El IVAM repasa el pasado y el presente de la llamada 'Nueva Escuela Valenciana' con una muestra que incluye cerca de 200 originales de la edad dorada del cómic
VALENCIA. "¿Quién habría imaginado al Louvre montando una exposición de láminas originales realizadas por dibujantes de cómic?". Con esta pregunta la catedral del arte francesa daba un pequeño pero gran paso en la integración de la historieta como parte de su discurso. El arte popular cruzaba el primer gran muro. También el Musée d'Orsay se rendía a la bande-desinée sumando a sus fondos algunas obras destacadas, mientras que el MoMA de Nueva York hacía lo propio sumando a sus exhibiciones de arte contemporáneo una colección de viñetas. Es ahora el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) el que rompe el gran muro de los espacios expositivos y abre "de par en par" sus puertas para dar cabida a una generación que, a golpe de lápiz y papel, radiografió los sueños y realidades de la sociedad valenciana de los años 70 y 80.
VLC. Valencia Línea Clara reúne más de 200 originales que explican la eclosión de esta disciplina en una Valencia que hoy "rompe un silencio injustificado de una a una de las materias artísticas más importantes del último siglo", explicó el director de la pinacoteca, José Miguel G. Cortés. Esa apertura de puertas no es tímida. Si la exposición Perdidos en la ciudad, recientemente inaugurada, ya muestra diversos ejemplares, esta era solo una señal de lo que vendrá en el futuro. "El cómic ha llegado para quedarse. No es una anécdota" sino que el tebeo y la historia gráfica tendrán también presencia a partir de ahora la biblioteca, las actividades didácticas y en la propia colección del museo, adquisiciones que se realizarán "hoy mejor que mañana", aunque todavía no se han cerrado nuevas compras.
El compromiso de Cortés es asegurar la "igualdad de condiciones" de un formato que ha cruzado la muralla que separa las Bellas Artes (en mayúscula) y el arte popular. Comisariada por Álvaro Pons, la muestra es, más que un homenaje al pasado, una reivindicación de la trayectoria de primeras figuras como Sento Llobell, Mariscal, Micharmut, Daniel Torres, Manel Gimeno y Mique Beltrán. La "humildad" del tebeo, que explicaba Llobell durante la presentación de la exposición, ha logrado hacerse un hueco en el discurso de un IVAM que se sitúa casillas por delante del resto de museos del ámbito nacional. "Lo que más me gusta de los tebeos es su humildad. Nadie se hace rico".
Una mirada al pasado, sin duda, pero también al presente. La mayoría de los miembros de aquella Nueva Escuela Valencia —así se les bautizó— está en plena forma. Sento, por ejemplo, esta enfrascado en un nuevo proyecto tras su Trilogía del Doctor Uriel; Beltrán presentó hace unos meses un recopilatorio con las andanzas de Cleopatra (convertida hoy en un símbolo del movimiento 'Malas Madres') y tiene avanzada una novela gráfica sobre sus andanzas como recluta que participó en el 23F a su pesar. Daniel Torres, por su parte, puede presumir de haber convertido La Casa en un éxito de ventas pese a que nació con vocación de long seller y antes de final de año publicará la novena (y probablemente última) aventura de Rocco Vargas, un personaje que le acompaña desde 1984. Se podría seguir con otros pero tampoco es cuestión de ser exhaustivo.
Integrado en la industria del libro, el cómic se adapta hoy a nuevas formas para asegurar su supervivencia que pasa forzosamente por adaptarse a los hábitos de consumo de los nuevos lectores. "Los cómics entendidos como cuadernos no existen. La solución ha sido la novela gráfica, concebida como un producto de principio a fin", explica Miguel Calatayud. “El objetivo era traer el cómic al IVAM y lo hemos hecho con una exposición que muestra la diversidad estética y temática que abarcaron estos autores, una generación de artistas que revolucionó el cómic y cambió las reglas”, ha señaló el comisario de la muestra, Álvaro Pons.
Pero VLC. Valencia Línea Clara no es una exposición sobre tebeos, es un retrato de un momento en la historia cultural del cap i casal en una época en la que a la entrada de la carretera de Barcelona, a modo de reclamo, presumía en un cartel de ser la ciudad que se podía visitar en una tarde. Era cuando el viejo cauce del río apuraba sus últimos días como erial que se había librado por los pelos de convertirse en autopista y faltaba poco para que el Teniente Coronel Miláns del Bosch convirtiera el centro en la pista central del 23-F. Era los buenos viejos en los que a los políticamente incorrectos se les llamaba degenerados o drogaos como si fuera un insulto.
Cabe señalar que aunque el papel ocupa la mayor parte de la exposición —un aplauso al arquitecto Jesús Moreno por su diseño y generosidad— hay lugar para recordar que aquello fue mucho más allá. Desde la silla que diseñó Mariscal para ese antro de modernidad y perversión que fue Duplex (hoy una discoteca para ciclados y operadas) hasta los milagrosamente recuperados Dalton de Marxalenes, un grupo escultórico compuesto por cuatro figuras diseñadas por Sento, realizadas por el artista fallero Manolo Martí, y vestidas por Francis Montesinos para la falla del Ayuntamiento (que algunos aún llamaban Del Caudillo) de 1987.
VLC. Valencia Línea Clara también tiene espacio para explicar cómo a los dibujantes valencianos se les reconoció el talento incluso aquí, un fenómeno tan inusual que daría para un especial de Milenio Cuatro. Las instituciones valencianas (y no sólo ellas) luchaban por modernizar su imagen tras la cutrez del franquismo y la coentor de la malograda UCD. Así, tiraron de una joven generación de dibujantes que se convirtieron en el cuño de modernidad que la ciudad necesitaba. Por eso, lo mismo firmaban un cartel de la discoteca Chocolate que de Expojove, una feria del libro que una campaña de Metro Valencia. Estaban en todas partes, incluso en Gulliver del nuevo cauce, en las fallas o en las portadas de la cartelera Turia. La Línea Clara más que un estilo era una actitud.
Otro de los aciertos del comisario de la muestra Álvaro Pons es el de no haberse rendido a la etiqueta de “Nueva Escuela Valenciana” sino aprovecharla como trampolín para explicarla con sus límites y sus aciertos. Nadie niega que hubo una nueva generación de dibujantes, pero tampoco se oculta las influencias del pionero Miguel Calatayud (el auténtico Papa Oso) o el papel de Sento Llobell como nexo entre lo nuevo y lo anterior (que no lo viejo); fue un fenómeno valenciano, pero proyectado desde Barcelona gracias a revistas como Bésame Mucho, El Víbora o Cairo; era ‘línea clara’ de influencia francesa, pero también había sitio para Robert Crumb, Alex Raymond o Chuck Jones; había puntos en común entre todos ellos, pero el más importante es que cada uno hacía lo que le daba la gana.
Por eso, por lo de contextualizar la Nueva Escuela Valenciana, la muestra se remonta incluso (y sin complejos) a Roberto Alcázar y Pedrín (de Eduardo Vañó y Juan Bautista Puerto), El Guerrero del Antifaz (Manuel Gago) o Pumby (José Sanchís), salidos de esa escuela de talentos injustamente denostada que fue la Editorial Valenciana, y los hace compartir espacio con Hergé, Heinz Edelmann o Crumb. Y, como parada intermedio, algunos de los fancines —como Ademuz km 6, El Gat Pelat o El Polvorín Polvoriento— nacidos siguiendo la estela de El Rrollo enmascarado.