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el callejero

El cirujano del rock

15/08/2021 - 

VALÈNCIA. Reina la paz en la urbanización La Paz. La casa de Luis Esteve está incrustada en una pinada de Gilet donde las ardillas saltan de rama en rama y las chicharras, a esa hora de la tarde, cantan a coro. Dentro, en lo que era el garaje, hay montado un taller de luthería donde, encima de un banco -en realidad la puerta blindada de donde vivía Luis en el Puerto de Sagunto-, hay destripada una Fender Stratocaster del 77. De la pared cuelgan todo tipo de limas, cuñas y punzones. Herramientas con las que devolverle la vida, con la pericia de un cirujano, a guitarras de toda índole. Sobre todo, eléctricas. Porque Luis, que fue músico en pequeñas bandas y que aún se deja crecer las uñas del pulgar y el índice, es el luthier del rock y tiene clientes por toda España.

Al lado hay otra habitación, más bien una sala, donde ha puesto música en el ordenador. Es uno de esos rincones de la casa donde se acumulan los recuerdos. Algunos están prendidos de las paredes. Son parte de su colección de guitarras. Desde la primera que hizo con sus manos, una 'metalera' con forma de estrella de tres puntas, hasta una guitarra española del siglo XIX. Junto al ordenador, un par de fotos: una en la que sale un joven Luis sujetando un lucio enorme y el retrato de un pastor alemán.

Luis sujeta las guitarras como quien coge a un niño. Las ha hecho con sus manos y en cierto modo son como sus hijas. Por eso agarra otra y la acaricia. Esta hecha de caoba y la tapa -la parte frontal- de dorado, "una madera muy singular que te da ese color natural que solo hay que lacar". El diapasón es de ébano y lleva incrustaciones de madre perla. Una joya con lo mejor de lo mejor. Al lado de esa hay otra con maderas más humildes pero quizá más valiosa en el recuerdo al ser el primer prototipo que hizo. El origen de su marca, la primera Lues (las dos primeras letras de su nombre y su apellido).

Llegó a Gilet en 1999. En ese chalet levantado en la ladera de una montaña encontró su sitio. Allí vació el garaje para montar su taller, donde se sienta delante de una guitarra y vuelan las horas con la música de fondo Fuera hay aparcada una despampanante Kawasaki verde eléctrico, una moto de gran cilindrada con la que le gusta relajarse. Gilet, casi sin pretenderlo, le dio una posición estratégica, pues está a tiro de Castellón, València y Teruel. Aunque también le visitan clientes de Cuenca, Murcia, Tarragona... Y profesionales, como Santi Campillo, el guitarrista de M Clan al que le ha hecho tres guitarras, de todo el país. Todos buscan su buena mano y la exclusividad que dan sus diseños, originales y únicos, y las maderas preciosas que utiliza.

De aprendiz en Formentera

Antes de esto trabajó en la construcción. "En realidad no es tan diferente: trabajas con las manos y herramientas. Cogí la época buena y gané dinero. Me iba muy bien". Hasta que llegó la crisis del ladrillo y la torre de la economía se vino abajo. "De repente me vi que no sabía hacia dónde tirar... La música solo era mi afición pero me gustaban las guitarras y mi círculo de amigos estaba formado fundamentalmente por músicos. Hacía mis cositas, pero nada más". Al ver que no salía nada, Luis, uno de tantos valencianos nacidos en La Cigüeña, en la Alameda de València, se marchó a Francia para visitar y pasar un tiempo con la familia que vivía en La Rochelle. Por las noches iba en busca de 'jam sessions' y conciertos e iba conociendo a los músicos de la región. Así fue como entabló amistad con un joven luthier que despertó la idea de dedicarse a reparar instrumentos. "Le miraba mientras trabajaba y veía que yo era capaz de hacer eso", recuerda. Al año volvió a España y, al comentarle eso a los amigos, le animaron a dar el paso porque tenía paciencia y habilidad con las manos. Pero antes, en 2009, se fue a ver un luthier alemán que vivía en Formentera. Luis se hospedó en la mítica Fonda Pepe, en Sant Ferran, y cada día iba a a aprender aspectos básicos de la profesión de la mano de Ekkerhard Hoffmann, un hombre que tiene un negocio para turistas que consiste en enseñarles, de aquella manera, a montar una guitarra mientras se ríen y beben licor de hierbas. "Estuve pasando ocho o diez horas al día en su taller durante un mes. Al volver ya sabía cómo empezar y me lancé. Crecí gracias a que cogí lo que me traían mis clientes porque nadie más se atrevía a repararlo. Lo arreglaba, la gente se iba contenta y se corría la voz".

La conversación se ha trasladado al salón de su casa, una planta por debajo. El lugar, bajo unos techos altísimos, es muy agradable. Corre el aire y no hace calor. Luis nos pregunta varias veces qué queremos tomar. Le decimos que un vaso de agua fresca. Pero él insiste en si no preferimos un refresco o una cerveza. Al final cedemos y le pedimos una Coca-Cola. Entonces va a la nevera, sirve dos vasos de agua y vuelve al salón. En una pared hay otra guitarra. Es totalmente metálica. La coge y la puntea para demostrar cómo suena. Tiene buena mano. Aunque se le da mejorar reparar o crear guitarras. Muchas veces le llegan casos perdidos, gente que, después de morir su padre, recupera la guitarra que tocaba y ve que está destrozada. Vencidos por la añoranza, se la llevan y le suplican que la arregle, que desean conservar ese recuerdo paterno que les transporta hasta la infancia. "El día que, después de mucho trabajo, se la devuelves en perfecto estado, se emocionan y lloran. Eso es muy bonito. Devuelves a la vida instrumentos que piensan que nunca más van a volver a tocar. Pero casi todo tiene arreglo. El problema es que a veces tienen que decidir si les compensa o no, porque por el precio de la reparación se podrían comprar dos o tres guitarras. Pero muchos solo quieren esa y están dispuestos a pagar lo que sea por recuperarla", advierte.

El anillo de Keith Richards

De repente se escucha a un loro. Luis tiene en la terraza dos loros grises de cola roja dentro de una jaula enorme. Uno nos mira con desconfianza. El otro nos saluda: "Hola". El balcón da a una pinada acotada por una valla. Luis cuenta que hace poco un corzo la saltó y se quedó encerrado en su parcela. Desesperado de ver que no podía salir, se estampaba contra la malla una y otra vez. Hasta que el luthier le abrió la puerta y puedo escaparse.

Un día se encaprichó e hizo su primera guitarra con madera de arce rizado. Luego un amigo le encargó la primera y se llevó la Lues con número de serie 001. Nunca ha cobrado más de 3.600 euros por una. Aunque no manufacture más que una o dos cada año. En 2020 hizo tres. Este año solo lleva una. "Solo fabrico por encargo porque no me resulta rentable. Yo utilizo los mejores materiales y son muy caros. Para ser fabricante tienes que convertirte en industrial y dejar de ser artesano. O tener un nombre y vender cada guitarra por cuatro mil euros. Pero yo soy un artesano. A mí me gusta hacer las cosas con mis manos yo solo en el taller. Que no me falte para mis gastos. No aspiro a más".

Luis, que tiene 51 años, parece el guitarrista de una banda de rock. Media melena, pantalones cortos, camiseta de los Stones y un anillo con una calavera. "Es de plata y me lo hizo un amigo guitarrista hace muchos años. Ahora está de moda y parece más normal, pero cuando yo empecé a llevarlo no lo era. El mío es una copia de uno que llevaba Keith Richards (el guitarrista de los Rolling Stones)".

Una de sus obsesiones es la madera. Compra lo mejor de lo mejor. "Tengo la suerte de que en nuestra comunidad, por la industria del mueble, están los mejores importadores de madera de Europa. Hay almacenes que suministran maderas preciosas a los mayores fabricantes del mundo. Yo las que más uso son caoba, ébano, arce de muchos tipos, fresno, aliso, palo santo...Tengo un stock que no me lo acabaré". Es nombrar la madera y salir disparado con una banqueta para bajar de arriba de unos armarios varias tablas de diferentes materiales: tres tipos de palo santo y ébano de Camerún, una rareza. "Es una de las maderas más densas del planeta. Pesa tanto que no flota. Es casi como un metal. Por eso digo que la madera sí tiene importancia en las guitarras eléctricas. Más en una guitarra clásica o española, por supuesto, pero aquí también es importante". Luego saca un tablón de dorado, que además de tener un llamativo color amarillento desprende un aroma muy agradable cuando lo lijas. El polvo que cae parece oro y huele tan bien que se utiliza para elaborar perfumes. "Es del sur de México y es casi imposible de encontrar", explica mientras le pasa papel de lija por un borde y el garaje se llena de su fragancia. En una esquina hay una cabina. Dentro, colgada como un jamón en un secadero, hay una guitarra recién pintada. Es uno de sus últimos trabajos. Aunque en el banco, en esa antigua puerta forrada de goma, sigue esa Stratocaster desmontada, a la espera de que Luis vuelva a quedarse solo. Entonces subirá la música hard rock que está sonando, encenderá el flexo que envuelve todo de luz amarilla y retomará el soldador para seguir su vida rodeado de guitarras.

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