestos Generales del Estado con la Comunitat Valenciana en materia cultural son insuficientes. Lo ha dicho a través de un comunicado bastante ligero tras uno de sus plenos. Por una vez en mucho tiempo se ha puesto reivindicativo pese a la afinidad política conservadora de su actual mayoría. Será porque como su voz ya no sale de la lujosa sede de la calle Museo, menos aún llegará a Madrid. Es más, ni el parlamento valenciano ni la Generalitat creo que vayan a hacer uso de su lamento. Desde hace mucho tiempo no le hacen caso. Es como si no estuviera, aunque le dotan presupuestariamente con gracia y salero. Será por el Estatuto de Autonomía que lo reconoce como ente asesor en materia cultural de las instituciones públicas valencianas aunque no suelan preguntarle nada. Ellos continúan en sus deberes para mantenerse a flote.
Eso sí, a sus integrantes les ha costado darse cuenta del ninguneo estatal después del tiempo transcurrido desde el anuncio presupuestario y las reacciones previas de la sociedad civil y política. Imagino que para llegar a su conclusión habrá realizado un buen número de profundas sesiones de análisis en sus respectivas comisiones -dietas incluidas, por supuesto- así como interminables brainstorms comparativas con el resto de autonomías.
Las cuentas son, como decían hace apenas unos días, “totalmente insuficientes y muy discriminatorios respecto a las consignadas para auditorios, museos, festivales o proyectos de otras comunidades o ciudades". La verdad es que esta afirmación no es nada novedosa. Podrían haberla repetido años tras año desde los gobiernos de Aznar o Zapatero -éste último dejó en evidencia a su ministro César Antonio Molina que llegó a prometer hasta cinco millones para el Palau de les Arts que jamás se vieron- hasta los de Rajoy. ¿Cuándo ha sido el Estado generoso con esta autonomía? Todos los años, las mismas migajas. No sé de qué se asustan ahora estos consejeros que tanto tiempo se han venido manteniendo muy callados y sin reivindicar apenas casi nada de lo que han visto a su alrededor y casi menos dentro de su perímetro competencial. Debe ser que ya ven en el horizonte la renovación de sus “señorías” y querrán ganarse su más que dudosa continuidad.
Para rematar, según la nota, el CVC unía su voz “con el público y profesionales de la cultura de la Comunitat Valenciana que ven con frustración cómo la falta de financiación adecuada debilita la calidad de la oferta cultural valenciana y aumenta las diferencias entre comunidades que merecen un tratamiento de idéntica dignidad". Se suman. Qué bien. Pero no han tomado la iniciativa siendo ellos “garantes” de nuestra cultura autonómica como máximo órgano consultivo en la materia.
Lo realmente triste es que llegan tarde. Y que su ligera queja no servirá para nada. El CVC ha perdido gran parte de su autoridad por no decir casi toda. Sus reivindicaciones caen en saco roto. Su peso político no existe. Pero no es nuevo. Lo ha sido desde que se convirtió en vivero y retiro dorado de políticos y exaltos cargos públicos de todos los colores: un asalto en toda regla a su supuesta independencia intelectual. De hecho, la gran mayoría de sus integrantes actuales -21 miembros y sin entrar en sus valores individuales- tienen esa condición por lo que poco se puede confiar en sus dictámenes o consideraciones. Normal. Además, como presunto organismo independiente no está del todo limpio de polvo y paja. Entre sus filas figuran dos implicados en causas judiciales -Consuelo Ciscar, cuyo hermano socialista Cipriano creó la institución para reafirmar sus proyectos siendo conseller, y Vicente Farnós, vástago aventajado del también exconseller popular Joaquín Farnós- lo que sin duda afea y deslegitima como institución a tener en cuenta o al menos ser atendida, considerada y respetada.
Bien es cierto siendo benévolos que toda la culpa no la tienen sus actuales integrantes -muchos, que no todos, se lo han tomado siempre muy en serio y le ponen tesón- sino la descomposición institucional a la que ha venido siendo sometido el organismo por los diferentes gobiernos de la Generalitat Valenciana. A ninguno le ha interesado su presencia, pero tampoco nadie se ha atrevido a cerrarles definitivamente la puerta o a darle un nuevo impulso o rumbo. En absoluto.
Por ello desde hace mucho tiempo al CVC ni se le espera, ni se atienden sus razones. Su hipotética recuperación futura no sólo será complicada sino más bien casi imposible por no ser más rotundo. Ha tocado un fondo del que será casi imposible sacarlo ni con grúa de gran tonelaje. Una lástima tras treinta años de historia y una millonaria inversión -palacete incluido- que, por lo visto, hubiera sido más rentable y útil en otros menesteres.