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el callejero

Con Francisco se armó el belén

Foto: EDUARDO MANZANA
19/12/2021 - 

VALÈNCIA. Francisco Gutiérrez es un hombre seco que no regala las sonrisas. Al sacristán de la Basílica Menor de San Vicente Ferrer, lo que se conoce como la iglesia de los Dominicos, no le gustan las visitas, la gente que entra a fisgonear o a hacer preguntas. Y es de esa clase de entrevistados que empiezan la conversación diciendo que no entiende qué interés puede tener alguien como él y que luego hay que cortarle para conseguir acabar. A Francisco le cayó, casi que por herencia, la faena de montar el belén y, aunque se le hace bola el proceso, cuando al final lo concluye, lo contempla completo y entonces le suele abordar un puntito de orgullo. Y eso que el belén ya no es lo que era, un montaje enorme con más de diez escenas que durante décadas preparó con esmero fray Emilio.

A los Dominicos, a la basílica y al convento, llegó gracias a su mujer, que es una beata de misa diaria y se enteró, en una de sus frecuentes visitas al templo, de que estaban buscando a un sacristán. Francisco, que estaba en el paro y necesitaba un sueldo, entró en septiembre de 2017. Los dos primeros años montó el belén con la ayuda de fray Cosme, pero el año pasado y este ya es cosa suya. Tuvo que buscarse la vida porque él no es uno de esos hombres hábiles con el bricolaje y antes de colocar las piezas hay que armar la estructura.

Antes, cuando el belén colosal de fray Emilio, las escenas se montaban en la capilla de Santo Domingo, en un espacio mucho más grande, con casi 40 metros cuadrados, pero Francisco dijo que él no se atrevía con tanto y que iba a hacer un nacimiento más modesto, aunque muy digno, en la vecina capilla de Santo Tomás de Aquino, con unos 15 metros cuadrados. 

Francisco, que parece sacado de un cuadro del Greco, no es religioso sino una especie de conserje que atiende a la gente. Y entre sus funciones, a final de año, está la de componer el belén de los Dominicos dentro de ese edificio de estilo neogótico que acaba de celebrar su centenario -se construyó entre 1906 y 1921-. El primer año le costó más de tres semanas y casi se le echa encima la Nochebuena. Se nota que le da miedo que parezca un montaje sencillo y rápidamente cuenta que el río y el lago lo complican mucho, como la estructura, y que lo de menos es dónde coloques el casi centenar de figuras de diferentes tamaños que permiten jugar con la perspectiva. Su primer belén lo aguantó hasta la Candelaria, a primeros de febrero, pero los otros años ya lo desmontó después de Reyes.

La impaciencia de los feligreses

El sacristán se esfuerza en aclarar que, a pesar de las creencias populares, no hay unos plazos fijos. Y que mucha gente puede sacar el belén el día de la Constitución, "pero no es obligatorio". Poco a poco se va soltando y Francisco, que va vestido muy formal, con camisa blanca, unos chinos y unos zapatos relucientes, esboza hasta alguna sonrisa que se borra en cuanto recuerda a los impacientes. "Es que hay mucho feligreses que entran ya preguntando por el belén y eso me pone negro. Yo tengo un horario en el que tengo que atender a la gente y no puedo estar con lo otro, pero muchos no lo entienden, y eso me da mucho coraje". 

A pesar de ese aspecto tan serio y su poca correa, se nota que a Francisco le gustan las tradiciones, y se enternece recordando cuando sus hijos eran pequeños y montaban un belén que no estaba nada mal. Pero hoy ya son adultos -tienen 29 y 23 años- y ya no se juntan para montar juntos la escena. "Me gusta la Navidad desde pequeño, aquellos tiempos en los que mi abuela se preocupaba por hacer una piña con la familia". 

Francisco explica todo eso junto al soporte, a un metro de altura, que ha montado en la capilla, al lado de una ranura para dejar limosnas y bajo una figura de madera de Santo Tomás de Aquino. Entonces se gira hacia su alrededor y muestra los puntos del templo donde aún domina el mármol, como el púlpito, el Rosario y el altar, "que es muy original, de mármol traslúcido". Se le nota cómodo en ese enorme crucero. "Vivo muy cerca de aquí y vendo andando cada día. Es un templo muy silencioso y eso me gusta. Este es un trabajo relajado y tranquilo, algunos días demasiado". 

El sacristán se va soltando y hasta se atreve a contar un pequeño 'pecado' que cometió tiempo atrás, cuando, en un despiste, programó dos bodas para el mismo día. "Fue un error de principiante, pero por suerte me di cuenta cuatro meses antes y lo pude arreglar poniéndolas en dos horas diferentes". Se nota que aprecia el empleo, que a su edad, 59 años, ha tenido suerte encontrando algo así. Atrás quedaron años más frenéticos en la empresa familiar de cinturones de piel, que acabó hundiéndose. Y después en una de artes gráficas con su esposa. Hasta que llegó la crisis y en 2012, con 50 años, se quedó en el paro. "Ahora estoy bien y me pagan religiosamente", añade sin darse cuenta de que ha hecho un chiste.

El origen del templo

Ahora hay menos trabajo porque el convento está cerrado. Dice que lo van a reformar. En estos cuatro años se ha ido empapando de la cultura y la historia de los Dominicos. "Cuando se levantó el templo, todo esto eran solares. Estaba empezando el Ensanche y detrás solo había huerta. Por eso se tomó la decisión, que hoy es vista como un error, de hacer la entrada por Cirilo Amorós, para que estuviera mirando al centro de la ciudad, mientras que la fachada mirando a la Gran Vía hubiera sido espectacular". Los cien años no han pasado en balde y entre las termitas y las humedades, la iglesia está algo desmejorada. Bajo el suelo, por vía subterránea, hay algunos pasadizos que conectan con el colegio, que también es de los Dominicos pero que históricamente han vivido de espaldas. Francisco no estudió en este colegio. Él fue a San Pedro Pascual y luego a Guillem Tatay. 

Mira el reloj y cae en la cuenta de que queda poco para abrir las puertas. No tardarán en irrumpir los curiosos que entorpezcan el montaje del belén. Pero está convencido de que lo tendrá acabado en un par de días y que entonces, con todas las escenas terminadas, lo mirará con una media sonrisa y hasta agradecerá algunas palabras de elogio de los feligreses que, como llevan haciendo desde hace lustros, acuden a los Dominicos a ver el belén, que ya no es el de fray Emilio sino el de Francisco el sacristán.

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