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Educar en la desconfianza y la vigilancia

Foto: TIMA MIROSHNICHENKO/PEXELS
29/09/2022 - 

Permítanme empezar por la conclusión: la educación española es un sistema basado en la desconfianza y en la vigilancia, lo que tiene como consecuencia que los estudiantes tardan más en alcanzar la madurez. Desconfianza y vigilancia de los adultos hacia los estudiantes, de las familias hacia los centros educativos y, como consecuencia, de las directivas hacia sus profesores. Lo que incluso puede acabar en represión e incluso censura.

Intentaré explicarme. Para ello empezaré con dos escenas bastante habituales en los centros escolares de Secundaria, que es donde trabajo, aunque creo que es extrapolable a Primaria:

En la primera escena nos encontramos a un profesor yendo por los pasillos detrás de un alumno para recordarle, por tercera vez, que tiene que hacer el examen que no hizo cuando estaba enfermo. El alumno tiene, por ejemplo, quince años. En la segunda, una madre pide a la profesora que apunte en la agenda de su hija las tareas para casa. Porque es un desastre y se le olvida apuntar las cosas, dice. Segundos después explica a la profesora, tal vez para demostrar lo que se preocupa por la educación de su hija, que tiene el whatsapp de una compañera de clase y a veces le pregunta los deberes. Es que la niña es muy despistada, insiste. Pongamos que, la niña, tiene catorce años.

El denominador común de ambas actitudes es la desconfianza en el alumnado. La idea de que los adolescentes son inmaduros e incapaces de hacer las cosas sin la ayuda adulta. Con la mejor voluntad, tutores y educadores ponen la zancadilla a la autonomía de los adolescentes. Porque un profesor que recuerda mil veces a un alumno que debe hacer un examen solo consigue que ese alumno se confíe y delegue la responsabilidad en el profesor. Exactamente igual que un padre/madre que pide al profesorado que organice la agenda de su hijo no le permite a este actuar de forma independiente. Todo queda delegado en otros. El adolescente es tratado habitualmente como un niño pequeño que no se vale por sí mismo y necesita la ayuda adulta. La vigilancia adulta porque si no va a fallar. Una desconfianza que ellos asumen minando su propia confianza: si no me ayudan, fallaré.

Foto: KATERINA HOLMES/PEXELS

Un ejemplo que puede ayudar a comprender lo que digo: el GPS es una gran herramienta para llegar a los sitios, pero si siempre usamos el GPS aprendemos mucho más lento a orientarnos. Si solo seguimos órdenes (recto, gira aquí, ve allá) la concentración es baja y es posible que nunca conozcamos realmente cómo llegar solos al destino. Y eso mismo pasa con los estudiantes españoles. Nos empeñamos en ponérselo tan fácil a los alumnos que les escamoteamos la posibilidad de aprender a hacer las cosas de verdad, por sí mismos. Los hacemos dependientes de nosotros, de nuestro sigue recto y gira a la derecha, y no les permitimos ser autónomos. Independizarse.

Vamos ahora con otras dos escenas rutinarias en un centro escolar donde intentaré mostrar que el problema no se queda ahí: 

En la primera, vemos a un padre pidiendo ver el examen de su hijo (o enviando al profesor/a de repaso) porque no se fía del criterio del docente, e incluso debatiendo con él las respuestas (y por tanto la calificación) de alguna pregunta. En la otra escena nos encontramos a la directiva del centro escolar censurando una charla sobre transexualidad, por ejemplo. Supervisando cada foto y texto que se sube a las redes sociales del centro e incluso censurando la viñeta humorística que un grupo de alumnas feministas ha puesto en la revista del centro donde se lee “NI VÍRGENES NI PUTAS”. ¿Por qué? Porque hay una palabra malsonante: “puta” y tienen miedo a las reacción (y demandas) de las familias. Un clima de vigilancia que obliga a profesores a autocensurarse y a las directivas a ejercer un horrible papel de censores, lo que acaba creando grietas en la comunidad educativa.

En este caso, como vemos, la desconfianza no es hacia los alumnos sino hacia el profesorado. Los padres desconfían de la labor docente. Yo mismo me he encontrado con padres/madres que me han explicado cómo debo dar la clase y me han explicado ciertos límites que no debo pasar: no hables nunca de religión, me han dicho. No deberías hablar de política, me han dicho. ¿Por qué haces un debate sobre el aborto en clase? Esto sonará a broma, pero incluso me han dicho que no hable de Darwin porque es una gran mentira y confunde a los adolescentes.

Foto: JORGE GIL/EP

La derecha de este país se ha encargado de poner en entredicho a los profesores y ha conseguido acabar con su prestigio social. Hoy día, al contrario de lo que ocurre en casi todos los países, maestros y profesores no son percibidos como una pieza importante (los que educan a las nuevas generaciones) sino como unos aprovechados inútiles a los que han dado un “chiringuito”, como se suele decir. Esta idea, unida a la ultraprotección de los padres que a veces acaba en quejas y demandas hacia centros y profesores (mi hijo se ha traumatizado por lo que dijiste, se ha escapado del centro y no lo vigilaste, se estresa por tus exámenes…) acaba convirtiéndose en autocensura o directamente censura por parte de la directiva de la mayoría los centros. Para evitar problemas con las familias hacen menos excursiones, menos actividades transgresoras y, en conclusión, en lugar de educar en el debate y la controversia, se limitan a tener un perfil bajo en el que nada debe ofender ni molestar. O sea, un perfil antieducativo. Un perfil blandito que va en contra de la verdadera labor del docente, que es hacer preguntas para que el alumnado encuentre sus respuestas, lo que nunca elude el debate. Al contrario. Porque las opiniones se forman con la confrontación (pacífica, claro) de ideas. Y los límites solo se aprenden acercándose a ellos. Porque educar es también enseñar que hay gente diferente con opiniones diferentes. Y generar tu opinión personal tanto esgrimiendo unos argumentos como luchando contra otros. Educar no es evitar los temas polémicos sino ir hacia ellos de frente y enseñar a resolverlos. Educar es crear gente con convicciones propias y herramientas para salir de cualquier situación. Gente madura que puede enfrentarse a la vida.

 Escamotearles todos los conflictos es mantenerlos inmaduros.

Acabo de volver de un viaje Erasmus+ para observar el sistema educativo sueco. No me gusta excesivamente el sistema educativo de este país, basado en la competitividad neoliberal y en los rankings (cuando todo se basa en números, los números acaban siendo más importantes que los alumnos) pero sí me gusta la confianza con la que tratan a los estudiantes. Todos los adolescentes suecos son conscientes de por qué estudian (para tener un futuro mejor) y que el papel de los profesores es el de ayudarles a conseguir sus metas. No los ven como policías vigilantes, ni como padres protectores ni como directivos a los que deben obedecer porque sí. Los ven como aquellos que pueden ayudarlos a ir a la Universidad y/o conseguir un trabajo. Trabajan en su equipo, no en el rival. También los padres tienen esa percepción y se fían de los profesores. Es más, les agradecen su trabajo. Un pequeño ejemplo bastante elocuente: En Suecia los horarios de los alumnos tienen muchos huecos libres. O mejor deberíamos decir sin clases. Son horas que dedican a trabajar en proyectos, estudiar, hacer actividades. De forma autónoma en espacios comunes que hay por los centros educativos, buscando al profesor para que les ayude o explique algo cuando lo ven necesario. O sea, los estudiantes llevan las riendas de su propio aprendizaje y se organizan a su manera.

Foto: PIXABAY

En España, sin embargo, entre la sobreprotección de los adolescentes y la desconfianza en el profesorado que se siente vigilado e intenta mantener por ello un perfil bajo, nuestros niños tardan en crecer y en hacerse responsables y autónomos. En mi opinión, este sistema es herencia del concepto de familia mediterránea, con la mamma protectora a la cabeza, y del catolicismo donde los sacerdotes siempre median entre el creyente y Dios (como muestra, el sacramento de la Confesión)? El individualismo y el protestantismo del norte de Europa tienen una noción mucho más autónoma del individuo que ni debe ser protegido hasta la tontuna por la familia ni necesita mediadores para hablar con Dios o hacer los deberes. Allí creen que cada cual alcanzará sus metas según su esfuerzo personal. Y esto es lo mejor (individuos autónomos y maduros) y lo peor (competitividad neoliberal entre centros educativos) de su sistema.

(Si a alguien le interesa, este artículo es el articulo que escribí tras mi visita a los centros educativos islandeses. En él ahondo en la comparativa entre la educación del norte de Europa y de España: https://valenciaplaza.com/un-sistema-carcelario-para-ninos-dependientes)

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