El otro día, en una charla con gente a la que apenas conocía, comenté la belleza literaria del comienzo de la novela Lolita de Nabokov. Después dije bromeando: ¡Si alguien no la ha leído que lo haga ya, no sea que la censuren! Como muchos sabrán, la famosa novela sobre la relación de la adolescente Lolita y el pederasta Humbert Humbert está prohibida en medio mundo. Y muchas voces en España abogan por hacerlo. Lo curioso del asunto es que la censura suele tener color político, cada ideología censura “al otro” que no encaja en sus parámetros, pero con Lolita hay bastante acuerdo. Tanto algunos conservadores como algunos progresistas la ven peligrosa por su temática.
La historia que cuenta no es decente.
Tras un rato de conversación, una de las presentes me echó en cara que había insinuado que el feminismo censuraba. No quise entrar en discusiones. De hecho, ni siquiera había nombrado al movimiento feminista… pero sí, el feminismo, como todas las ideologías, censura. Es un movimiento muy amplio pero en su nombre se prohibió un concierto de C. Tangana por sus letras, se pide playlist a DJ que van a tocar en determinados eventos y se ha debatido la necesidad de prohibir Lolita. Por el mal ejemplo.
¿Saben eso de que cuando creces acabas diciendo las mismas frases a tus hijos que a ti te decían tus padres? Pues es lo que ha pasado entre mamá Iglesia y sus hijos descarriados progres. La izquierda últimamente utiliza las mismas excusas que utilizaron (y utilizan) durante siglos las religiones: el mal ejemplo.
Y por detrás, similar idea: la gente es tonta del culo. Si leen sobre un pederasta, igual se hacen pederastas.
Ay, ojalá la ficción tuviese tanto poder. ¡Podríamos cambiar el mundo! Pero por desgracia (o suerte) la ficción es solo ficción. Y la gente, pues no tan imbécil como piensan aquellos que velan por nosotros. Conservadores y progresistas unidos en una misma lucha. Porque hay que reconocer que a los liberales se la suda bastante todo esto de los límites de la moral mientras no les afecte a los bolsillos. Un ejemplo: hace muchos años trabajé para un pequeño periódico y le pregunté a mi jefa quién pagaba mi sueldo, o sea, cuáles eran los límites que podía permitirse mi transgresión (en ese momento tenía veintipocos años y muchas ganas de decir boutades). Su respuesta fue clara: no te metas con la constructora X y ya está, aquí no hay ideología. En ese momento me enteré de que ese periódico, como tantos, estaba al servicio de una empresa constructora. Supongo que era una de las formas de ahorrar dinero en impuestos. O de blanquear.
Nada nuevo bajo el sol salvo que teníamos libertad, por la gracia de la corrupción, para criticar todas las ideologías fuesen del signo que fuesen.
Cuento todo esto porque hace poco leí que los libros prohibidos en Estados Unidos crecen cada año. Y los últimos años de forma espectacular. Los censores son principalmente los grupos conservadores. Los de siempre. Y las temáticas censuradas son las de siempre también: aquello que tiene que ver con lo sexual, oh pecado de la carne, y la identidad de género. Los padres están preocupados por si sus hijos leen un libro LGTBIQ+ y se homosexualizan, claro. Pobres niños: ¡se leen un libro y en la última página se les llena la cara de brilli-brilli! Pero no es lo único que se censura: un análisis ha mostrado que muchos de los libros prohibidos por asociaciones, colegios, congregaciones, etc. son protagonizados por negros, lo que muestra un sesgo racista bastante preocupante.
Pero, como he dicho, lo penoso del asunto es que la izquierda progresista empieza a hacer lo mismo. No con la misma fuerza (los conservadores llevan siglo censurando por el bien de los lectores idiotas y está casi en su ADN) pero sí con las mismas prepotentes razones: yo lo leo y lo entiendo, pero quizás tú no lo entiendas y acabes pegando a tu novia porque C.Tangana canta Mala mujer. O quizás acabes siendo tránsfobo si lees Harry Potter, porque su autora se ha definido como TERF y, por alguna alquimia extraña, sus ideas sobre el feminismo calarán en los lectores del mago adolescente. Mago que también ha sido censurado por la derecha acusado de brujería y ciencias ocultas. Y es que las censuras juegan en el mismo equipo, nos guste o no. ¿Y qué me dicen de prohibir obras antiguas porque muestran actitudes e ideologías antiguas? El colonialismo de Tintín en el Congo, el racismo de Matar a un ruiseñor, la actitud despreocupada ante el sexo de las 1001 noches, prohibida en muchos países árabes.
Yo intento ser coherente, así que no voy a defender ninguna censura. Ni la de los que prohiben en nombre de Dios y la moral, ni la de los que prohiben en nombre del respeto, el feminismo, los derechos humanos.... Estamos hablando de ficciones. Ficciones donde hay asesinos, ladrones, pederastas, machistas, adictos al sexo… porque para personajes normales currando de 8 a 5 ya tenemos nuestra aburrida vida. Y, además, si hubiera algo ilegal (delito de odio o similar) ya están las leyes para prohibirlo y castigarlo si hiciese falta, no asociaciones de padres y madres. O grupos católicos. O políticos de uno u otro signo. La censura es un acto prepotente que, personalmente, me insulta.
No, no voy a raptar adolescentes si me leo Lolita.
Lo siento: no soy tan imbécil como me suponen.