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el tintero / OPINIÓN

Dicen que la distancia es el olvido

Foto: ÁLVARO BALLESTEROS/EP

Los españoles, tan alegres y divertidos y también tan desagradecidos. La visita de Juan Carlos I, pese a su carácter privado ha sido motivo de una (creo yo) excesiva exposición mediática y los detractores de la monarquía y de España no han desaprovechado la ocasión.

25/05/2022 - 

El Rey Juan Carlos I, al que todos llamamos emérito porque sigue siendo rey pero abdicó en su hijo, sucesor y actual Rey Felipe VI, es probablemente una de las personalidades más relevantes de la historia de España en el siglo XX, no sólo por ser durante casi cuatro décadas el Jefe del Estado, lo cual sería motivo de sobra para su relevancia histórica, sino porque fue el jefe del Estado que sucedió a Francisco Franco, Caudillo de España como heredero “a título de rey” para instaurar otro régimen político distinto, fue quien pilotó y ejecutó una Transición modélica en España. Por supuesto que su pueden analizar errores y hechos criticables, pero sería faltar a la verdad negar que la Transición española, con el clásico “de la ley a la ley”, fue un cambio total pasando de un modelo político a otro de manera pacífica (salvo por el terrorismo de ETA que nos acompañó durante décadas).

Juan Carlos I Rey

La figura de un jefe de estado tiene una gran complejidad como para analizarla de manera simple y como si de un ciudadano anónimo habláramos, por lo tanto, se puede hablar de varias facetas, especialmente separando la pública o institucional y la privada o personal. Como casi todo el mundo que tiene cargos de relevancia pública, es muy delicado valorar sus hechos en virtud de su comportamiento particular o privador. El Rey como jefe del Estado se enfrentó a una España que realizó una metamorfosis social, política y militar entre los 70 y los 80, no creo que fuera un escenario sencillo y él logró aunar voluntades, probablemente por uno de los rasgos más destacados de su carácter: su campechanía.

La relación del Rey con los líderes políticos, sindicales, empresariales y sociales en los años donde había que pactar todo y por supuesto la norma fundamental, la Constitución, fue clave para alcanzar acuerdos, suavizar posturas, buscar alianzas y asentar una nueva democracia. El momento más delicado por el miedo a que los avances hubieran sido inútiles se dio la noche del 23F con el intento de golpe de Estado, ahí Juan Carlos I salió en defensa del orden constitucional que garantizaba la democracia y la libertad. Este simple hecho, merece ser recordado y reconocido, pero una vez más, los españoles pecamos de desagradecidos. Quizá recordamos y nos emocionamos con el gol que marcó Iniesta para ganar un mundial de futbol, pero actos como el del 23F casi nos lo tomamos a guasa.

Juan Carlos de Borbón, persona

La vertiente humana, personal, privada (aunque un rey poca privacidad puede tener) es la que hay que valorar de manera distinta, pues todos somos fruto de una familia, una educación y unas circunstancias vitales. Y no todos hemos nacido para alcanzar la perfección o la santidad, por lo tanto, sus errores o pecados posiblemente no distan de los de muchas otras personas. No soy quién para juzgarlos ni los conozco con detalle, pero me parece un ejercicio de maldad gratuita el buscar en sus escarceos o sus aficiones, juicios de valor para atacar su legado y su labor como monarca. Cuando además no hay, y la justicia lo corrobora, nada ilegal que reprochar.

El pueblo español tiene dos características que nos corroen como un ácido interno: la envidia y la picaresca. Son consustanciales a nuestra esencia patria, pero debemos mantenerlas en índices bajos para que no acaben nublándonos la vista. Somos muy dados a acusar al prójimo de aquellos errores en los que uno mismo cae a menudo, siempre considerando que el otro tiene mayor culpa. Tanto ha funcionado esta presión que Juan Carlos I no solo abdicó en su hijo, sino que hace dos años que reside fuera de su país.

La distancia y el surrealismo

Como dice la letra del famoso bolero, es cierto, que la distancia es el olvido, pero la vuelta durante unos días del que fue Rey de España durante casi cuarenta años nos trajo el recuerdo a los odiadores profesionales que habitan en la política y la prensa española. Curiosamente, las críticas y los ataques más crueles han venido por parte de personajes siniestros que por currículum, trayectoria pública y declaraciones pueden provocar el bochorno más absoluto a cualquier persona medianamente preparada y sensata. Vivimos, demasiado tiempo ya, en una distopía constante. Los peores, los que odian la historia de España y su identidad, los que con sus decisiones políticas llevan a la ruina a millones de españoles, se alzan en defensores de la moralidad y critican a un español que junto a una generación trajeron paz, democracia y prosperidad.

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