Los comunistas ya urden un nuevo camelo para engatusar al electorado. Con Podemos amortizado, fían su suerte electoral a la vicepresidenta Yolanda Díaz, la del prestigio inexplicable. Su frente peronista es el último conejo de la chistera de una izquierda que teme perder el poder
Los medios del Régimen celebran el nacimiento de una estrella de la política nacional. Se llama Yolanda Díaz, es gallega, tiene 50 años y ocupa la vicepresidencia segunda del Gobierno y la cartera de Trabajo. Se dio a conocer como monologuista al gran público en aquellas semanas aciagas del encierro ilegal, cuando por la tele explicaba, de manera un tanto confusa, lo que era un ERTE a una audiencia aterrorizada por el virus.
Sostienen los medios del Régimen que esta abogada laboralista es la última esperanza de la izquierda, y ya van… Su mayor mérito es que no insulta ni pone cara de vinagre como su predecesor, el Ceaucescu madrileño. Además de muy trabajadora, es amable, viste primorosamente, se inventa másteres, está siempre atenta “a escuchar a la ciudadanía” y demuestra unos conocimientos muy innovadores, diría que casi revolucionarios, sobre el español. Suyos son neologismos como “matria” y “autoridadas”, que habrán sido muy comentados en el pleno de la RAE de los jueves.
En fin, reúne todo lo que hay que tener para ser una política inclusiva, transversal, solidaria y muy empática en estos tiempos líquidos, a juzgar por los diarios y las televisiones que la elogian por tierra, mar y aire, temerosos de que el tinglado del que viven se desmorone en dos años si la extrema izquierda, sostén del Partido Sanchista, se hunde en la miseria.
El problema es que la modernísima Yolanda Díaz es comunista y, siempre que puede, tiene elogios para una ideología criminal, más allá de la honradez de muchos de sus creyentes. Hasta escribió un prólogo un tanto cursi para una nueva edición del Manifiesto de Marx. El suyo es un comunismo vistoso, de tacones de aguja y labios de carmín, pero no engaña porque corrompe todo lo que toca cuando gobierna: destroza la economía, la educación, las instituciones, la convivencia…
Catapultada por su corte de periodistas e intelectuales afines, Díaz aspira a protagonizar “un frente amplio y social” que vaya más allá de los límites tradicionales de la izquierda, en las próximas elecciones generales. A su plataforma espera sumar a fracasados (IU y el partido de Colau en Cataluña), segundones en sus territorios (Compromís y Más País) y, por supuesto, a la mano que mece la cuna (Podemos).
La vicepresidenta segunda quiera pasar por nueva una mercancía caduca. Su frente peronista será el último invento del comunismo para presentarse a unas elecciones con otra marca electoral. La última vez que el PCE concurrió a unos comicios fue en 1982. Sacó cuatro diputados. Desde entonces, aunque haya renunciado a sus siglas, ha sido el motor de sucesivas formaciones políticas: primero Izquierda Unida, después Podemos y, en el futuro, el frente de juventudes que encabezará Yolanda Díaz.
“El ascenso de Díaz coincide con el declive de Podemos, salpicado por la corrupción y la financiación ilegal de distintas tiranías”
El ascenso de la vicepresidenta gallega coincide con el declive de Podemos, salpicado por la corrupción y la financiación ilegal de distintas tiranías. Sus dirigentes, vividores de lo público, han aceptado que ella asuma el liderazgo porque temen más descalabros electorales. Desde 2015, en que tocaron techo en el Congreso, no levantan cabeza. Derrota tras derrota en las urnas. Díaz podría ser una solución pragmática para que dirigentes sin oficio ni beneficio sigan viviendo como pachás otros cuatro años, con el pretexto de que son ¡la voz de la calle!
Me temo que a la monologuista gallega le puede funcionar su engañabobos porque España es un país desmemoriado en el que la adhesión ciega a una ideología pesa más que el escrutinio de la realidad. El frente peronista que se avecina será otro timo de la estampita para llevarse al huerto a un electorado incauto que conserva la fe del carbonero para dejarse engañar por una izquierda que le ha traicionado.
Porque habría que preguntarles a Yolanda Díaz y a sus pijocomunistas qué han hecho por su gente en estos dos años de Gobierno. ¿Su gente paga menos por la luz, el gas, los carburantes y los alimentos de primera necesidad? ¿A su gente le han bajado el precio de los alquileres, diga lo que diga la propaganda oficial? ¿La han defendido cuando la banca ha cerrado miles de oficinas? ¿Se ha beneficiado de una reducción de las listas de espera en la sanidad? ¿Va a tener que pagar por el uso de las autovías?
Díaz debería responder estas preguntas, al igual que los dos sindicatos verticales, tan calladitos como están, con la que está cayendo. Ella, que marea la perdiz con la derogación de la reforma laboral, pertenece a un Gobierno antiobrero, que no ha hecho nada sustancial por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Todos sus esfuerzos se encaminan a aplicar un abyecto programa de ingeniería social.
Intento confiar en que esa gente maltratada por el Gobierno de los ricos no le otorgue su confianza a la nueva marca comunista, ni al temible Dorian Gray socialista. Es nuestra última esperanza como país. Si sale mal, me veo, junto con otros muchos compatriotas, pidiendo la doble nacionalidad en un consulado portugués.