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el muro / OPINIÓN

Eurotostón

Si para Rajoy somos el país al frente de la locomotora de la recuperación económica de Europa, para Eurovisión somos el furgón de cola. La culpa se la lleva siempre el artista, pero nunca los decadentes gestores de una televisión pública cada vez más rancia y manipuladora

21/05/2017 - 

Por una vez, y sin que sirviera de precedente, me armé de valor y conseguí ver un buen trecho de la última edición del Festival de Eurovisión. Ya me había tragado muchas previas informativas en los telediarios de TVE junto a las alabanzas que los enviados especiales lanzaban sobre “nuestro” representante. Entrecomillo “nuestro” porque si bien es cierto que durante la etapa del franquismo y hasta la liberación del espacio televisivo “representaba” a España -sólo teníamos dos canales y de pequeños reafirmaba nuestra autoestima frente al mundo exterior- en la actualidad, o desde la apertura del espectro audiovisual, a quien representa es a RTVE. Eso sí, de nuestros bolsillos/impuestos pagamos el bolo, los programas paralelos y la fiesta de un certamen cada día más decadente y que ni me representa ni manipula sentimental y menos aún patrióticamente.

Admito conocer auténticos fans incondicionales de los festivales. Los respeto. Hasta se reúnen en grupo para vivir juntos el espectáculo como si se tratara de una gran final de fútbol. Lo viven de tal manera que es inenarrable e imposible de describir. Se vuelven locos.

En mi casa, Eurovisión murió como unión familiar con niños pequeños el día aquel que el Chiquilicuatre nos presentó a los ciudadanos de este país  como auténticos patanes y ridículos frente a los muchos millones que siguen la retahíla de insípidas canciones desde las modernas pantallas de plasma de todo el mundo. Supongo que desde entonces los países dejaron de darnos puntos ya que hasta ahora siempre nos contentaban los países amigos cuando la noche se iba torciendo. Pero este año ya ni eso. Se han tenido que conformar con los cinco votos que el cantante Manel Navarro, desconoció hasta la fecha, obtuvo gracias de nuevo a Portugal, quien, por cierto, ganó con una canción y sin espectáculo innecesario. Para otros muchos eurofans el festival  murió con el negocio montado en torno a esa Operación Triunfo que hizo millonarios a unos cuantos y manipuló el cerebro y el bolsillo de millones de españoles.

Esto de Eurovisión me resulta más en sí un espectáculo en el que las tecnologías van enseñando sus avances y los canales organizadores se ponen nuevos retos para superar al organizador del año anterior que a un certamen o a un concurso con criterio, lógica, solidez y coherencia musical y estética. O con discurso.

Un año casi todos salen disfrazados de trogloditas o cada cual de los concursantes más estrafalario que el anterior, y el siguiente se lleva el estilo Lady Gaga, que al fin y al cabo es el mismo disparate. Puro negocio y espectáculo audiovisual, que mira por donde, sí tiene su gracia como explosión de color y efectos especiales.

He de admitir que escuché un par de temas interesantes -la canción ganadora Amar Pelos Dois de Salvador Sobral, por ejemplo, de entre las cuarenta enlatadas- pero casi todo el resto fue algo patético, como los comentarios de esos especialistas que acompañan la retransmisión o nos explican y analizan la gala acompañados de enormes tópicos y lugares comunes.

No quiero imaginar lo que le costará a un país la organización de un evento de estas características ya que las televisiones participantes suelen ser todas ellas estatales, pero debe de ser un auténtico pastizal que no sirve para casi nada salvo para que el país de origen del ganador saque durante unos días pecho o para lanzar o relanzar una carrera artística, si es que no la hunde definitivamente como sucede con muchos de los perdedores y participantes. Pero más allá de eso, en el caso concreto de RTVE lo que ha logrado mayormente durante los últimos lustros ha sido truncar carreras y crear frustraciones artísticas.

Para un servidor que se presenten canciones horribles, continúen manipulando a los ciudadanos desde la cadena estatal de forma tendenciosa y luego sus responsables se escondan a la carrera fracaso tras fracaso sí es preocupante.

Por eso me solidarizo con ese chico llamado Manel que al margen de gallos y otras circunstancias se ha tenido que comer un marrón tan grande que hasta admite haber tenido que bajar a la calle con capucha para que no le reconozcan. Al fin y al cabo, él no tiene la culpa. Era un mandado subido a la nube de la manipulación de los votos interesados pero con sus ilusiones en juego. Son otros los culpables. Aquellos que continúan jugando con sentimientos y un patriotismo cada vez más ranció y falso envuelto en millonarios intereses.

Así que busquemos culpables en todos esos que han manejado los hilos y tras el cubo de agua fría se han escondido en los despachos o han renegado después como auténticos traidores. Ellos sí son los verdaderos culpables del desastre. Pero nunca darán la cara. Así que en mi nombre, por favor, nunca más.

¡Ánimo chaval! Si tienes fe ya sabes lo que dijo Mateo en el Evangelio: “Los últimos un día serán los primeros”. Conchita Bautista y Remedios Amaya son ejemplos como el tuyo. Y lo mejor, al menos es un consuelo saber que aún nos queda Portugal.

PD. El jueves tuve la suerte de hacer las paces con el mundo. Fue en el Teatro Principal de Valencia gracias a un espectáculo inmenso. Hablo de Incendios, el montaje que protagonizan Nuria Espert y Ramón Barea junto a un joven y brillante plantel. Este montaje basado en el texto de Waldi Mouward y dirigido por Mario Gas es un auténtico viaje al infierno, un combate de interminables golpes al estómago del espectador. Sublime. Un clásico pese a ser contemporáneo. Lleno de matices, monólogos profundos y brillantes, discurso e infinidad de todo lo que se pueda añadir. Teatro mucho más allá del buen teatro. Por ello, esa noche el público aplaudió de pie largo tiempo. Este es el tipo de teatro que todo aquel que se declare amante de él no debería de perderse. Una bofetada al mundo. Hoy domingo se despide de Valencia. Pero debería de volver cuanto antes. Un día después de verlo y cuando escribo este texto aún no he podido quitarlo de mi cabeza. Si están a tiempo, no se lo pierdan. Por favor.

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