En mi breve experiencia como columnista de la actualidad, reconozco que este Tintero es el que más me ha costado escribir. La mezcla de tristeza, desánimo, rabia, impotencia, pena mucha pena, y porqué no decirlo cierto asco, hacen difícil comentar siquiera razonar sobre el surrealismo al que estamos asistiendo.
El surrealismo como corriente artística se caracterizaba por confundir al espectador, y por tanto a la mente de quien lo observa, con paisajes de ensueño y figuras incongruentes. La situación que vivimos en España desde hace años, pero especialmente en el último lustro creo que es justo calificarla de surrealista, aunque para desgracia de todos tiene muy poco de arte y mucho de cruel y preocupante realidad.
Hay tanto escrito sobre los totalitarismos, especialmente el nazismo y el comunismo en el siglo XX, tantos intelectuales que han analizado, estudiado, relatado los comportamientos de las personas y especialmente colectivos para llegar a conformar sociedades donde los valores que imperan son el racismo, la xenofobia, el odio y el rencor y como consecuencia lógica de ello acaban enfrentadas y fragmentadas. ¿Cuántas películas hemos visto sobre el régimen nazi? ¿Qué sensaciones o pensamientos tenía usted al ver a los niños en escuelas y en la calle con esvásticas? ¿Acaso no se estremecía cuando reproducían como era la delación constante del judío que regentaba el negocio de enfrente? Marcar, señalar, acusar, en definitiva odiar.
Curiosamente, en esta segunda década del siglo XXI, la mezcla de paz y democracia en el mundo occidental junto a nuestra cultura social, lúdica y consumista, nos lleva a situaciones en mi modesta opinión ridículas, y muchas veces surrealistas. Y estos días compruebo con pena y asombro a muchas personas que tenía por sensatas decir generalidades antes los dramáticos sucesos que vemos en territorio catalán, tales como: “no me gustan las imágenes que he visto, no me gusta la violencia”. Cómo si en cualquier manifestación, algarada, tumulto o turba violenta no debieran actuar las policías de cualquier país democrático y civilizado.
En estos días, demasiadas personas han perdido el oremus al tratar a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que actúan bajo órdenes judiciales, en cumplimiento de la ley y en España (como cualquier país civilizado) son los únicos que pueden ejercer el poder punitivo del Estado, los únicos que pueden usar la violencia legítima para hacer cumplir la ley. Que los sediciosos, narcisistas, golpistas, rebeldes y otra gente que campa estos días por nuestras ciudades no quieran reconocer ni la ley ni el Estado de Derecho ni el orden constitucional, es esperable y asumible. Pero que haya mucha gente que disculpa, entiende o incluso acepta que toda esta vulneración de derechos y garantías sucedan en la España y la Europa de 2017, me parece preocupante y muy triste.
Cuando tecleo estas líneas faltan pocos minutos para que el Jefe del Estado que es también Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, se dirija a la nación. El sentimiento de tristeza y desolación que imagino comparto con alguno de ustedes no deja mucho margen a la esperanza. Probablemente repetirá lugares comunes y usará esas palabras que por su mal uso y abuso, han perdido casi su significado original. Esos términos que sirven para decorar la pared de una librería o para lanzar un discurso político. En estos días aciagos falta coraje y determinación, y especialmente un líder carismático, auténtico y real que dijera lo que (probablemente) más de 40 millones de españoles desearían oír.
Fueron muchos los que el pasado domingo reconocieron que al final sólo les apetecía llorar, y no negaré que a mi también me apeteció. Y no, no es de cobardes, es porque nos duele y nos afecta que una política xenófoba permitida, tolerada y auspiciada muchas veces desde el gobierno de la nación, haya convertido a un trozo de nuestra querida España en tierra hostil, con sus ciudades alborotadas y con millones de españoles enfrentados, familias y amigos. Eso ocurrió en nuestra guerra civil, ahora uno grupo de fanáticos catalanes quieren que vuelva a ocurrir y el resto de España debería ser una y no ceder ni un milímetro, pero el surrealismo ha llegado y parece que para quedarse. Sólo me complace pensar en el genio del surrealismo, el gran Dalí cuando dijo antes de morir: ¡Viva el Rey!, ¡Viva España! y ¡Viva Cataluña!