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el callejero

La camarera más antigua de València

Foto: KIKE TABERNER
31/10/2021 - 

VALÈNCIA. Muchos jóvenes pasan de noche por la calle Cádiz, en el bullicioso barrio de Ruzafa, buscando un garito donde tomar la última, y al llegar al King Creole se quedan mirando el cartel y esas dos palabras dibujadas bajo un tupé azulado mientras se preguntan qué demonios será eso de King Creole... Algunos veinteañeros ignoran el nombre y entran deseosos de echarse un chupito al gaznate mientras mueven el culo al son de algún ritmo latino, y segundos después, cuando ya están dentro, notan que flota algo raro en el ambiente, que aquel es un sitio diferente, que allí se escuchan guitarras eléctricas y que detrás de la barra no les espera una chica de veinte años sino casi una leyenda de la noche en València, Reme, que lleva varias décadas poniendo copas con su mejor sonrisa. "Casi ningún joven sabe qué es King Creole", avanza Reme, quien, coqueta, se niega a dar su edad. "Puedes decir que soy una madurita interesante...", suelta entre risas para salir del paso.

Reme no dice los años que tiene pero se deducen después de contar su trayectoria como camarera y copropietaria de unos cuantos pubs desde que era una adolescente "muy mona y con una piel fantástica". Muchos de ellos al lado de Juanjo, que fue su pareja durante lustros y que ahora simplemente es "familia" y el compañero de piso y de negocio en el King Creole, que no es otra cosa que el nombre de una canción y una película (dirigida por Michael Curtiz y estrenada en 1958) protagonizada por Elvis Presley, el rey del rock.

La camarera más antigua de València nació en la calle del Milagro, en el centro-centro de València. Una familia obrera donde el padre decía que era representante pero que, en realidad, se dedicaba a enmarcar cuadros y fotografías, y que, según cuenta su hija, no aparecía por casa en toda la semana. Lleva las iniciales de sus difuntos padres en un tatuaje en un bíceps. Y en una pierna, ocultos por el camal de unos tejanos, el nombre de Alicia, la hermana que perdió hace muchos años, rodeado de flores y mariposas para que su recuerdo siempre sea feliz y hermoso.

A Reme siempre le fue la noche. Un verso suelto que descubrió que había otro mundo el día que desembarcó en Ibiza con 16 años. Y luego, poco después, que había otro mundo menos alegre en la Europa del Este. Aquella joven viajó a Hungría, a Rumanía, al Berlín del telón de acero. Y allí, en esos países comunistas, utópicos y pobres, aprendió que muchas mujeres vivían y viven subyugadas y amenazadas.

El Caos, un garito demasiado moderno

Esta hija de padres muy mayores -cuando nació Reme, él tenía 50 y ella, 46- asegura que a pesar de la edad siempre fueron muy modernos y que como ella empezó a trabajar con 14 años -iba a la fábrica de lámparas por el día y al instituto de Aldaia por la noche-, nunca le pusieron un pero. A los 18, recién cumplida la mayoría de edad, se fue de casa a vivir su vida. A Reme le gusta hacer el chiste de que es camarera por genética y le encanta contar que sus abuelos maternos tenían un casino en Albaida y que era su abuela quien lo llevaba. Y, quién sabe si bajo su influjo, a los 23 años, y demostrando que era una chica muy moderna y adelantada a su tiempo, ideó un local digno de una capital europea que no triunfó en Aldaia. "El Caos fue la bomba y en València hubiera triunfado, pero, claro, lo abrimos en un pueblo y nos arruinamos", recuerda.

"Era un lugar fascinante", rememora sobre aquel cine antiguo y enorme donde tuvieron que quitar, una a una, las mil butacas. Dejaron la pantalla gigante y recuperaron el viejo proyector. De vez en cuando iban a València, al lado del cine Jerusalem, y volvían con rollos de película 'random' para proyectar, en silencio, imágenes de anuncios antiguos, películas de 'Simbad el marino' o lo que fuera. "Allí hicimos de todo. Hicimos conciertos de bandas ochenteras como Malevaje o Tennesse, 'perfomance', exposiciones... Nos ayudaron Bartual y David y hasta montamos una fiesta con Tutú Droguería por la que casi nos linchan en el pueblo. Pero aquello fracasó y nos arruinamos. A partir de ahí me tiré unos años en los que solo trabajaba para poder pagar los créditos. Y puse copas, limpié locales, estuve en una oficina... Hice todo para pagar la deuda".

Cuando tenía un hueco, cogía a las amigas y se marchaba, con su flequillo por delante -aunque durante dos años fue con el pelo totalmente rapado-, al Carmen, a bares de copas como la Marxa, el Negrito o Tres Tristes Tigres, o a conciertos de Los Imprevisibles, Radio Futura o los Coyotes.

Tras un paso breve por Van Damme, un pub para pijos en el Cánovas de los pijos -alrededor de Serrano Morales-, acabó trabajando en la barra de abajo -tenía tres- de La Marxa, que era de Juanjo. Y allí ponía copas mientras bailaba la música de su adorado David Bowie. Estuvo catorce años en este pub instalado en un palacio del Carmen con un par de alturas y muchos rincones. Tantos años hacen que aún hoy le sorprenden una antiguas clientas mientras compra en una parada del mercado de Ruzafa para decirle que ella era su camarera favorita. Pero aún quedaba mucho por delante: La Edad de Oro antigua y pequeña, en el Carmen, y la nueva y grande -en el mundillo de la noche siempre se rumoreó que la abrieron después de que les tocara la lotería- en una bocacalle de la Gran Vía Fernando el Católico, donde estuvieron desde 2007 hasta febrero de 2019. Y Juanjo, que está en una butaca un poco más atrás, como si estuviera sentado en el banquillo, bocea que les dio tiempo a celebrar 1.500 conciertos. Y Reme cuenta que el nombre, que está inspirado en la película de Buñuel, confundía a muchos señores y señoras mayores que llamaban preguntando si allí había baile o actuaciones "de conjuntos".

La barra que salía en 'Matador'

Allí, cuidando de la mejor barra de València, hecha de un material reluciente como el estaño, una barra que fue utilizada en 'Matador', la película de Pedro Almodóvar (1986), vivieron años felices. Ella poniendo copas con una sonrisa y él pinchando una música excelente y nada comercial. Hasta que el propietario se subió a la parra y ellos, que vivían cierta decadencia en el pub, se tuvieron que marchar.

Diez meses después, el 13 de diciembre de 2019, Reme abrió como propietaria el King Creole y, ayudada por Juanjo, llenó el garito de imágenes de Elvis: fotos, portadas de discos, muñecos y hasta un vinilo, al fondo, del artista Martín Forés. Y allí, bajo la bola de cristal, toda una declaración de intenciones, Juanjo explica que aquel es un sitio para roqueros, gente que viste de una manera determinada, que escucha una música concreta y que hasta bebe otras cosas. "Un roquero nunca bebe gin tonic. Y los roqueros, cuando ven a los demás bebérselos, les llaman civiles", aclara.

Tres meses después de la inauguración, llegó la pandemia y el confinamiento. Y Reme, que nunca ha parado quieta, que lleva décadas trabajando en la noche, acabó subiéndose por las paredes. "Vivimos en un ático, en el piso 13, y cada día subía y bajaba las escaleras varias veces. Había días que me metía 70 pisos. Para quemar la energía", advierte. El problema es que cuando pudo abrir, con todo tan justo y con tantas limitaciones, se puso a trabajar ella sola. Hasta hace tres semanas. "Y estoy agotada, la verdad". Aunque se apresura a recordar que ella no vive en el pasado, que ella sigue teniendo ganas de hacer cosas y de pasarlo bien y que como Juanjo no le puede seguir el ritmo ya hace tiempo que vuela sola. Al cine, a conciertos, de comida con amigas. "Aunque, por la edad que tengo, es posible que sea el último pub. ¿Quién sabe?".

Le gusta sacar el pintalabios y un vestido pin up antes de ir al King Creole. Y ponerse la flor a un lado. Y ver feliz a la gente de fiesta. Y celebrar la vida, de la que nunca se cansa. Y controlar también. "Porque, si no, hoy no estaría aquí, que la noche es muy canalla".

El sábado, cuando cerró, se fue a casa y se puso el último capítulo del 'Juego del calamar', la serie de moda en todo el mundo. No se durmió hasta pasadas las cinco. Y al día siguiente, a las nueve, ya estaba en pie. Se aseó, se arregló y se fue con las amigas a almorzar y a comer. "A la noche siguiente ya recuperé un poco, pero es que a mí me gusta no parar". No necesita de la química para sobrevivir a estos horarios. 

Reme dice que ella, pese a que siempre ha trabajado en la noche, nunca se ha perdido. Aunque dice esto y luego se da prisa en darse ella misma la réplica: "Pero beber sí que bebo, que yo no soy ninguna mojigata, y aún tumbo a chupitos a más de uno...".

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