Vivimos de espaldas al mar y a los hoteles. Ya que infieren en la anatomía de la ciudad, hagamos uso de ellos
El binomio escritor / hotel está trilladísimo por el efecto del SEO, las páginas de viajes que enmascaran que tras ellas hay una agencia de ídem o que viven de los ingresos por publicidad, como primera y última actividad. Que si Hemingway y el Gran Hotel La Perla en Pamplona, el Fairmont Le Montreux Palace de Nabokov o Le Grand Hotel Cabourg, que aparece con seudónimo en En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Los hoteles son refugio del oficio de escribir y escenarios de ficción. O de ficciones verdaderas, como sucede en Montevideo, de Enrique Vila-Matas, una novela en la que los hoteles y la ambigüedad son una matrioska de puertas y pasillos con aires de agujero de gusano. Esto, en cuanto a la literatura, pero los hoteles, o mejor dicho, sus cafeterías, cumplen con un papel más prosaico: ser un coworking adulto.
La línea estética de los principales hoteles de la ciudad sigue un patrón que provoca el efecto Bic Mac: no hay sorpresas. ¿Quieres estandarización? La tienes, en el buen sentido. Es como estar en casa en todas partes, si por casa tenemos un hall de formas suaves, sin aristas ni peligros, tonos cálidos e inspiración Mad Men. Dorado, mármol, beige, terracota, terciopelo falso, monsteras, camareros amabilísimos, café con mucha crema. El confort en los hoteles es artificialmente agradable y suele desaprovecharse: concebimos estos espacios para el turismo, y vivimos de espaldas a ellos. No siempre son el mejor modelo turístico, pero al menos en apariencia, recae sobre ellos un control fiscal y laboral que en los apartamentos turísticos, no.
Cuestiones de regulación del alquiler y la tenencia de inmuebles aparte —los ojos de Blackstone, la mayor gestora alternativa de activos, están puestos en València—, en la entrada de los hoteles hay una zona franca, el último espacio de acceso para quienes no están alojados. En las cafeterías se juntan huéspedes, ponentes de conferencias y nómadas digitales a los que les molesta el ruido de los bares pie de calle. ¿Dónde están estos espacios para contestar emails y creer que estás de viaje? Aquí:
Bar Oval en Meliá València
Av. de les Corts Valencianes, 52
Terraza e interior. Televisores en mute con ESPN (ideales para mantener reuniones soporíferas. Puedes ver en directo la retransmisión de un torneo de ultimate frisbee). Tostadas de desayuno que parecen selvas con salmón ahumado. Galletitas de obsequio para el café. Sillas y mesas de distintas alturas, bien separadas entre sí. Si te pegas a las cristaleras tendrás luz y falsa sensación de libertad.
Lobby Bar Les Arenes
C/ d'Eugènia Viñes, 22.
“Lugar de encuentro con magníficas panorámicas al Mar Mediterráneo desde sus porchadas”. Los KPI’s desde ahí duelen menos, aunque más que para teclear en un Excel, yo veo esta zona del Hotel Les Arenes como un espacio para el contubernio sin renunciar al bronceado. Los tejemanejes son trabajo.
Lladró Lounge Bar. Hotel Palacio Vallie
Plaza de Manises, 7.
Un bar - museo con vocación de salas de reunión para la última hora de la tarde. De ahí, a lo que surja. Ya que trabajar es el momento de socialización para muchas personas, hagámoslo con cócteles bien hechos. Del mercado no se sale, del destilado de marca blanca, sí.
Piano Bar Expo Hotel. Expo Hotel Valencia
In memoriam
Probablemente, el mejor bar de hotel de València. El olor a tabaco de sus tapicerías era el genio de todos los escritores malditos. Su ambiente, tan denso y sanatorio como el de la Montaña mágica de Thomas Mann. La estética auténtica que todos los hoteles quieren imitar.