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Daniel Lorenzo, un apasionado de los viajes y las personas

Daniel Lorenzo, director regional Randstad en la zona de Levante y Andalucía, es un madrileño de nacimiento, pero valenciano de corazón, lleva más de tres lustros en nuestra tierra que ya siente como suya.

8/08/2021 - 

VALÈNCIA. ¿Cómo recuerdas los veranos de tu niñez?

Pues recuerdo tres lugares: campamento de verano con scouts, en plena naturaleza, en las lagunas de Ruidera, Peñalara, casi todos en la sierra de Madrid que es donde yo vivía. Prácticamente desde los 7 hasta los 15 años realicé estas actividades, y todo ello me ha servido para ser extrovertido y apreciar la naturaleza. El otro sitio era la playa de San Juan en Alicante, donde mis padres tenían una casa en los apartamentos Aitana, recuerdo aquellas siestas obligadas, mi padre se volvía a Madrid a trabajar y nos quedábamos con mi madre. Y el tercer lugar, el pueblo de mi padre en Badajoz, que se llama Zahínos. Aquí íbamos a una casa familiar muy grande, donde todos nos conocíamos, mi abuelo Don Pedro era el médico, los recuerdos son casi como de otro tiempo, la feria del pueblo, nos encontrábamos todos los primos, recuerdo el calor brutal de Extremadura en verano.

Veranos muy tradicionales, cuando llega la adolescencia ¿seguías con esos veraneos tan familiares?

 Sí, aunque varios veranos hice el Interrail, recorriendo ciudades de Europa, conociendo otros lugares. A mi me gusta mucho la gastronomía y la cultura, y aunque eran viajes cansados, me lo pasaba muy bien. Un año me fui con unos amigos en coche y con una tienda de campaña y nos instalamos en lugares maravillosos, como en Venecia que elegimos un lugar precioso, pero nos sorprendió un vendaval. También visitamos ciudades como Zurich o Ginebra.

Daniel Lorenzo en la playa de San Juan, Alicante.

Cuando llega la Universidad, ¿cómo recuerdas esos veranos?

Comencé a hacer viajes, tanto en pareja como con amigos, a diferentes destinos como Tailandia, México, Nueva York o Islandia. Este último destino para mi fue uno de los más divertidos, alquilamos un coche y realizamos la ring road (carretera del anillo), íbamos a hostales para jóvenes para que fuera más económico y además conocías a gente de muchos países. Hicimos excursión por los glaciares, me acuerdo de que en un prado nos encontramos a unos niños jugando a futbol y acabamos con ellos, como buenos españoles, jugando también.

Eres una persona muy viajera, tus veranos te han llevado a conocer medio mundo, ¿pero conoces bien España?

No todo lo que me gustaría, pero he realizado dos veces el Camino de Santiago, tanto la ruta francesa, la más popular, como la vía de la Plata por Andalucía, Extremadura, Castilla y León y es muy bonito porque vas en muchos momentos por la calzada romana. Descubres pueblos muy pintorescos, recuerdo uno muy pequeño donde no encontramos ni lugar donde cenar y acabamos todos juntos en el albergue, invitados por el párroco local y donde se creó un clima muy fraterno. Esas noches de verano donde se habla de lo humano y lo divino son realmente fascinantes. También coincidimos con un grupo que estaba haciendo el camino a caballo, que es una forma preciosa de hacerlo.

Daniel Lorenzo junto a su mujer en el Lago di Como.

Cuando empiezas a trabajar, ¿cómo son tus veranos?  

La verdad es que llevo toda la vida en la misma empresa, Randstad, cuando empecé era una empresa más pequeña en España. Como muchos saben, es una empresa multinacional holandesa y de ahí que su fundador creó un proyecto para generar empleo que es la construcción de un barco, en concreto un clipper, un barco con el que los holandeses hacían la ruta de las especias. Justo al empezar a trabajar, algunos veranos realizamos viajes profesionales con clientes en este tipo de barco, guardo unos gratos recuerdos de los recorridos, por ejemplo, un año fuimos de Barcelona a Baleares, cenamos en Formentera y volvimos a Valencia. 

Hace más de quince años que llegas a Valencia, ¿sigues viajando o te adaptas a un veraneo mediterráneo?

Me decanto por la segunda opción, desde que vivo aquí casi todos los veranos realizamos un viaje el grupo de amigos a Formentera, normalmente en un barco, recorremos toda la isla con sus increíbles calas y lugares donde disfrutar. Me gusta mucho el snorkel y el submarinismo, lo practico en verano y me genera una sensación increíble de paz, cuando sientes tu respiración flotando en el agua y apreciando la increíble belleza de los fondos marinos.

Daniel Lorenzo en un viaje por Thailandia y Birmania con la tribu de mujeres jirafa.

Veo que has disfrutado mucho los veranos con gran libertad, ¿la familia ha significado un replanteamiento a la hora de programar un verano?  

Sí, pero de todos modos a mi mujer y a mí nos encanta viajar, por lo que hemos seguido conociendo lugares maravillosos, recuerdo con gran cariño un viaje al norte de Italia, pudimos practicar esquí acuático en el Lago di Como, un lugar de gran belleza. También hemos hecho un safari en Tanzania, la sensación de convivir con animales, dormir en medio de la selva es verdaderamente sobrecogedora, sobre todo para quienes vivimos habitualmente en una ciudad.

Con tanto viaje, no sé si preguntarte cómo es un día de verano ideal para ti. 

En los últimos años con mi familia vamos a Moraira, me encanta estar allí unos días con mi mujer y mis hijos. Nos bajamos a la playa, luego nos damos un baño en la piscina, descansamos mucho, las siestas de verano son maravillosas, luego solemos dar un paseo y cenar por ahí. Y una cosa que siempre hago es jugar a tenis, mi deporte preferido, de hecho, he realizado varios viajes a ver torneos como Roland Garros, el Masters de Roma, o el Conde de Godó.

Daniel con compañeros de trabajo en el Clipper de Randstad.

Olores, sabores, colores de verano. 

Sin duda alguna el sabor del gazpacho desde pequeño cuando veraneaba en Extremadura, en cuanto a colores el azul turquesa, me apasiona navegar y recordar esas aguas cristalinas de lugares tan distintos y bellos como las Islas Baleares, Cuba, Maldivas o el Algarve. Respecto a olores que me recuerden a verano, tengo familia en Málaga y siempre me gusta el olor de los espetos o sardinas ensartadas en los chiringuitos de la playa. Y también el de crema solar, sobre todo cuando de pequeño tu madre te untaba para protegerte del sol.

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