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el callejero

Una chica joven en un oficio viejo

Foto: ESTRELLA JOVER
3/10/2021 - 

VALÈNCIA. La iglesia de San Agustín, en el cogollo de la ciudad, está rodeada de bullicio y tráfico. Turistas que se guían mirando Google Maps, oficinistas que salen a tomar un café o un bocadillo de embutido con habas y conductores con prisas. Pero das un paso, cruzas el umbral de la entrada y alcanzas otro mundo, un mundo de piedra y silencio. Olivia Desmottes parece una turista con su camiseta gris, sus bambas y sus pantalones cortos vaqueros, pero entra en el templo y avanza con la seguridad de un obispo. Primero gira a la izquierda, luego abre una puerta de madera y finalmente sube por una escalera de piedra con las piernas de alguien habituado a los peldaños. Arriba está el órgano. Porque Olivia, a pesar de sus 25 años y su aspecto desenfadado, es una experta en la reparación, mantenimiento y afinación de órganos.

Oliva es hija de Frédéric Desmottes, propietario en Landete (Cuenca) de una de las escasas grandes empresas especializadas en órganos. Un francés que vino a España en busca de una vida más confortable y plena, y hundió sus raíces en un pequeño pueblo donde ayuda a que algunos tengan un jornal digno y no se tengan que marchar a las grandes ciudades. Su pasión es tan grande que cada verano, en lugar de buscar una playa y una sombrilla, cogía a la familia y se la llevaba a ver un órgano fantástico quién sabe dónde. "El órgano ha sido el eje de mi familia. Mis vacaciones las pasaba viendo órganos y muchos amigos de mi padre se dedicaban a esto. Y, claro, a mí, de pequeña, me gustaba estar en el taller, ver lo que hacían e intentar echar una mano".

Pero llegó la adolescencia, tiempo de ir a la contra, y le juró a su padre que lo último que haría en su vida sería dedicarse al órgano. Diez años después está encaramada al órgano mayor de la iglesia de San Agustín como quien acaba de hollar un ochomil. Porque Olivia Desmottes es ya una de las grandes expertas que hay en España. Ella estudió violín e Historia del Arte, pero el órgano se impuso a todo lo demás. Su padre, cero rencor, le dijo que siempre tendría abiertas las puertas de la empresa, y hoy observa a su hija con una mezcla de ternura y admiración. Ella nunca lo contempló como una opción. Hasta que cumplió veinte años y vio que ese, y no otro, era su mundo. "Porque este oficio, además, tiene algo que me gusta, y es que te da la oportunidad de aprender todo lo que quieras aprender, y siempre podrás aprender más. Y eso te aporta una evolución personal constante".

Esta joven conquense sintonizó fácilmente con este mundillo. Los rincones de las iglesias, la música, la paz... Y lo fascinante de ver tu obra acabada y saber que existe la posibilidad de que perdure durante siglos. "Eso es una satisfacción muy grande", apunta.

En su partitura hay una nota disonante: tres años trabajando en Barcelona, en la competencia. No da muchos detalles sobre este desvío en su camino. Solo que adquirió nuevos conocimientos, que se demostró a sí misma que valía para esto y que regresó. De vuelta en Landete ya se atrevió con proyectos completos, dirigidos desde el inicio, que son largos y lentos, que incluyen ir al lugar a conocer el sitio y a la gente. Dice que ya lleva muchos proyectos a sus espaldas. Al pedirle que concrete, calcula que llevará unos diez proyectos. O sea, que diez son muchos. "Diez en cinco años no está mal, ¿no?".

De los tubos sale de todo

Olivia es una joven rodeada de veteranos. Porque en este oficio no abundan ni las chicas ni los veinteañeros. Y eso es un problema. "Nosotros hemos decidido doblar todos los puestos para que un veterano le enseñe cada parcela a un joven -el oficio suele dividirse entre los que trabajan con la madera y los que trabajan con el metal- y así asegurarnos que no desaparecerá. El tema es que en España, al contrario que en Francia o Alemania, no existe formación, así que cuando llega alguien a la empresa tiene que aprender prácticamente desde cero". Porque, claro, casi nadie tiene la oportunidad de haberse empapado de esta profesión desde niña, entrando al taller casi a diario y yendo con tu padre a viajes tediosos que, en realidad, fueron calando en su conocimiento. "Y este es un oficio en el que necesitas diez años de formación".

La profesión es tan antigua como el instrumento. En el siglo XV se hicieron fijos y más grandes, y se les añadieron pedales. Y en el XVI se encerraron en una caja, como los conocemos ahora. Su conservación ha sido dispar. "Hace poco trabajamos con el órgano de la catedral de Salamanca y solo quedaban las cajas, no había tubos". Así que Olivia ha visto de todo y se ha encontrado de todo. Nidos de pájaros, insectos de toda índole, ratas y ratones. En València dice que hay "órganos muy interesantes pero de confección nueva", y añade que ellos, la empresa de su padre en la que ella ya interviene en la gerencia, son de órganos clásicos.

Ya hace rato que acabó la misa que había a las diez. Solo se escucha a los visitantes que entran, echan un vistazo y se van. Alguno eleva la vista y mira con envidia a esa chica que está merodeando allá arriba. Por lo bajo, casi imperceptible, suena una pieza de música clásica de manera repetitiva. Ha colocado varios focos que iluminan ese rincón donde está el órgano y donde hay herramientas y tablones y escaleras de metal y de madera de diferentes alturas. Alrededor, las paredes de piedra, una vidriera y las pechinas que coronan este extremo de la iglesia. Olivia se mueve por allí con llamativa soltura mientras intenta explicar el complejo funcionamiento del órgano, pero es imposible seguir el hilo sobre cajas, tubos, teclados que se tocan con las manos y los pies y hasta un fuelle que se expande y se comprime. La madera que envuelve el instrumento es de roble, y los tubos, de todos los tamaños y grosores que uno de se pueda imaginar, a cientos, de estaño y plomo. Su empresa trabaja con dos tipos de madera: roble de Francia y pino de Cuenca.

Afina el órgano de Les Arts

Olivia dice que es un 'bicho raro' en sus grupos de amigas. "Pero no por dedicarme a esto sino porque yo ya tenía trabajo con veinte años, y eso, por desgracia, es muy poco habitual. Pero también tengo muchas más responsabilidades", añade.

Mientras explica el funcionamiento, se sienta delante de la 'cadereta' -se llama así porque queda a la altura de la cadera-, pone las manos en el teclado y hace sonar algunas notas. "Tengo nociones de piano, pero los organeros no somos organistas. Es un instrumento que me gusta y que, aunque mucha gente no lo sabe, tiene tantos sonidos diferentes porque se creó como sustitución de toda una orquesta".

Aprovechando su estancia en València -llegó el 13 de septiembre y tenía previsto acabar el viernes-, la llamaron del Palau de les Arts para que afinara, antes de los ensayos y de las conciertos, el órgano que les alquiló su empresa para que fuera utilizado en el 'Réquiem' de Mozart que se estrenó el jueves. Después de València, donde estudió de más joven -violín en Velluters e Historia del Arte en la Universitat de València-, se irá a Alicante para trabajar en el órgano de la Concatedral.

Muchos quedan en desuso y, como todas las máquinas, es vital que funcionen regularmente. "El órgano no es un adorno y necesita que se toque. Por eso es importante que haya detrás un proyecto musical", explica esta mujer que asegura sentirse feliz trabajando en las iglesias. Es sobrina de un sacerdote y cuenta que nunca tiene miedo de meterse en un templo de noche, con casi todo a oscuras y en medio de un silencio sepulcral. Al contrario, aprovecha el privilegio que supone verlos sin nadie más alrededor, como le sucedió en la catedral de Sevilla, y disfruta de la paz que se respira en ese silencio espeso. Alguna vez ha sufrido una caída. "Pero nada grave", nos tranquiliza. Lo peor, dice, es el calor dentro de las iglesias. "Aquí estás a 28 grados y 80% de humedad. Y este mes es el peor de todos porque la piedra acumula todo el calor del verano y suda, y hace más calor dentro que fuera". 

A un lado del teclado hay un rudimentario espejo retrovisor. Olivia explica que es para que el organista pueda ver lo que pasa en el altar mayor y, así, ir controlando cómo va la liturgia y saber cuándo y qué tocar. Olivia dice que es una peculiaridad más de este instrumento tan especial que incluso se bendice cuando está acabado. "Se hace con una conversación entre el obispo y el instrumento. Y al final exclama: '¡Órgano, habla!'. Y entonces el órgano habla y comienza a sonar la música".

Olivia apura los días en una ciudad que conoce bien. La empresa tiene otros tres proyectos en espera: un órgano nuevo en Nantes, la restauración de otro en Jumilla (Murcia) y otro nuevo en Fuente Espalda (Murcia). Cuenta esto mientras se asoma al abismo desde el borde del órgano. Las fotos se las hace su hermana Estrella y esta se aprovecha. Le pide que suba, que baje, que quite un cable, que retire una escalera, que se siente en el borde... Y Olivia, que parece un enanito escalando por el cuerpo de un gigante, está encantada. Porque al final de este viaje, el órgano ha acabado siendo su gran amante.

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