VALÈNCIA (Carlos Rosique/Nacho Herrero). En la calle Lepanto de Paiporta el barro aún llega por los tobillos trece días después de que esta localidad valenciana se inundara por la Dana que azotó algunas comarcas de la provincia, pero no es la única vía, ni mucho menos, ni el único pueblo en estas circunstancias.
Miembros de diferentes cuerpos de seguridad o de contratas, voluntarios y vecinos siguen aún sin saber dónde pisan, con un palmo de fango que en algunos sitios aún es más grande porque no deja ver ni la acera ni el final de este drama.
“En esta manzana está todo igual”, explica a EFE María José Miravet, desde su puerta. “Aquí el agua entró casi hasta el techo en las casas y fuera teníamos cinco coches. Luego estaba todo lo que sacamos de las casas. Ahora queda el barro, en comparación no estamos tan mal”, asume resignada.
En la zona más antigua de Paiporta el panorama sigue siendo marrón. Los trastos, al menos, ya han desparecido casi por completo, algo que facilita las tareas de limpieza; en vísperas de cumplirse dos semanas de la tragedia, y en día laborable, el flujo de voluntarios se ha reducido drásticamente.
Unos metros más allá, en la calle Florida, la situación es similar. Donde hace unos días había montañas de enseres destrozados ya no hay nada, pero el barro continúa tiñendo la calle.
“Estando mal, estábamos mucho peor el viernes”, explica Roberto. “Ahora estamos viendo algo de movimiento”, asegura. Pero el movimiento no es solo para vaciar, aún quedan bajos por drenar y una vez se ha sacado el agua, el barro acumulado en algunos casos se saca a la calle. También el agua de las máquinas de presión caseras ayuda a convertir en fango la tierra no retirada.
Unos metros más allá, una cuadrilla de militares se afana en despejar el primer tramo de la calle y en buscar alguna alcantarilla que trague, algo que es casi misión imposible.
Las conversaciones de unos y otros se centran ahora en un sistema imprescindible para devolver algo de normalidad a la zona, pero que sigue colapsado en muchos puntos y sobre el que se cierne la amenaza de las lluvias que pronostican a partir del miércoles.
En la zona más nueva el panorama cambia, ya solo tiene barro la plaza Blasco Ibáñez, la que recae sobre uno de los puentes que comunica con la zona antigua. Las vías principales aparecen despejadas y la tierra que queda está seca.
Sin semáforos todavía operando y con una capa de barro que todavía impide ver el asfalto, el consistorio vecino de Massanassa recibe a sus 'visitantes' y sobre todo a sus vecinos dando a conocer que "se ha instalado un aljibe de 7.000 litros de agua en el ayuntamiento".
El bando se realiza por megafonía, uno de los pocos servicios que no se han perdido por la dana que no deja a los habitantes de este municipio volver a la normalidad.
El hedor sigue penetrando en cada una de sus calles y ahora es turno de la maquinaria pesada, que se afana en retirar cualquier enser que sigue amontonado en las puertas de cada una de las viviendas de esta localidad, una más del cordón sur del área metropolitana de València.
En Catarroja, vecino municipio del que sólo le separa un barranco, el mismo que ha dejado la destrucción en más de sesenta localidades de la provincia, los abrazos se siguen sucediendo, aunque las conversaciones son siempre las mismas desde hace trece días.
“A mí me llegaba el agua por la cintura cuando sonó la alarma”, indica un joven que saluda a un conocido en la avenida Ramón y Cajal, epicentro del pueblo y ahora también del barro.
Es imposible volver todavía a la normalidad en estos municipios, que, eso sí, han cambiado el sonido de las sirenas de las ambulancias por el del motor de las máquinas pesadas y las mangueras de agua a presión.