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La encrucijada / OPINIÓN

La pandemia del trumpismo

1/09/2020 - 

VALÈNCIA. Durante las últimas semanas se han celebrado en EEUU las convenciones demócrata y republicana. Distinguir una de otra no precisaba de conocimientos de inglés. Bastaba con observar si los protagonistas utilizaban o no la mascarilla como medio de prevención ante la covid 19. Los partidarios de Joe Biden mostraban que la elección de un candidato demócrata a la presidencia de EEUU era perfectamente compatible con el respeto a la salud propia y de los demás. Los incondicionales de Donald Trump, por el contrario, hacían ostentación de su desprecio hacia las recomendaciones sanitarias, su negacionismo de todo aquello que no les agrada, su bravuconería de gomaespuma.

Aunque el momento que estamos viviendo dirige nuestra atención hacia otros asuntos más cercanos, conviene recordar que estamos a poco más de dos meses de las elecciones estadounidenses. Trump ha mostrado, desde su toma de posesión en 2017, que los peligros de nuestro tiempo han abierto una nueva frontera. Que los instrumentos democráticos no se encuentran prevenidos contra su vaciamiento y perversión ni siquiera en un sistema político tan prolongado y arraigado como el americano. Que la razón de la responsabilidad, de la convicción o de la decencia básica han encontrado en algunos un sustitutivo simple basado en el poder del dinero y el control de la comunicación como forma de acceder a la parasitación de las decisiones y los presupuestos públicos.

No parece exagerado afirmar que, en la historia de la existencia humana, jamás hemos acumulado tanta educación y cultura como ahora. Justo en estas circunstancias, se aprecia la paradójica irrupción de un bárbaro primitivismo que concede valor social a la negación de la covid 19 y del cambio climático, ignorando el valor de la evidencia científica. Que ataca los acuerdos multilaterales, asumiendo que el aislamiento constituye la principal opción de las relaciones internacionales, sin atender a su incompatibilidad con un mundo pacífico, cooperador y atento a la compartición justa de la prosperidad. Una razón primitiva de hacer y actuar que excita la polarización social y la confrontación ciudadana; que conduce al embrutecimiento de la desigualdad como patrón de organización socioeconómica y a la persistencia de la raza o la procedencia geográfica como factores de estigmatización. Una forma salvaje de vivir el día a día, con la fuerza y la intimidación como argumentos últimos.

Este modelo de regreso al pasado es el que Trump ha enaltecido, difundido e intentado fomentar, tanto dentro como desde fuera de las fronteras estadounidenses. La proyección en Europa del trumpismo la asumió su estratega de cabecera, Stephen Bannon, quien incluso quiso fijar en Bruselas una cabecera de puente desde la que extender su credo al resto de la Unión. 

Ahora, Bannon espera a ser juzgado por la ilegal apropiación de fondos de una entidad creada para recoger aportaciones privadas que financiasen la construcción del muro con Méjico. Ha demostrado que su ideología se ciñe a la propia del parásito social que combina el aventurismo con la búsqueda de un nicho de relato e imagen que le proporcione rango social. Forma parte de una de las familias que integran el trumpismo ya que éste, aunque en ocasiones se contemple como una masa ideológica uniforme, es más bien un conglomerado morfológicamente plural, integrador de distintos intereses materiales y diversas conexiones de emociones grupales. De hecho, la disparidad de objetivos acompaña a estas agrupaciones de negacionistas, libertarios, racistas, oportunistas y especuladores, nacionalistas extremos, fundamentalistas, adversarios de los derechos de la mujer, homófobos y otros especímenes de la derecha extrema. 

Una amalgama de visceralidades e intereses que se unen en la calle, aunque manteniendo de momento su mutua independencia. Una coalición implícita en la que, a diferencia de los fascismos del siglo XX, no aparece subrayado el papel del Estado como organizador social y poder totalizante. Algo que no constituye probablemente una casualidad, ya que el trumpismo y sus socios buscan bucear en la fragmentación social y no en un encuadramiento totalitario que restaría alguna adhesión al anterior coctel y complicaría su manipulación cuando, lo que se persigue, es hallar y profundizar en nuevas causas de división social. Dividir como forma de ganar.

Foto: Niyi Fote /TheNEWS2 via ZUMA Wire

 Una fragmentación que irrumpe contra la creación de masas con objetivos homogéneos nucleados en torno a la democratización y el fortalecimiento simultáneo de los derechos individuales y sociales. Una división social acompañada de la manipulación de los propios simpatizantes mediante lemas genéricos que no guardan ningún compromiso concreto: sólo significantes vacíos, propios del lenguaje populista, que anclan la alienación y el delirio hasta el punto de hacer de la mentira, e incluso de la fuerza, un lenguaje respetable y rutinario.

La funcionalidad para el trumpismo de la expansión de la anomia social encuentra ahora un refuerzo posible en la reacción que la ciudadanía europea muestre ante la evolución de la covid 19. Lo que Bannon no ha logrado, puede facilitarlo el cansancio que producen las sucesivas medidas dirigidas a combatir la pandemia, el desgaste causado por el regreso de restricciones aparentemente superadas, la dispersión de posiciones en torno a lo que resulta eficaz para combatir el contagio y la autopercepción generacional sobre la intensidad del peligro. En la Comunitat Valenciana, como en otros lugares, el gobierno autonómico tiene ante sí algo más que un problema sanitario. Aunque nos suene lejana, también aquí la confrontación entre los valores comunitarios y las pretensiones radicalmente individualistas disponen de su propio terreno de juego.

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